CINESA echa el cierre en Equinoccio, Zaratán (Valladolid)

Adiós a uno de los principales cines de Valladolid

Última programción de CINESA, Zaratán (Valladolid) el 8 de enero de 2021

He visto cosas que vosotros no creerías

gente acudiendo en masa al cine

he visto a gente no poder entrar al cine porque no había entradas

y he visto a gente sentarse en la primera fila, casi pegado a la pantalla para poder ver CINE.

He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de CINESA en Equinoccio (Valladolid).

Todos eso momentos se perderán como lágrimas en la lluvia.

Se veía venir, pero no por eso el dolor es menor, ni atenúa la gravedad del asunto. Las voces de alarma se han solapado con la llegada del maldito Covid-19. El virus ha sido la puntilla. Incluso más de uno de nosotros se sorprendió de que los cines CINESA en Equinoccio volvieran a abrir el 9 de octubre (en otras ciudades abrieron en junio). Las severas, pero necesarias, medidas que se adoptaron para la seguridad del público y así evitar posibles contagios, llevó a la dirección de la empresa a reducir a la mitad las salas pasando de dieciocho a nueve; dejar vacíos asientos entre espectadores; obligatorio el uso de mascarilla durante la proyección; no comer en la sala (con la reducción añadida de ingresos por la venta de palomitas y otros chuches) y extremar las medidas higiénicas.

De forma inesperada volvieron abrir, pero tras tres meses y muchas ausencias en las salas, el pasado fin de semana (8, 9 y 10 de enero) proyectaron «the end» por última vez. El cierre deja en la calle a 22 personas con nombre y apellido. Somos muchos los que hemos frecuentado esas salas y podemos poner cara al drama particular de cada uno de ellos. Hemos visto como alguna trabajadora ha llevado su embarazo, su ausencia por maternidad y le hemos preguntado por el retoño a su vuelta al trabajo; hemos visto como algunos de estos trabajadores asumían distintas funciones rotando en sus puestos. Eran trabajadores fijos, habituales. Para mayor desgracia (si me permiten calificar así la situación), la borrasca Filomena precipitó el cierre de los cines siendo la última sesión la de la del vermú del viernes (por aquello del estado de alarma hay que estar en casa antes de las diez de la noche). Imposible la supervivencia.

Es un drama que un cine cierre como lo es que las librerías echen la persiana o como la orografía de nuestras ciudades va cambiando al desaparecer los kioscos en la vía pública. Tiemblan los cimientos de la sociedad con todos estos hachazos que, en definitiva, limitan el acceso a la cultura porque la oferta se reduce.

Nos tenemos que ir haciendo a la idea de que el cine en las grandes pantallas está convirtiéndose en algo residual. Casi ahora al cumplirse los 125 años de su nacimiento parece que vuelve a su ser, a convertirse en una atracción de feria, en un espectáculo asombroso al acceso de unos pocos atrevidos que deciden pagar una entrada por ver una película en pantalla grande. Según vaya desapareciendo esta generación que ha disfrutado con el cine, iremos desapareciendo los románticos que acudimos a las salas. Esa ceremonia de acceso a una gran sala, donde se apagan las luces y nos disponemos a ver qué sucede en otras vidas, en conocer otros mundos, en fomentar nuestra imaginación y potenciar nuestros sentimientos al hacernos más grande por empaparnos de cultura sin palomitas, sin acceso al móvil, solos en la oscuridad.

Los gustos, las formas de acceso a la cultura han cambiado. Nuestros hijos ya no comparten la velada en el salón viendo una película todos juntos. Ahora «huyen» a su habitación con el móvil o la tablet en su mano y cuesta disgustos tratar de separarlos de esos dispositivos electrónicos. Ven series, películas y vídeos en los teléfonos como nosotros leíamos debajo de las sábanas con una linterna evitando el grito de tu madre para que apagaras la luz. «No se puede leer después de comer», ese era otro de los motivos para practicar el furtivismo literario. No acuden al cine porque es un gasto superfluo. Es la realidad que nos ha tocado vivir.

Por lo tanto, no nos podemos extrañas que el número de salas de cines haya descendido alarmantemente en la última década. La maldita pandemia provocada por el coronavirus ha supuesto la cancelación de innumerables rodajes de películas, así como de galas de estrenos rimbombantes. Algunas distribuidoras ya han anunciado que se decantan por el estreno directamente en las plataformas. No les compensa hacerlos solo con las salas medio vacías. ¿Qué podemos esperar de este mundo cuando, por poner un ejemplo, el fútbol concebido como un espectáculo de masas, con los estadios repletos de aficionados, ahora se están jugando sin forofos, con la única presencia de los operadores de cámara y el cuerpo técnico? Es un despropósito al que estamos asistiendo por el vil metal. El negocio no está en las gradas, está en nuestros televisores. El negocio eres tú, ingenuo. No es cuestión de acudir al video situado debajo de tu casa y pagar por la película. Ahora se trata de hacerte del club, de la plataforma que sea (te regalan los primeros meses como golosina) y pagar una cuota veas la película o no la veas. Tienes acceso a ella. Pagas como si fueras socio del gimnasio y no acudes nada más que al comienzo del año. Si eres un cinéfilo empedernido y tienes el celuloide en las venas son opciones más que recomendables, pero eso no sustituye al otro ritual que supone acudir al cine en pantalla grande. Es otra cosa como el libro electrónico lo es en relación al libro en papel, al Libro.

Las series de televisión son el auténtico maná audiovisual. Hay directores que han salido del ostracismo gracias a que su película o su serie ahora está alojada en una de estas plataformas y tiene acceso a un mayor número de espectadores suscitando el interés de algunas productoras. Así lo confesó Julio Medem en un reciente encuentro. Se les abre un gran abanico de posibilidades que en igual medida supone el estrangulamiento a las salas comerciales.

Se veía venir. La pandemia solo acentúa una crisis ya iniciada hace unos años. ¿Recuerdan la película Roma? Se vertieron ríos de tinta electrónica y de la que mancha alertando sobre esta película. Recibió innumerables premios. y marcó una línea. Netflix comunicó que la proyección de Roma había supuesto un modelo de estrategia de distribución de sus películas. Fue exhibida antes en unos pocos cines que en su plataforma (suele ser lo contrario). Esta cuestión supone que muchas de sus películas no participen en festivales y nominaciones o que actores y directores no trabajen con ellos. Pero esto amigos ha cambiado. El negocio es el negocio.

Entrada para la película Salvaje

Me consta que éramos unos cuantos grupos que íbamos a CINESA en Equinoccio mayoritariamente los viernes. Mi grupo de amigos, teníamos establecido un ritual: aparcábamos casi en el mismo sitio, nos esperábamos para sacar las entradas, veíamos la película, salíamos del cine y ya establecíamos nuestros primeros puntos de vista en el mismo momento en que concretábamos dónde íbamos a cenar de manera informal para terminar de debatir acerca de lo que habíamos visto. A veces se suscitaban buenos debates, sobre todo en aquellas películas que tocaban lo personal de una manera casi directa (Perfectos desconocidos, Álex de la Iglesia, 2017, una de las últimas que más nos aportó bajo la pregunta ¿harías tú eso de poner el móvil encima de la mesa?) Con suerte, en algunas ocasiones cerrábamos la jornada con un gin-tonic. Era una bonita manera de comenzar el fin de semana. Una lástima. Se veía venir, pero no por ello nos duele menos. Es la muerte anunciada del cine en la gran pantalla. Como el dinero en efectivo, más tarde o más temprano asistiremos a su desaparición. Pero no por ello dejaremos de comprar cosas o de ver cine. Vayan al cine mientras puedan.

«Compañeros de emociones» (CINESA)

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus