Exposición Invitadas en el Museo del Prado, Madrid

Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833 – 1931), Museo del Prado, Madrid

Falenas Carlos Verger Fioretti (1872 -1929)Óleo sobre lienzo1920Madrid, Museo Nacional del Prado (depositado en Zamora, Museo de Zamora)

Había una situación en el mundo cultural antes de la pandemia que condicionaba mucho la celebración de grandes exposiciones. Diversos factores como los altos costes o la dificultad para que obras emblemáticas salgan en calidad de préstamo de su ubicación habitual, hacen que las magnas exposiciones sean cada vez más difíciles de realizar. El esfuerzo y el coste era asumible porque los grandes pesos pesados, los maestros más mediáticos conseguían llenar las salas de exposiciones de las distintas instituciones que las organizaban, llegándose a formar colas interminables a sus puertas. En marzo de 2020 apareció el virus con sus extensas antenas que se lleva (se está llevando) por delante a cientos de miles de personas (se han superado los dos millones de muertos) y está arrasando distintas estructuras económicas y afectando de manera especial al mundo de la cultura. Las medidas sanitarias encaminadas a la contención y prevención en el contagio del Covid-19 reducen la afluencia del público a cotas impensables hace unos años, con la merma alarmante de venta de entrada y la consiguiente caída de los ingresos.

La programación de la exposición Invitadas. Fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833 – 1931), lógicamente ya estaba programada. La institución Museo Nacional del Prado desde hace unos años alterna alguna exposición organizada con sus propios fondos con otras de mayor enjundia con la presencia de esas obras o artistas más mediáticos (lo queramos reconocer o no, a la gran mayoría de público le gusta más contemplar las grandes obras universales, que una muestra más didáctica en la que se ofrezca al público autores, estilo u obras menos conocidas).

En esta ocasión, la institución madrileña además del fondo propio echa mano de unas pocas obras de la colección de Patrimonio Nacional y otras de entidades tanto públicas como privadas. A pesar de esta circunstancia, estamos ante una gran exposición, con grandes obras que merecen nuestra consideración. Invitadas nos ofrece un rico panorama artístico de ese papel de la mujer en un momento de la historia en que era considerada como comparsa, a ser mujer-florero, a ser una persona relegada solamente por su condición de mujer. Esta muestra trata de aportar un poco de luz y valorar las obras con el criterio actual y no el imperante, retrógrado y paternalista, antes de la II República de 1931. 

No solamente podemos contemplar obras realizadas por mujeres sino obras en las que la propia mujer es la protagonista, pero con un tono menor al del hombre, personas de segunda fila, consideradas como violentas, habituales de los bajos fondos, o relacionadas con la mendicidad, vamos, malas personas, en general, utilizando el baremo de aquellos tiempos. Reflejan un retrato negativo de las mujeres. Algunas mujeres directamente no pudieron firmar con su nombre y tuvieron que recurrir a hacerlo con el de su esposo, padre o hijo para esconder su condición.

El consejo del padre Plácido Francés y Pascual (1834 -1902)Óleo sobre lienzo1892Madrid, Museo Nacional del Prado (depositado en La Coruña, Museo de Bellas Artes de La Coruña)

La muestra consta de ciento treinta obras repartidas en diecisiete secciones que tienen como objetivo que logremos reflexionar sobre la importancia del papel de la mujer en el arte, así como los diferentes roles que desempeñaron en el sistema artístico español. La exposición abarca desde el reinado de Isabel II hasta el del rey Alfonso XIII. Es decir, desde más menos 1833 hasta ese año de instauración de la República en 1931.

El recorrido que nos plantea el Museo del Prado es una narrativa en femenino, que discurre por el arte oficial de la época evidenciando un discurso paternalista desde el propio estado que era el principal en obviar a las mujeres en el papel de artistas. El Estado compraba obras (como sigue comprando en la actualidad) y los fondos que tiene el Museo del Prado demuestran esa política de adquisiciones en aquel momento que está condicionada por ese papel segundón de la mujer, como mera copista aficionada, con cierta gracia y talentosa. En palabras del propio director de la entidad madrileña, Miguel Falomir, no se trata de una exposición sobre mujeres artistas del siglo XIX, sino que analiza más bien el contexto de las mujeres en el arte decimonónico, en muchas facetas.

A la hora de iniciar el recorrido hay que tener muy presente que la mujer también sufrió una desigualdad en su formación. Si bien es cierto que tenían derecho al acceso a los estudios de formación artística, no lo es menos que las alumnas no podían acudir a algunas de las asignaturas. La música (tocar el piano), o la pintura eran complemento en la formación de toda joven. Pero, al no tener acceso a las clases de las Academias de Bellas Artes su formación estaba limitada a lo que se daba en las clases de dibujo o en los estudios de otros pintores. Su abanico de géneros quedaba bastante limitado a ese «tono» menor como es el bodegón o la copia de las obras de los grandes artistas.

Desde la propia dirección del Museo, han destacado una pieza que viene a resumir un poco la filosofía de la exposición. Se trata de una obra con figuras que fue la primera que adquirió el Estado español obra de una artista femenina de siglo XIX. Una miniatura (otra especialización «reservada» a las mujeres) en la que se representa la figura de Cristo (que es una copia de la obra de Sebastiano del Piombo) y que realizó en 1867 Teresa Nicolau. Es decir, copista y miniaturista, no una obra de gran formato mitológico (con desnudos).

Es de alabar el papel del Museo Nacional del Prado en restaurar en lo posible ese olvido sistemático (ojo no solo la institución madrileña relegó a la mujer en el arte y no solo en nuestro ámbito geográfico, allende los mares también sufrieron esa discriminación). A través de exposiciones como la actual o en anteriores (dedicadas a una mujer como Clara Peeters o a Sofonisba Anguisola y Lavinia Fontana) se muestra esa sensibilidad por valorar un arte menospreciado o minusvalorado como el ejemplo más conocido de Sofonisba Anguisola que en los últimos años se está tratando de que se reconozca el valor de su pintura.

El sátiro Antonio Fillol (1870 -1930)Óleo sobre lienzo1908Colección Familia Fillo

Recorrido

El Museo Nacional del Prado nos propone un recorrido para ver la situación de la mujer en el sistema de arte español de los siglos XIX y XX a través de algunas obras. El periodo cronológico que abarca 1833 – 1931 se puede concretar en las artistas Rosario Weiss (1814 – 1843) hasta Elena Brockmann (1867 – 1946). La exposición se ordena en dos apartados que a su vez se articulan en una serie de secciones temáticas.

En la primera parte se ilustra el respaldo oficial que recibieron aquellas imágenes de la mujer que obedecían al ideal burgués. Este respaldo estaba legitimado a través de encargos, premios o adquisiciones. La segunda parte se abordan aspectos centrales de las carreras de las mujeres artistas, desde sus inicios (muchas veces como ayudantes anónimas trabajando al lado de maestros reconocidos) hasta sus trabajos como copistas y, finalmente, como pintores «menores» de naturalezas muertas y bodegones.

Sería farragoso ir describiendo apartado por apartado. No es propósito de aburrir a nuestros lectores. Este trabajo es una invitación a descubrir estas obras entres las que hay, sin ninguna duda, grandes creaciones. Así que desde esta plataforma invitamos a que cada uno recorra la exposición y realice su propio relato. En todo caso, esta entrada forma parte de un extenso artículo que publicaremos en las próximas semanas en Revista Atticus 41.

Eso sí, si hubiera que escoger una obra que resume la exposición elegiría el cuadro de Aurelia Navarro (1882 – 1968) por ser una obra realizada por una mujer y que tiene una gran carga simbólica que ha servido para dar visibilidad al ocultamiento de la mujer como artista. Se trata de Desnudo de mujer una obra con la que participó en la Exposición Nacional de 1908 cuando contaba con veintiséis años. Pintó de una versión de la Venus en el espejo que realizara Velázquez expuesta en la National Gallery. Causó un gran revuelo porque, por primera vez, una mujer pintaba un desnudo. Para más inri se tomó como modelo (hay que imaginarse las dificultades que tendría en esa sociedad puritana una mujer para posar desnuda para que otra mujer la pintara, ah, no, eso está reservado solo para los hombres). Es una obra que tiene calidad y así lo reconocieron al otorgarle la tercera medalla (dicen que se merecía por lo menos la segunda, pero ya sea sabe… era una mujer). Una frase que vino del propio ganador del concurso. Su obra se consideraba contraria a la moral.

La circunstancia que fuera un autorretrato (dato que se supo posteriormente) suponía un doble arrojo por la desnudez y por si identificación. Aurelia supo interpretar lo que al jurado gustaba en ese momento. De hecho, en esa convocatoria, Julio Romero de Torres se alzó con el máximo galardón con la obra La musa gitana, que también refleja un desnudo femenino.

El revés que supuso la falta del reconocimiento adecuado a sus méritos se unió la incomprensión de su propia familia. Su padre, burgués provinciano, médico, nunca consistió los devaneos con la pintura de su hija. Reconocer el rostro y el cuerpo de su hija en el cuadro fue la culminación de lo que él creía una afrenta. El revuelo que provocó y el interés demostrado por la joven pintora ahuyentó a la artista dejando de participar y, lo que es peor, retirarse de la vida secular para ingresar en el convento de la Madres Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento, en Córdoba. Una frustración por no responder al ideal de lo femenino que lo sociedad imperante, en tono machista, imponía. Y eso que no era una mujer cualquiera. Su empeño la llevó a ser una de las seis mujeres que formaron parte, como socias fundadoras, de la Sociedad de Pintores y Escultores españoles, en la que también había ciento ochenta hombres.

El Museo del Prado ofrece al visitante una exposición que se convierte en un nuevo intento de saldar la deuda histórica en lo concerniente al papel que desempeñó la mujer en las artes en un momento de nuestra historia reciente. Con un doble objetivo: poner en valor los fondos propios de la institución madrileña y ofrecer al visitante unas obras recientemente restauradas. Los museos e instituciones se tienen que reinventar para poder adaptarse a esta dura situación que está creando la aparición de un virus en nuestras vidas. Así lo acaban de anunciar: la reorganización de algunas de sus salas para este año 2021 con presencia de mayor número de obras realizadas por mujeres y así, abandonar poco a poco ese aspecto misógino que hemos heredado.

Imagen de las salas de la exposición “Invitadas”. Foto © Museo Nacional del Prado

Quien vaya buscando cuadros realizados por mujeres se llevará una gran sorpresa. No son muchos los que podrán observar. Pero sí que encontrará obras con mujeres como protagonista, muchas veces en un tono de burla, de afear su conducta, de recriminación social. O como esas jóvenes que lloran porque tienen que posar desnudas para el pintor de turno.

Mujeres talentosas que tuvieron echar muchas agallas para expresar su arte, algunas con tanto ingenio como el fragmento de película que podemos ver al final de la exposición, obra de Alice Guy-Blaché titulado los resultados del feminismo. Una realización en clave de humor de cómo sería la vida en 2006 «cuando haya triunfado el feminismo».

El mundo del arte debe ser el reflejo en el que se mire toda la sociedad para mostrar que una igualdad de géneros no solo es posible, sino que es inconcebible que no sea así. El virtuosismo no tiene género. Recientemente me preguntaban si creía que hay una literatura femenina. Se puede hablar de la posible existencia de un tipo de libros que gustan a las mujeres. Y, por lo tanto, es muy cierto que las mujeres compran más libros que los hombres y al tener un mayor conocimiento son prescriptoras de lectura. La literatura como la pintura o el arte en general es un reflejo de las preocupaciones sociales del momento. Estos temas, lejos de tener género, provocan emociones universales, comunes a hombres y a mujeres.

Más información:

Exposición Invitadas

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus