Crítica película Hijos del sol de Majid Majidi

Hijos del sol (Khorshid) de Majid Majidi

Hijos del sol (Khorshid), de Majid Majidi.

Ficha

Título original: Hijos del sol.

Año: 2020.

Duración: 99 min.

País: Irán.

Dirección: Majid Majidi.

Guion: Niva Javidi, Majid Majidi.

Fotografía: Houman Behmanesh.

Música: Ramin Kousha.

Reparto: Roohollah Zamani, Shamila Shirzad, Ali Nassirian, Mohammad Javad Ezzati, Tannaz Tabatabayi, Safar Mohammadi, Ali Ghabeshi, Abolfazl Shirzad, Mohammad Mahdi Mousavifar, Mani Ghafouri.

Productora: coproducción de Majid Majidi Film Production.

Género: Explotación del trabajo infantil. Crónica social. Intriga, thriller.

Premios: 2020, Mostra de Venecia: mejor actor emergente para Roohollah Zamani.

Sinopsis

Alí (Roohollah Zamani), un niño de 12 años, y sus tres amigos, trabajan para sobrevivir y algunos para ayudar a sus familias; lo hacen en un desguace y cometiendo pequeños hurtos para conseguir un dinero extra. De repente, Alí recibe el encargo de buscar un “tesoro” oculto bajo las tumbas de un cementerio. Para este cometido, junto a sus amigos, tienen que matricularse, por primera vez en sus vidas en una escuela, en la Escuela del Sol, una institución sin subvenciones públicas, dedicado a la educación de niños sin hogar, de huérfanos o de refugiados… La escuela está situada al lado del cementerio y desde sus sótanos los chavales tendrán que excavar una galería para descubrir el tesoro.

Crítica

Tras tener una conversación a la salida del cine sobre el cine iraní, centrado sobre unas posibles características generales, asociadas en general al cine de Abbas Kiarostami y su escuela, al llegar a casa repaso algunas de las últimas películas iraníes que he visto desde 2015. Compruebo un hecho que ya tenía in mente hace tiempo: el cine iraní (que es una potencia cinematográfica en producción) ha dado un salto hacia adelante en todas las variantes de géneros, estilos o escuelas que puedan coexistir en este momento en el universo fílmico. Ha evolucionado además hacia géneros que asociamos a Occidente y no tanto a Oriente, según nuestros prejuicios un tanto etnocentristas. Taxi Teheran de Jafar Panahi (2015), es un documental dramatizado sobre la vida en una megaurbe, rodado con una cámara en el interior de un taxi. Tres caras (2018), del mismo director, es una autoficción sobre la pugna entre tradición y modernidad. Hija (2016) de Reza Mirkami, es un retrato áspero sobre el afecto entre una hija que reclama libertad y su padre tradicional, y el peso destructivo de los prejuicios machistas. El viajante (2018) de Asghar Farhadi, planteaba un diálogo cruzado entre la obra teatral de Arthur Miller y el drama, contado casi como un thriller, de una pareja destruida por el peso de los celos patológicos del marido. Yalda (2019) de Massoud Bakhsi, combina la pena de muerte con un programa de telerrealidad donde se puede “perdonar” a la condenada… Sin olvidar el paso por la SEMINCI 2020 de La tierra baldía, de Ahmad Mahrami, sobre las condiciones de vida en una fábrica de ladrillos, siguiendo la escuela de Kiarostomi, pero con una fotografía en blanco y negro esplendorosa.

Esta introducción quiere reflejar esa evolución del cine iraní hacia formatos que pueden sonar más comerciales (y así es), pero que son ante todo una apertura hacia otras formas narrativas más variadas y atractivas para un público amplio, en Irán y fuera de Irán.

Hijos del sol, se inicia con un cartel que recuerda que hay más de ciento cincuenta millones de menores obligados a trabajar ilegalmente en el mundo. También con una invocación: “en el nombre de Dios”. A continuación, en los aparcamientos de un gran centro comercial vemos a cuatro menores robando los neumáticos de un “Mercedes”. La tentativa será frustrada por un guardia de seguridad, pero la defensa violenta que hacen los chavales de uno de sus amigos retenidos y la huida, contada como en una película de acción, nos advierte del tono del film, honrado en sus intenciones, pero también pendiente de que el espectador “viva” las secuencias.

Los cuatro amigos hacen chapuzas en un desguace de automóviles. Son menores sin familia, o con familias desestructuradas, que decimos en Occidente, huérfanos unos, refugiados afganos otros… La cotidianidad de sus vidas, entre las ruinas del desguace, pudiera recordarnos al neorrealismo, pero la vida abigarrada en el metro, o el hiperconsumismo de los centros comerciales, nos hablan de una realidad paralela donde coexisten los excluidos de siempre y los privilegiados que viven en la posmodernidad. Como todo niño, tienen sus expectativas, que van desde mejorar sus condiciones de vida, a vivir el amor. Aquí el director abre una de las subtemas de la película (hay varias con distinto desarrollo) que es la de la relación de Alí y la hermana de uno de sus amigos afganos.

La trama principal dará un giro cuando un mafioso local proponga a Alí (el líder de los niños) rescatar un “tesoro” enterrado en un cementerio. Un tesoro del que el hampón posee el mapa, pero al que solo se puede acceder desde el solar ocupado por una escuela. Ese tesoro supondrá mucho dinero para los cuatro amigos y les abrirá otras posibilidades, como que Alí pueda sacar a su madre de un centro psiquiátrico (otra subtrama).

El tesoro es un macguffin, al estilo de Hitchcock. Solo la necesidad y la mentalidad de unos niños (que lo son), pueden explicar que acepten una aventura tan estrambótica. Aventura que los llevará a matricularse en la escuela, la Escuela del Sol, instalada en un caserón al lado del cementerio. En principio, los niños apenas han pisado la escuela cuando tenían derecho a hacerlo, y lo hacen casi por primera en sus vidas, aunque por un motivo secreto. El choque es brutal, en varios sentidos. Para lo cuatro amigos, que tienen que abrirse camino entre otros chavales con menos mañas para la supervivencia diaria, pero también como nueva experiencia para ellos, pues encontrarán que tienen habilidades que desconocían y que se hubieran perdido (o se perderán) si nadie les apoya para aprender. La propia escuela es una institución sin subvenciones y pende sobre ella una orden de desahucio por impago de alquiler. Los propios profesores, tras algunos desencuentros con los cuatro amigos, aprenderán de ellos que también es posible enfrentarse de otra manera a los propietarios del inmueble, e incluso a las autoridades.

Todas estas subtramas enriquecen la película, pero la trama principal es la búsqueda del tesoro a través de la construcción de un túnel hasta un punto dado del cementerio. El capo mafioso dirige la excavación bajo tierra y por las cloacas desde su móvil y desde su despacho junto a un palomar (metáfora sobre la libertad y su falta). Es la parte de la película de pura acción, que nada tiene que envidiar a las películas de aventuras: derrumbamientos, obstáculos, descubrimiento de su propósito por terceras personas, a la vez que las subtramas siguen su curso: la de la madre ingresada, la de la niña de la que está enamorado Alí, o la del desahucio de la escuela.

Una película, en mi opinión, sincera en sus intenciones, cercana a la picaresca del Lazarillo, o a Dickens, o a Pío Baroja, en ese acercamiento a la infancia desde la humillación de una vida de servidumbre y abandono. Como también es una crónica o fresco de Teherán, o de Irán, en la actualidad, con su contradicciones económicas, políticas y religiosas: los centros comerciales rutilantes con grandes marcas y los desguaces con niños esclavos, el metro con coches separados para hombres y mujeres, y los niños vendiendo chucherías y huyendo de los vigilantes; o la ausencia de educación obligatoria y gratuita y los castigos medievales por vender ilegalmente: a la niña que lo hace en el metro la rapan la cabeza al cero como condena; como consecuencia de esto último uno de los profesores de la Escuela del Sol, que ha aprendido a golpear con la cabeza gracias a los cuatro amigos, tendrá ocasión de demostrar su nueva habilidad en la cabeza de una autoridad. Lo que pase luego, aparte de su detención, no lo sabemos…

Y es a la vez una película con las lecciones aprendidas de un cine que acepta los géneros y los ritmos narrativos que parecían propios del cine occidental. Por eso, esta película es, también, de intriga o thriller, pues el espectador es llevado por el acción, sin respiro (digamos), con suspense, hasta un final sorprendente. Aquí se descubre el macguffin. El hecho real que ha motivado la búsqueda, homérica casi, por parte de Alí bajo tierra, contra todos los obstáculos, derrumbamientos e inundaciones, en la que se ha jugado el pellejo. Un descubrimiento amargo, desolador.

Roohollah Zamani (Alí), obtuvo el premio al mejor actor emergente en la Mostra de Venecia. Con toda justicia, pues su fuerza y magnetismo sorprenden y admiran. Pero podríamos decir lo mismo del resto de niños y niñas, actores no profesionales. Igualmente, la fotografía de Houman Behmanesh explora todas las gamas, desde las luces de un centro comercial, a la cutredad de un desguace, o la nocturnidad y humedad de un túnel. Majid Majidi, el director, tiene una larga trayectoria y, como se ha podido leer, asume todas las contradicciones de su país y ha absorbido una buena gama de las formas de hacer cine, siempre con verosimilitud, saber narrativo, sin perder de vista las causas, y con una técnica cinematográfica de amplia experiencia.

Un cine, el iraní, que ya no podemos asociar solo, en cuanto escuela o estilo, al gran maestro Abbas Kiarostami.

Os dejo un tráiler:

Gonzalo Franco Blanco

Revista Atticus