Relato – La aldea y la Navidad

La aldea y la Navidad – Chantal Ibañez con ilustraciones de Nicoletta Tomás

Tras un largo viaje, Papá Noel estaba muy cansado y se quedó dormido. Su elfo de confianza iba en la parte de atrás del trineo, acomodado entre los sacos de regalos.

No era un gran elfo, pero era un gran amigo de Papá Noel. Y por eso no dijo ni pío. “El jefe sabe lo que se hace”, se dijo el hombrecillo. De repente, Papá Noel se da cuenta de que se había encallado en el desierto del Sahel. Claro, que supo que estaba en África al buscar la Estrella Polar, su brújula particular para no equivocarse de camino.

-Papá Noel –voceó el elfo, –esto no es Nueva York.

-No. Estamos en África Occidental… En el desierto de Sahel.

– ¿Y qué hacemos?

-Repartir los regalos. Aquí también hay niños… Y más necesitados.

El elfo sonrió. Sabía que iba a ser una gran navidad.

Se encontró con dos niños llamados Ebody y Eliakim. Aquello dejó parados a los repartidores de regalos. Jamás veían a los niños. Pero éstos habían madrugado para ir a por agua a la aldea vecina, que estaba a seis kilómetros.

Evody, era una niña de diez años, con cara redonda y una gran sonrisa. Llevaba haciendo ese recorrido desde hacía cinco años. Y Eliakim, el niño, que le acompañaba, era un año menor, y su madre le hacía seguir a Evody desde el mismo día.

Los dos niños se quedaron boquiabiertos. No sabían qué era la navidad ni quienes eran esos dos señores tan raros cargados con sacos.

– ¿Quiénes sois? –preguntó Eliakim.

– ¿De verdad que no sabéis quiénes somos?

Y ambos negaron con la cabeza sin ser capaces de hablar al dirigirse a ellos aquel hombre gordo con voz grave.

-Soy Papá Noel y éste es mi amigo y colaborador, el elfo. Y mi trabajo es que todos los niños tengan regalos en navidad.

– ¿Y qué es la navidad? –Susurró Evody con los ojos abiertos como platos y algo cabizbaja temiendo que su ignorancia molestase al señor vestido de rojo.

– ¿No sabéis lo que es la navidad? –Saltó el elfo sin creérselo.

-Ya se lo hemos dicho. Nosotros, Eliakim y yo, que me llamo Evody, íbamos a por agua a Dori, el pueblo que hay siguiendo la pista de arena. Nuestras madres la necesitan para cocinar y lavar nuestra ropa.

-Si yo sacase de aquí un regalo, ¿qué querríais? –Cuestionó Papá Noel.

-Tenemos todo –respondió Evody. –Mamá y papá. Mis hermanas tienen salud y los de Eliakim también. Vive mi abuela, que es como comer pan recién hecho cada día por su calor y lo que aprovecha estar a su lado. Así que nada… Bueno… Salvo… -un momento, señor. Y habló en voz baja con su amigo. –Que nunca dejemos de ser amigos. Pase lo que pase.

Y Papá Noel mandó al elfo a repartir los regalos y él se fue a buscar algo al trineo. Se acercó a Evody y a Eliakim y les dio una carta firmada por él en la que se les concedía el más preciado de los regalos: la felicidad.

Después acarició la mejilla de Evody e hizo tampo, saludo de los mossi entre ellos, con Eliakim, y se despidió no sin antes ir a recoger a su querido elfo, que estaba muy cansado después de llenar todo el Sahel de regalos para niños que, como Evody y Eliakim, no sabían lo que era la navidad.

Cuando ya iban a montar en el trineo la niña tiró de la levita encarnada a Papá Noel y dijo

-Yo también tengo un regalo para vosotros.

– ¿Sí?

-Sí. Yo recito poesías y he pensado una para vosotros: se llama La Noche de Navidad.

La noche de navidad,

¡Qué maravilla de noche!

Paz, amor y algún derroche:

La pura felicidad.

La noche de navidad

Vino aquí Papá Noel,

Y los niños de Sahel

Le contamos la verdad:

No existe la navidad

Para millones de niños,

Pero tenemos cariños,

Y tenemos amistad.

Chantal Ibañez

ilustraciones: Nicoletta Tomás

Revista Atticus