Películas que marcaron mi vida por Pilar Cañibano Gago

Una silueta de película – Pilar Cañibano Gago

«Ningún arte traspasa nuestra conciencia como el cine;

solo el cine toca directamente nuestros sentimientos

hasta llegar a los oscuros recintos de nuestra alma»

Ingman Bergman

Cuando pienso en las primeras películas que acuden a mis recuerdos siendo niña y algunos años después, no tengo más remedio que nombrar algunas ‘salas’ que ya no existen, aunque permanezcan en la retentiva de muchos conciudadanos de cierta edad. Me refiero a los cines: Capitol, Avenida, Coca, Roxy, Vistarama, Lope de Vega, La Fuente, Rex, Babón, Matallana, y algunos otros de los que no recuerdo ahora el nombre… También quedará en la memoria aquel NODO que había que ver, sí o sí antes de la peli. Sin comentarios.

Es muy complicado elegir solamente un puñado de películas entre las muchas que desfilan en mi memoria, bien por su calidad, bien por el momento en el que me encontraba cuando las vi, o bien por las circunstancias particulares en las que ha quedado enmarcada cada una de ellas.

Hay que tener en cuenta que la primera vez que entró un televisor en casa tenía cinco años, y que era en blanco y negro y con escasa calidad. Pocas familias podían permitirse el lujo de adquirir un aparato de televisión, por eso era tan importante y se colocaba en un lugar destacado, y con pañitos de ganchillo y adornos encima, por muy hortera que hoy nos parezca. Tampoco me provoca ningún reparo añadir que en casa de mis padres la primera tele en color llegó cuando yo había cumplido dieciocho años… En cuanto a la programación, ‘ejem’, daría para hablar largo y tendido.

Por todo ello, ir al cine era un acontecimiento, aunque para mí continúa siéndolo. Mi primeros recuerdos son para Mary Poppins (1964) y Chitty Chitty Bang Bang (1968), dos películas musicales llenas de fantasía y color que me impresionaron muchísimo y que me tuvieron soñando, cantando, y bailando bastante tiempo. El actor y bailarín Dick Van DyKe era la inspiración de mis coreografías particulares. Y los hermanos Sherman de la música y las canciones.

Me encantaba, y ahora es uno de mis vicios más queridos, leer, y todo lo que leía de niña lo transformaba en imágenes, con lo cual siempre estaba soñando. A veces continúo haciéndolo… Quiero decir que el mundo del cine contribuyó a desarrollar más mi imaginación, a lo grande. Supongo que la falta de interés por la realidad que me rodeaba me hacía habitar en un mundo inventado, por lo que constantemente tenía que escuchar: esta niña tiene la cabeza llena de pájaros. ¡Me gustan los pájaros, qué narices! Casi todos.

Con cariño recuerdo un curso de cinematografía al que asistí. Tenía diez años. Nos explicaban conocimientos muy básicos sobre el mundo del cine que yo devoraba: los diferentes planos, enfoques, movimientos de cámara, iluminación,…., y vimos unas cuantas películas. La más especial para mí fue Cantando bajo la lluvia (1952). Me encandiló tanto que nunca volví a ver un film de la misma forma. Antes me gustaban y me hacían vivir en la imaginación. Después me abdujeron. Estuve semanas sin pisar el suelo y reproduciendo en mi memoria la cinta entera, además de interpretar algunos de los personajes. Recuerdo todas las escenas de baile, en especial la de Gene Kelly con la farola, que me ha costado unos cuantos trompazos con las consiguientes carcajadas de mi hermano pequeño, mi compañero de aventuras… Desde entonces no sé cuántas veces he vuelto a verla, con ópticas y perspectivas diferentes, y continúa pareciéndome maravillosa, entre las muchas de Stanley Donen.

No puedo evitar sonreír al recordar dos de las películas que más carcajadas me han provocado, tantas que tenía que cortarlas para no perderme nada, con lo cual terminaba llorando de risa y respirando raro… Con faldas y a lo loco (1959) y La vida de Brian (1979) Entre ellas hay un considerable intervalo de tiempo, y reconozco que no son equiparables en calidad cinematográfica y que tendría que abordarlas por separado. La verdad es que no sé por qué razón las asocio en mi memoria… Los Monty Python me han hecho reír unas cuantas veces. Mi hermano pequeño y yo bromeábamos imitando a Pijus Magnificus. Y aún sonrío cuando recuerdo la cara de mi padre mirando a mi hermano, con el pantalón remangado por el pasillo diciendo: soy una chica…

Durante una época de mi vida tuve una relación cinematográfica con un chico durante un año y bastante pico. No es que fuera un idilio romántico y apasionado digno de rodarse. Nooooo ¡Nada que ver!  Me explico: Aparte de tener algunos amigos en común, lo cierto es que lo único que nos unió fue la gran pantalla. A ambos nos gustaban mucho las películas, y nos citábamos para ir al cine…. Hasta que dejamos de quedar. De aquel tiempo recuerdo unas cuantas, pero especialmente Mater Tenebrarum. ‘Inferno’ (1980) de Dario Argento, que me hizo pensar muchísimo sobre el guion, la arquitectura y el significado de la película, además de alimentar mis pesadillas durante mucho mucho tiempo.

 Continuando con el género, me impresionó Nosferatu: Una sinfonía del horror (1922), de F. W. Murnau. Película muda en blanco y negro, con interludios en alemán, y una música que me erizaba hasta la larguísima melena que llevaba. Aquel rostro de ratón-murciélago malvado que se alimentaba de la sangre de los humanos. La expresión del ‘monstruo’. Sus manos… El miedo reflejado en los semblantes de aquellos que se cruzaban en su camino. La semioscuridad, el claroscuro y los contraluces, las sombras…. Todo un lenguaje cinematográfico expresionista y simbólico. Y la metáfora sobre su muerte ‘por amor’. Me pareció una película espectacular, y más teniendo en cuenta la época. También me gustaron otros actores que personificaron el papel del Vampiro: Béla Lugosi y Christopher Lee. Y me maravilló la película dirigida por Francis Ford Coppola, que comprende y amplia magistralmente todos los Drácula anteriores. Lugosi le dio talla y  Lee altura, pero es Gary Oldman quien le dota de alma.

Durante el mismo periodo de tiempo, también sobre fantasmas aunque esta vez era la Guerra de Vietnam, pero en musical rock, asistí a la proyección de  Hair (1979), dirigida por Milos Forman. Muchas han sido las películas que me han herido sobre la Guerra del Vietnam, pero lo terrible del hecho y la abundante filmografía merecerían apartado propio. Dos horas de película que se me hicieron cortas. El enfoque tragicómico me encantó y me entristeció a la vez. Eran un montón de sentimientos y emociones encontradas que bullían en mi interior. Sentí, viví dentro de la historia durante un corto período de tiempo. Y luego se me llenaron los ojos de lágrimas, incapaz de contener mis emociones. Aún me agito cuando escucho Aquariuso Let the Sunshine in, a pesar de haberla vuelto a ver y escuchado un sinfín de veces la banda sonora.

Durante un tiempo en el que parecía no entenderme con nadie ni interés en que así fuera, no sólo no disminuyó un ápice mi gusto por la literatura y el cine, sino que podía dedicarlos más tiempo, así que disfrute, y padecí, un montón de películas. Recuerdo especialmente  Los intocables de Eliot Ness(1987), dirigida por Brian de Palma. Tenía un elenco fabuloso, y en él participaba Sean Connery, mi actor favorito. Sabía que estaba basada en una historia real, novelada por Oscar Fraley. Me gustó todo en la película: el guion de David Mamet, La excelente fotografía de S.H. Burum, un magistral montaje y dirección, y la envolvente música de Ennio Morricone. Todo ello me introducía constantemente en aquella atmósfera del Chicago de la Ley Seca de principios del siglo XX, en plena guerra entre policías y gánsteres. Me regalaron un cartel enorme, de casi dos metros, que coloqué en una pared de mi habitación a pesar de la oposición de mis padres. No era negociable, y permaneció allí unos cuantos años…

Otra película que recuerdo de aquel periodo es Matar a un ruiseñor (1962), dirigida por Robert Mulligan y basada en la novela homónima de Harper Lee. Banda sonora de Elmer Bernstein. Me dejó profundamente conmovida. Los recuerdos narrados por la hija pequeña ‘Scout’ cuando era adulta, sobre su familia; ella, su hermano Jem, su padre Atticus Finch, y el ama de llaves Calpurnia, en un pequeño pueblo de Alabama. Y ‘Boo’. Atticus Finch es la encarnación del bien, de la justicia, de la entereza…. Supongo que representa todo lo que el ser humano debería ser. Creo que ningún otro  film de los que he visto hasta ahora me ha hecho pensar tanto y tan hondo. Desde entonces, lo he disfrutado en numerosas ocasiones, y después de mucho tiempo volví a paladearla y a asombrarme de nuevo hace pocos días. Es curioso, pero cada ver crece más y me parece aún mejor.

Pathfinder (El guía del desfiladero) (1987) filme noruego dirigido por Nils Gaup, también autor del guion, basado en una antigua leyenda lapona. No era el día que más ánimo llevaba y no estaba nada convencida de lo que iba a ver. Sin embargo fue una sorpresa muy grata. Me llamó muchísimo la atención toda la historia, los ruidos de  los personajes y de la naturaleza, la banda sonora (Nils-Aslak Valkeapää, Marius Müller, Kjetil Bjerkestrand) con música diferente y maravillosa, los actores, la luz mortecina, La fotografía de tonalidad azulada, los inmensos, inhóspitos y a la vez atrayentes paisajes, las costumbres laponas, en particular la escena de la sauna femenina. Fue un asombroso descubrimiento.

En aquellos años también tuve la suerte de ver una película que me sigue seduciendo y que, para mi desconcierto, ha pasado sin pena ni gloria. The Game (1997), dirigida por David Fincher y protagonizada por Michael Douglas y Sean Penn. Personalmente me parece una de esas joyas inapreciadas y una de las interpretaciones de Michael que más me gusta ¡y son muchas y muy buenas! Lo cierto es que me tuvo en la butaca con una tensión creciente hasta casi el último minuto. Recuerdo salir del cine empapada en sudor y con el cuerpo hecho unos zorros como si hubiera corrido un maratón.

Cuando estaba estudiando mi primera carrera, tuve una compañera y amiga de la que guardo abundantes y gratos recuerdos. Fueron muchísimas las tardes dedicadas al Séptimo Arte. Además, debido a que yo daba clases particulares de música y tenía unos cuantos alumnos, ya podía permitirme el lujo de poder ir con mayor asiduidad al cine. Hubo unos cuantos años en los que tenía que ahorrar toda mi propina de varias semanas para poder disfrutar de una película, aunque fuera en el gallinero cuando había.

Recuerdo especialmente La Misión (1986) dirigida por Roland Joffé y con música de Ennio Morricone. La vimos en el Vistarama. Había estado allí en otras ocasiones, pero en ese momento la sonoridad y la fotografía me dejaron perpleja. La película se adueñó de mí, me abdujo, salvo por unos breves e hilarantes momentos en los que mi amiga, en la escena en la que el padre Gabriel toca el oboe (el tema que más me gusta) y los guaraníes se calman ante la belleza de la música. Yo entonces dudaba si dejar o no mis estudios de piano. Ella me dijo: Ves, saber tocar un instrumento puede salvarte la vida. Sonreí y le contesté: ¡Sí, claro! con un oboe, pero ¿te imaginas recorrer medio mundo con un piano, y para colmo subir una catarata con él a cuestas? Me mataría el piano…. Tratamos de evitar las carcajadas pero fue inútil. Además los ocupantes de las butacas de alrededor, que nos oyeron, también se sumaron al momento cómico. Duró poco porque enseguida se escuchó: Silencio gamberros. Y nos callamos, con esfuerzo porque nos daba la risa floja, pero callamos. Disfruté muchísimo a pesar de las lágrimas y del alma encogida por la terrible historia a la que acababa de asistir. Salí con sentimientos entre el asombro y la indignación, la curiosidad y la tristeza. Cada vez que he seguido escuchando la Canción de Gabriel vuelvo a escuchar el agua. Ya me atraía la Historia, pero aumentó exponencialmente mi curiosidad por ampliar conocimientos. Recuerdo que a mi amiga le encantó. Luego confesó, con bastante guasa y por arrancarme una sonrisa: pues yo he venido a ver a Jeremy Irons, que está como un queso ¡Cómo no reírme!

Vimos también Memorias de África (1985), dirigida por Sydney Pollack, con música de John Barry, y basada en las memorias y escritos de la baronesa Blixen. Además la protagonizaba mi actriz favorita: Meryl Streep, que estaba increíble. Qué conmovedora historia de amor y qué paisajes, con una banda sonora tan envolvente y evocadora. Yo iba de emoción en emoción. Y mi amiga también, porque suspiraba (en bajito) cada vez que Robert Redford aparecía en la pantalla. Así que, a medida que avanzaba la película, yo parecía la representación de sonrisas y lágrimas, entre la turbación por la historia y los ¡Ayyyyy! quedos de mi acompañante.

En época de Seminci estudiábamos la cartelera y sacábamos un abono con las proyecciones que nos parecían más interesantes. Vimos de todo, bueno y no tan bueno, pero me asombró Una giornata particolare (1977), dirigida por Ettore Scola. Además del momento histórico que se recoge en la película, creo que es la primera vez en la que he sido consciente al cien por cien del inmenso trabajo de un buen actor. Dos en este caso: una magnífica Sophia Loren y un inconmensurable Marcelo Mastroiani, llenan el universo cinematográfico durante más de hora y media. Estábamos en el Manhatan aquel día y el filme era en italiano. Nos poníamos unos auriculares para escuchar la traducción simultánea y en la película anterior el audio fue penoso. Lo curioso es que no recuerdo si en Una jornada Particular hubo traducción simultánea o subtítulos. Pero fue todo un descubrimiento.

En otra ocasión fuimos a ver la película de ciencia ficción futurista que más me ha impresionado con diferencia. Era verano. Recuerdo que me hacía muchísima ilusión ir por primera vez al cine a las doce de la noche, a la ‘sesión golfa’ del Manhatan. Ponían Blade Runner (1982), basada en la novela de Philip k. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) y dirigida por Ridley Scott, con música de Vangelis. Casi dos horas que pasaron en un suspiro. Si hubiera habido sesión continua me hubiera quedado para poder verla otra vez. Me fascinó. Estuve meses con la historia y las imágenes en mi cabeza. No sé cuántas veces la he visto desde entonces, y aunque la miro con ojos cada vez más cinéfilos me sigue hipnotizando.

Hace algunos años que la Universidad de Valladolid organiza cursos de cine en verano. En aquel entonces venía gente de todas partes, la mayoría españoles. Durante mucho tiempo quise asistir, pero no pudo ser. Iba como oyente a algunas clases y procuraba ver las películas con aforo libre en el Aula Mergelina siempre que me era posible. Una de ellas fue El expreso de medianoche (1978), basada en la autobiografía de Billy Hayes. Dirigida por Alan Parker y con música de Giorgio Moroder. Durante dos horas creo que no pude pestañear ni casi respirar. Me dejó sin aliento y completamente fuera de combate. Tanto, que no he sido capaz de volver a verla, a pesar de que la tengo en DVD, pero sin sacar del plastiquito. Cualquier día me animo…

Después de vivir años durísimos en los que la distracción y no digamos un pequeño gozo era un futurible a años luz, compartir una buena historia en imágenes y en mejor compañía es siempre un placer y un motivo de alegría para mí. Gracias a un buen amigo, ya familia y a su buen gusto por el cine, además de una pantalla estupenda, he podido volver a deleitarme contemplando muchas y buenas películas. Dos me impresionaron en particular, puede que por su rareza: Anónimo veneciano (1970), ópera prima de Enrico María Salerno. Un emotivo paseo por la ciudad de los canales, rincón a rincón, siguiendo el itinerario de los tiempos felices de una pareja que se rompió por no saber quererse. El equilibrio de las tonalidades  fotográficas, la música, la historia, las vivencias y el paisaje veneciano me siguen pareciendo profundos y perfectos. Italiano para principiantes (2000), con dirección y guion de Lone Scherfig, es la antítesis de la anterior. Una comedia desenfadada, colorista y llena de vida. Además de estar planteada de forma muy inteligente, me contagió su frescura y alegría de vivir, su luminosidad.

Carol (2015), dirigida por Todd Haynes, y basada en la novela de Patricia Highsmith El precio de la sal. Además de ser una magnífica película en la que la siempre buena actriz Cate Blanchett y una de mis actrices fetiche Rooney Mara, están maravillosas por su verosimilitud, tiene magia. Y un recuerdo muy especial para mí, con tintes agridulces. Había vivido momentos muy felices, y me dolía la nostalgia…

En la quincuagésimo tercera SEMINCI hubo unos cuantos buenos filmes y algún que otro ladrillo. De entre todas las proyecciones, una de Islandia me embrujó: La mujer de la montaña (2018), dirigida por Benedikt Erlingsson. No pude despegar los ojos de la pantalla de lo que me estaba gustando. Lo novedoso de su discurso, la simplicidad de la historia y su forma diferente y teatral de plantearla. La belleza de la fotografía, sus metáforas y el humor dentro del drama. Estuve correteando con Halla por el bonito paisaje islandés.  En ocasiones vuelvo allí.

Son solo unas poquitas de las muchísimas películas sobre las que podría hablar. No es que las seleccionadas en esta ocasión sean más importantes o las que más me hayan gustado, o las mejores. La verdad es que la primera vez que me puse a anotar las que me habían llamado la atención, o recordaba por algún motivo especial, había apuntado sin esfuerzo casi doscientas y continuaban agolpándose en mi memoria… Y ahí me detuve…  Eran demasiadas. Tenía que escoger. Y las elegidas son algunas a las que vinculo recuerdos profundos. Claro que hay muchas más. Y las habrá en un futuro, sin duda.

Termino con la película que evoca en mí los recuerdos más vívidos, que me supone mayor dificultad describir, y que he tardado más tiempo en volver a ver: Una mente maravillosa (2001), dirigida por Ron Howard, y basada en el libro homónimo de Sylvia Nasar, una biografía sobre el economista y matemático John Forbes Nash. Muy buena película, pero lo que la hace singular para mí es la remembranza de mi compañero de visionado y su motivación para compartirla conmigo. Tras permanecer ingresado en un hospital hacía no mucho tiempo, se encontraba mejor y trataba de encontrar explicación y, sobre todo, futuro a su diagnóstico: esquizofrenia paranoide. Notaba su ágil mente abotargada. Los poemas ya no surgían y sus dedos no le obedecían cuando se sentaba al piano. A veces hasta le costaba encontrar las palabras con las que expresarse correctamente y no terminaba de reconocerse ante la imagen que le devolvía el espejo. Además todos aquellos medicamentos le convertían en un extraño alelado e hinchado.  Se sentía solo y ajeno. Mientras mirábamos la pantalla nos observábamos a hurtadillas con cariño, para no molestarnos. Hacia la mitad de la cinta me confesó: Te juro que yo escuchaba las voces igual que te oigo hablar a ti. Eran tan reales. Lo sé, le dije. Voy a terminar con una camisa de fuerza, como los locos… Yo contesté: Sólo estás enfermo, no te tortures. Continuó hablando con lágrimas en los ojos: ¿Y me seguirás queriendo cuando deje de ser yo, aunque sea un geranio con la mirada perdida? Aunque ‘zeaz un caddo boddiquedo, Idiotuz Eztupenduz’ añadí mientras me secaba la cara. Y sonrió con esa enorme sonrisa suya, la misma que llevaba luciendo desde niño, y volvieron a brillar, durante un tiempo, los destellos que siempre proyectó como un faro desde su interior.

Son solo unas poquitas de las muchísimas películas sobre las que podría hablar. No es que las seleccionadas en esta ocasión sean más importantes o las que más me hayan gustado, o las mejores. La verdad es que la primera vez que me puse a anotar las que me habían llamado la atención, o recordaba por algún motivo especial, había apuntado sin esfuerzo casi doscientas y continuaban agolpándose en mi memoria… Y ahí me detuve…  Eran demasiadas. Tenía que escoger. Y las elegidas son algunas a las que vinculo recuerdos profundos. Claro que hay muchas más. Y las habrá en un futuro, sin duda.

Pilar Cañibano Gago

Revista Atticus