Crítica película La estación de la felicidad de Clea Duvall

La estación de la felicidad

Ficha

Título original: Happiest Season

Año: 2020

Duración: 102 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Clea Duvall

Guion: Clea Duvall, Mary Holland

Música: Lesley Barber

Fotografía: John Guleserian

Reparto: Kristen Stewart, Mackenzie Davis, Alison Brie, Dan Levy, Mary Steenburgen, Aubrey Plaza, Jake McDorman, Sarayu Blue, Victor Garber, Ana Gasteyer, Burl Moseley, Daniel Krell, Daina Griffith, ver 4 más

Productora: Entertainment One, Temple Hill Entertainment. Distribuidora: Tristar Studios. Emitida por: Hulu

Género: Romance. Comedia | Comedia romántica. Homosexualidad. Navidad

Sinopsis

    Una mujer que planea pedirle matrimonio a su novia durante las vacaciones anuales con la familia descubre que los conservadores padres de su pareja aún desconocen la orientación sexual de su hija.

Crítica

            Hay películas que se plantean como comedias, pero que son todo un drama. En esta sociedad tóxica de las apariencias y la miserable moral judeocristiana eso ha conducido a demasiado dolor y alguna que otra muerte por suicidio, por supuesto, también éste ocultado a los ojos de los vecinos y supuestos amigos.

            La estación de la felicidad desata la caja de los truenos bajo la amable mirada de una pareja de lesbianas donde una es libre y la otra es de todo menos eso. Bien rodada, con un guion algo previsible, a veces, pero con personajes arquetipo de todo lo que somos y no deberíamos ser.

            Y todo sucede en casa de la mujer atenazada por sus miedos al qué dirán en medio de las fiestas navideñas. Con una familia tan llena de miserias como el resto, pero con halo de armonía, como las sociedades de los países totalitarios, da igual el signo. Tal y como escribió Tolstoi en el inicio de Ana Karenina «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera».

Así, el padre de la sáfica escondida y que obliga a su amada a cubrirse con idéntico velo, es un pretencioso político local con aspiraciones a crecer y ser alcalde de su población. Junto a él una esposa que juega a las casitas situando a sus tres hijas en su propia falta de verdad. Una hermana mayor competitiva y con trastero lleno de vacío; y una hermana menor incapaz de interesar a nadie en su propio mundo de creatividad.

Interpretaciones mucho más que correctas de Kristen Stewart, a la que en algún momento dedicaré todo un artículo dada su versatilidad y capacidades actorales, muy por encima de este Hollywood actual, más de cartón piedra que nunca; y que es capaz de ser un ángel de Charlie, una Jean Seberg inquietante y esta mujer que quiere amar sin importar nada en derredor sin dejar de ser creíble en cualquiera de las tres, ya alejada de la serie de películas insulsas y para cocientes intelectuales cerca de la frontera que le dio fama.

Junto a ella, McKenczie Davis, mucho más comedida de lo habitual, dulcificada por un pelo largo y algo infantil (buen detalle de guion, sin duda) y con una punzada de cobardía común a cualquier ser humano occidental ante la opinión de unos progenitores más cercanos a ser miembros de un tribunal de lo penal que a unos amantes de sus vástagos.

Aquí hay, además, dos personajes que juegan sendos papeles catalizadores: el amigo homosexual a caballo entre Pepito Grillo y la lealtad a sus principios, encarnado por Dan Levy, y la mujer dolida y sensata que ve y sabe todo lo que pasa y que no juzga, sino que describe con gestos (una breve charla, una cerveza o una sonrisa) quién es quién en esa comedia en la que una reina de corazones ordenó muchos años atrás que le cortasen la cabeza, al menos socialmente, encarnada por Aubrey Plaza, y que es el alter ego de la coguionista y directora de la película, Clea Duvall, según dijo en una entrevista.

Pero destaquemos cosas que hacen de esta película algo diferente. La primera es que es una comedia navideña, de las que hemos visto mil, pero en la que hay un armario del que hay que salir, y no es precisamente el de Narnia; donde las fiestas pueden ser tan bonitas como asfixiantes; y, para mí, lo mejor, es un drama disfrazado de comedia donde los conservadores no son objeto de mofa sino de compasión. El padre (Victor Garber) quiere ser alcalde y se apoya en lo más oscuramente granado de la sociedad de su localidad, sin irse al dedo en la llaga, como hizo Edouard Molinaro en La jaula de las locas, como muestra de esa piedad del libreto; la madre (Mary Steenburger) es la mamá ideal para cualquiera menos para sus hijas, pero todo perfecto en el escaparate social. No obstante, no se hace sangre, sino que simplemente se muestra. No hay pancartas, ni falta que hace de ministerios tan reales como innecesarios. No existe lenguaje inclusivo, sino amor, cariño y un miserable afán de perfección, tan nazi como las dietas milagro o los anuncios de lencería y baño interpretados por supermodelos. Y todo queda claro para el que sabe observar, y escuchar, porque esta película es para ser escuchada también.

La cámara está siempre bien situada, en ese lugar donde no estorba a la interpretación ni a los espectadores, tal y como decía Howard Hawks. Y la fotografía busca en los distintos cromatismos mostrarnos pequeños detalles de la personalidad, tanto individual como social, de esta historia. Además, hace un claro homenaje a ¡Qué bello es vivir!, la película navideña por antonomasia.

Disfruten de esto que, en palabras de una amiga mía, es la ruptura del huevo desde dentro, porque confesar tu orientación sexual es ese proceso doloroso de apartarse de la supuesta seguridad de la cáscara para comenzar a enfrentarse a la vida.

Es una de esas películas que no se han podido estrenar comercialmente en salas y que las plataformas nos han traído para reflexionar, en realidad, sobre quiénes somos.

Os dejo un tráiler:

Carlos Ibañez

Revista Atticus