Crítica película Seberg de Benedict Andrews

Seberg (Más allá del cine) de Benedict Andrews

SEBERG (Más allá del cine)

Ficha

Título original; Seberg

Año: 2019

Duración: 96 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Benedict Andrews

Guion: Joe Shrapnel, Anna Waterhouse

Música: Jed Kurzel

Fotografía: Rachel Morrison

Reparto: Kristen Stewart, Jack O’Connell, Vince Vaughn, Stephen Root, Zazie Beetz, Margaret Qualley, Anthony Mackie, Colm Meaney, Jade Pettyjohn, James Jordan, Ser’Darius William Blain, Robin Thomas, Yvan Attal, Fatimah Hassan, Victoria Barabas, Laura Campbell

Productora: Automatik Entertainment, Bradley Pilz Productions, Ingenious Media. Distribuidora: Amazon Studios

Género: Drama. Intriga | Biográfico. Años 60

Sinopsis

    A un joven y ambicioso agente del FBI, Jack Solomon (Jack O’Connell), le encargan investigar a la estrella de cine francesa Jean Seberg, cuando la actriz se ve envuelta en el tumultuoso movimiento por los derechos civiles a finales de la década de 1960 en Los Ángeles. La relación de Seberg con el activista de los derechos civiles Hakim Jamal (Anthony Mackie) la convirtió en blanco de los despiadados intentos del FBI de interrumpir, desacreditar y exponer el movimiento del Black Power.

Se puede ver en la plataforma: Movistar Estrenos

Comentario

            Y resulta que la chica de Iowa, que pretendían del mismo corte que la senadora por ese estado que visitaba Berlín en la película de Billy Wilder, tenía sentimientos, necesidades y capacidad de ver más allá de lo que su agente le decía que debía ver y se llamaba Jean Seberg, quien amó, luchó, vivió y rodó con la misma intensidad.

            Jean había nacido en una pequeña ciudad de este territorio del Medio Oeste americano donde tan solo cincuenta años atrás cabalgaban los Sioux y los Pies Negros y los propios Iowa, que dieron nombre al estado. Ella encarnaba a la chica que cumplía el sueño americano por ser bonita y tener talento. Después llegó Francia y rodar con Godard y convertirse en una de las musas de la Nouvelle Vague y todo lo que Francia le aportó, en esencia dejar de ser una paleta en la Costa Oeste y convertirse en una persona repleta de valores y eso al sur de California no se absuelve, simplemente se disuelve.

            Hollywood, que se perdona a sí mismo del mismo modo que El Vaticano, a toro pasado y cuando el escarnecido públicamente ya está muerto, nos muestra esta magnífica película que aleja a la protagonista de la hagiografía para adentrarnos en la suciedad en derredor de ella. Evidentemente la denuncia que hace es cruda, salvaje, brutal en el ara del racismo institucionalizado que tanto denunció, hasta la muerte, Martin Luther King; pero también hay un poli bueno, cosa que es la única que hace chirriar el guion, cuando el FBI, es de todos conocido, llevaba a su departamento de Los Ángeles a los agentes más fanáticos que Hoover veía en Quantico porque odiaba La Meca del cine, a los hippies y todo lo que sonase, de lejos, a libertad (que, por supuesto, nada tiene que ver con tomarse una caña).

            El guion, salvo lo ya mencionado, funciona realmente bien, dando a Kristen Stewart la responsabilidad absoluta de la trama, desde la belleza, pasando por la lujuria hasta la locura en la que los federales querían que cayese por pura obsesión. Madre abnegada, amante briosa, valiente en esos años en los que las majors no dispensaban los deslices a sus estrellas, si estos se hacían públicos. Y a Seberg le ventilaron todo lo ventilable porque financiaba los colegios de los Panteras Negras y hasta se acostaba con uno de sus líderes cuando era una mujer casada en Francia con un novelista de éxito. Y eso el puritanismo y la extrema derecha W.A.S.P. a la que pertenecía el homosexual en el armario John Edgar Hoover no lo podía consentir, aquí representados por dos excelentes actores, el irlandés Colm Meaney y Vince Vaughn, ya alejado de los papeles de comedia de trazo grueso.

            También funciona la relación marital entre la habitualmente resuelta Margaret Qualley, bastante más actriz que su madre, y el agente bueno del FBI encarnado por Jack O’Connell, como contrapunto a la vida de la estrella de cine y el sucio trabajo contra ella que tiene que hacer el policía. Y aquí hay un elemento ético importante para estos tiempos en los que todo se mide por valores democráticos, en teoría, y por pura aritmética, en la práctica: ¿todo vale cuando se representa a la ley o eso enfanga el conjunto de lo que nos representa? La esposa del agente es el pueblo a quien pretende proteger y su marido lo ve y se siente culpable ante los ojos prístinos de ella, que le juzga constantemente, primero porque siente celos (magnífica escena en la que esto cristaliza), después porque siente que puede perder a su marido por la falta de puridad en su quehacer diario. Cuando la rutina es fango lo lógico es que llegues a casa con restos de barro.

Y eso nos cuenta esta cinta gracias, entre otras cosas, a la deslumbrante actuación de esta mujer que es libre, hoy, en este Hollywood repleto de contables y en genuflexión constante frente a lo políticamente correcto, y que decide encarnar a una mujer que quiso serlo, luchó por serlo y le costó su carrera, su matrimonio y su vida gracias al racismo inherente de ambos lados.

            Y luego están los detalles: del tipo de película elegida para lograr una textura adecuada a la trama, de vestuario tan previsible en el lado de la ley como abiertamente libre del lado de la estrella, de los escenarios seleccionados, entre la amplitud de algunas estancias donde se mueve Jean y la estrechez de clase media tirando a obrera de los agentes federales. Y de la banda sonora, que merece mención aparte, entre el minimalismo de la partitura de Jed Kurzel y las canciones insertadas, en especial la del final, de la sin par Nina Simone, que pasó por lo mismo que Jean Seberg, en un guiño para espectadores cultivados en la sociología, psicología y vida de esas décadas convulsas de los sesenta y setenta; porque a Eunice, nombre real de la cantante y pianista, le ocurrió exactamente lo mismo: tuvo que expatriarse a Francia por ser una defensora acérrima de los derechos civiles y cantar, usar su arte y su vida para la libertad.

            La escena final define perfectamente a cada persona que ha luchado y perdido, pero que sabe que ha merecido la pena el sufrimiento manado de esa guerra sin cuartel que es la libertad cuando hay tantos condicionantes en su contra. Y que, si Jean no ganó, gracias a Jean, Kristen sí está ganando y, además, regalándonos otra actuación sin tachas donde sus lágrimas, sus penas, sus sonrisas y sus deseos se confunden durante casi dos horas con los nuestros.

            Cine para gourmets, sin duda.

Carlos Ibañez

Revista Atticus