Los maltratados guionistas de cine Imprescindibles pero ninguneados

Los maltratados guionistas de cine Imprescindibles pero ninguneados por Àngel Comas

Tarantino y su obsesión con el retiro: ¿un ardid publicitario?

A la hora de repartir méritos, y salvo pocas excepciones, los guionistas han sido los grandes olvidados del cine, los grandes maltratados. Son imprescindibles —no se puede hacer un fi lme sin guion— pero los directores (junto con actores y actrices) son las estrellas únicas, desde que los chicos del Cahiers du Cinema los convirtieran en la pieza más cotizada del cine al implementar la teoría de los autores, una teoría mal aplicada después a nivel crítico como suele apreciarse cotidianamente cuando todos los comentarios se construyen en torno al director como autor único de un film, y no se menciona a los guionistas, sin tener en cuenta que en eso de las autorías cada película es mundo. Lo que resulta curioso es que normalmente no se mencione para nada a los guionistas. En nuestro país están mal pagados y solo sueñan en que les den trabajo fi jo en una serie de larga duración de una cadena televisiva. Todo lo demás es jugar con el paro. Ser guionista puede ser aquí —y en muchos otros países— una opción laboral de riesgo que puede llevar a situaciones frustrantes a nivel creativo, lo que todavía es mucho peor. Grandes talentos se están quedando por el camino.

Los guionistas nunca han sido valorados como se merecen, siempre han quedado en la sombra ignorados primero y obscurecidos después por el relumbrón de los directores y aún más desde que los franceses descubrieron la teoría de los autores. ¿Por qué una inmensa mayoría de críticos construye sus comentarios a partir del director? Los guionistas de cine son una pieza importante e imprescindible en la producción de una película, aunque haya otras piezas más, no olvidemos que el cine es un arte (o una industria) colectivo. Ellos escriben los guiones literarios, cuyo nombre, guion, ya lo dice todo, no dejan de ser guías para los rodajes, no piezas literarias, que normalmente no se respetan por los productores ni por los directores, ni por las estrellas. Es una pieza esencial, pero en constante mutación. En la historia ya larga del cine, los guionistas se las han visto de todos lo colores: en el studio-system tenían contratos más o menos fijos para escribir al dictado de los mandamases (que no eran precisamente los directores). En la época actual, los más afortunados buscan en las grandes series un contrato estable y permanente, aunque sea a costa de renunciar a ser creativos u originales. Quienes no tienen esta suerte, viven de precario subsistiendo con otras profesiones, si es posible relacionadas con la pluma y tratando de vender sus guiones a productores que no tienen dinero para pagárselos hasta que se produzca el filme. Es evidente que la situación de un guionista es diferente en cada país del mundo (desde el comienzo del sonoro en Hollywood se les paga muy bien y su sindicato es poderoso), no olvidemos que el cine es un negocio en el que un guion literario no deja de ser un punto de partida que genera un guion técnico para todo el complicado rodaje de un filme (fotografía, vestuario, decoración, planificación, storyboard, etc.). Por eso cuando se los guiones se publican, se escriben a partir de la película terminada, nunca siguiendo lo que ha imaginado el guionista que siempre es provisional. Este artículo ha de tomarse solo como reflexiones y apuntes personales y no exhaustivos, del autor sobre los guionistas y sus trabajos, porque solo en Occidente, hay una inmensa bibliografía sobre el guion de cine o la gente que los escribe, por ser un tema de gran complejidad marcado de forma diferente por cada película. Y ahora están más de actualidad que nunca por el auge de las series televisivas de las que son sus grandes pilares. Este artículo está elaborado a través de apartados muy subjetivos que tratan de aportar algo de luz a la valoración de quienes hacen los guiones parta el cine o la televisión.

Escribir al dictado o por encargo

Es desde siempre la variante del guionista más habitual. Los guionistas del Hollywood dorado escribían al dictado según la personalidad de las grandes estrellas o según los deseos de los productores, los moguls. Estos, para prestigiarse, contrataban a grandes literatos y los metían en una ofi cina de guionistas para que aportasen sus ideas. Era un trabajo estresante que, dudosamente creativo pero muy bien remunerado, tenía tintes taylorianos, en cada jornada tenían que escribir a destajo un número determinado de páginas, que luego eran pasadas por el tamiz del guionista jefe. William Faulkner, F. Scott Fitzgerald, John Steinbeck, Truman Capote, Ray Bradbury, William Goldman, J.K Rowling, o Raymond Chandler escribieron guiones de obras propias o de otros escritores y todos terminaron con los moguls como el rosario de la aurora. Si al productor no le gustaba lo que escribían cambiaban de guionista hasta que hacían lo que querían. Muchos productores rozaban el analfabetismo, pero eran muy listos y tenían gran olfato para saber lo que quería el público, en las antípodas de muchos escritores contratados que tenían ínfulas de genios incomprendidos. El caso de Gone with the Wind (1939 —Lo que el viento se llevó— Victor Fleming) representa el más fl agrante desprecio hacia los guionistas por parte de un productor (David O’Selznick). Primero encargó a Sidney Howard (una de las luminarias literarias del cine de entonces que había ganado un Pulitzer) que adaptase la novela de Margaret Mitchell, pero no le gustó su guion y contrató a Ben Hecht para que lo reescribiera. Este tampoco le gustó y fue contratando a otros guionistas como John Va Druten, Oliver Garrett, Jo Swerlin, Barbara Keon, F. Scott Fitzgerald… para que hicieran retoques, y hasta él mismo modificó personalmente algunas partes. Cierto que también cambió al director y técnicos y montó un concurso para elegir el reparto, lo cual demuestra su prepotencia, pero el filme puso de manifiesto la fragilidad creativa de los guionistas ante el poderío los grandes productores. Para enterarse de primera mano cómo era la relación con los guionistas del Hollywood de entonces, aconsejo la lectura de los relatos cortos de Scott Fitzgerald, The Pat Hobby Stories (publicados en castellano por Anagrama).

Este caso es el más exagerado de aquella época, pero es más representativo de lo que se cree. Los moguls encargaban el guion y luego los modificaban a su gusto. El guionista cobraba, pero no tenía ningún derecho sobre lo que había escrito.


Otras películas famosas posteriores que modificaron su guion original, principalmente por los gustos del productor, han sido Casablanca (1943-Michael Curtiz—), Star Wars (1977 —La guerra de las galaxias— George Lucas), Close Encounters of the Third Kind (1977 —Encuentros en la tercera fase— Steven Spielberg), Ghostbusters (1984 —Los cazafantasmas— Ivan Reitman), The Mask (1994 —La máscara— Chuck Russell) The Truman Show (1998 —El show de Truman— Peter Weir), Raiders of the Lost Ark (1981 —En busca del arca Perdida— Steven Spielberg) Toy Story (1995 —John Lasseter—) o Frozen (1993 —Frozen el reino del hielo— Chris Buck, Jennifer Lee)… y muchas más. En estos casos, los guiones originales eran sencillamente todo lo contrario de los finales. Los guionistas acreditados ni se quejaron.

En el cine español muchos guionistas tuvieron que reescribir sus películas repetidamente por culpa de la censura, llevándose la palma Josep María Forn con La Respuesta (1968) y, naturalmente Luís Buñuel con Viridiana (1961), pero esta sería otra historia no relacionada solo con el trato a los guionistas. En tiempos más recientes, Todd Phillips fue reescribiendo sobre la marcha el guion original de Joker.

Ahora sigue ocurriendo que el productor imponga su criterio y sus ideas a los guionistas, como en el caso de los filmes franquicia como Star Wars o las series de superhéroes, y en el de las producciones de cadenas televisivas, cuya filosofía empresarial es la que prevalece. En España, Atresmedia, TV3. TVE o Mediaset, etc. imponen sus criterios en función de sus estudios de audiencia.

Una prueba del menosprecio de la industria española hacia los guionistas fue la reiterada actitud de la Academia de Cine para impedir que los guionistas nominados —a menos que también lo hubiesen sido como directores— accediesen a la gala por la puerta principal, obligándoles a hacerlo por “la de servicio”, lo que provocó grandes protestas del sindicato de guionistas ALMA que se quejaron que eran un colectivo “invisibilizado” por la industria. En el terreno personal, me encontré el 2007 en el centro de una manifestación de apoyo a los guionistas en el Central Park de Manhattan, que reivindicaban su derecho a cobrar derechos de autor en los spots publicitarios. Allí me di cuenta de que, por las participantes, actores, actrices, directores, guionistas, etc. toda la industria les apoyaba. Hoy por ti, mañana por mí.

Extrañas parejas: Binomios de directores y guionistas

Desde el nacimiento de la teoría de los autores se otorga normalmente a los directores la autoría de las películas sin tener en cuenta a sus guionistas, aunque en los grandes premios tengan apartados especiales, atribuyéndoles a los directores incluso lecturas ideológicas contradictorias. He aquí algunas reflexiones sobre esos binomios.

John Ford pasa de ser anti-piel roja a pro-piel roja, o de reaccionario a liberal, cuando cambia de guionista. La lectura ideológica o política de sus películas no es lo misma cuando filma guiones de Frank S. Nugent, James R. Webb, Frank Nugent o John Lee Magin que cuando son de Maurine Waters, Phillip Dune o Frank Fenton, ni si es la misma si son guiones originales o adaptados. Las lecturas a través de su puesta en escena (casi siempre magnífica) no puede hacerse sin tener en cuenta a cada uno de sus guionistas o de los autores adaptados quienes, en algunos de sus filmes, se erigen en los verdaderos autores, ideológicamente hablando. Ford ha sido uno de los grandes directores de todas las épocas pero no hay que olvidar que en su gran etapa de la Fox empezaba a rodar sin haber leído el guion y dejaba el montaje final en manos del productor Darryl F.Zanuck.
¿Y los guionistas, qué?

El caso de Ford puede aplicarse a otros cineastas del mundo alabados por su puesta en escena y de cuya obra se sacan conclusiones muy discutibles. Son grandes cineastas, como Frank Capra, William A. Wellman, Edmund Goulding, Henry Hathaway, Georges Stevens o Sydney Lumet, por ejemplo. Otros directores controlaban férreamente sus guiones como William Wyler o Alfred Hitchcock. No figuran acreditados como guionistas, pero trabajaban estrechamente con ellos.

Para estudiar sus películas y determinar su grado de autoría, hay que tener muy en cuenta cuál fue exactamente el trabajo de los guionistas, lo que normalmente no se hace, como si no existieran. En una conversación que tuve hace unos años con Anthony Shaffer, guionista ocasional de Hitchcock, me dijo que este canibalizaba ideas de sus guionistas haciéndolas pasar como propias. Este es otro caso flagrante del menosprecio sobre el papel autoral del guionista.

Hay directores que escriben (no siempre) sus guiones al alimón con guionistas habituales, creándose así una complicidad tan especial que es imposible determinar lo que pertenece a cada uno. Piensen en Billy Wilder — I.A. L. Diamond, Ernst Lubitsch — Billy Wilder, Howard Hawks — Leigh Brackett, Martin Scorsese — Paul Schrader, Luis Buñuel — Jean Claude Charrière, Alain Resnais — Margarite Duras, García Berlanga — Rafael Azcona, Federico Fellini — Tonino Guerra, Alfred Hitchcock — Alma Reville (o Ernest Lehman) o Vittorio de Sicca — Cesare Zavattini.


Solución para guionistas con vocación de autores: dirigir sus propios guiones

Son los guionistas más privilegiados, los que no tienen conflictos con sus guionistas, aunque no dejen de tenerlos con sus productores. Son los que dejan muy claras sus autorías. Dirigen sus propios guiones y los cambian cuando quieren. Tienen más libertad creativa pero sus filmes pecan de falta de perspectiva externa, se encierran demasiado en ellos mismos, aunque esto no sea siempre un defecto, son más personales. Son gente como Orson Welles, Ingmar Bergman, Alejandro Aménabar, Joseph L. Mankiewicz, Pedro Almódovar, Quentin Taratino, Guillermo del Toro, hermanos Coen, Lawrence Kasdan, Terrence Malick, Paul Thomas Anderson, Zhang Yimou, Víctor Erice, Roman Polanski, Francis Ford Coppola, Joss Wheedon, George Lucas, David S. Goyer, Shane Black, Robert Towne, Peter Jackson, George Lucas, Charlie Kaufman, Steve Zaillian, Jonás Trueba, Paul Schrader, Woody Allen, José Luis Borau, David Mamet, Julio Coll, o James Cameron. Muchos empezaron de guionistas y se pasaron a la dirección y precisamente en la mayoría de sus películas destaca más el guion que la puesta en escena, lo que hace que en muchas ocasiones se contraten guionistas especializados en la visualización de escenas para que no parezcan demasiado literarias. Este fue el caso del barcelonés Joan Potau.

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Los maltratados guionistas de cine Imprescindibles pero ninguneados por Àngel Comas

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