Crítica La geometría del trigo de Alberto Conejero

La geometría del trigo de Alberto Conejero en la Casa de las Artes

La delicada programación de La Casa de las Artes, nos ofrece La geometría del trigo.

Gran texto escrito y dirigido por Alberto Conejero, a partir de una anécdota verídica de su pueblo que le contó en su día su madre. En La geometría del trigo, Conejero escribe lo que podríamos denominar una suerte de melodrama poético sobre la tierra, el arraigo, la necesidad de formar y dejar salir nuestra propia identidad o la fuerza de la tierra y la llamada de la sangre; a través de una historia familiar que abarca dos generaciones y que se va completando como un puzle.

La historia se compone de dos tramas paralelas, la del presente y la del pasado, dos tramas muy bien entrelazadas, donde Alessio Meloni es el creador de la escenografía, con una labor encomiable. Para la ocasión, el italiano ha diseñado un campo de tierra rectangular, con una rueda de carro medio hundida. Al fondo, una pared con una gran grieta, en los laterales dos bancos, donde se encuentran sentados constantemente los seis personajes con transiciones breves y elegantes.

Cuenta con un espléndido reparto. Joan (José Bustos) y Laia (Eva Rufo), una pareja de arquitectos en crisis sentimental, viajan desde Barcelona hasta un pueblo de Andalucía, para asistir al entierro del padre de él. Un padre al que nunca conoció; pero del que ahora una especie de fuerza superior le inclina a querer saber, a encontrar las respuestas de esa ausencia que sin embargo parece haberse convertido en una presencia constante a modo de fantasma que Joan no puede quitarse de la cabeza. Ahora, ya en la primera madurez, espera que volver a esa tierra que hoy le es ajena pueda ayudarle a entender qué ocurrió. Tres décadas antes, en el mismo pueblo andaluz, Antonio (Juan Vinuesa) minero de profesión y Beatriz (Zaira Montes) esperan la llegada de su primer hijo; a la vez que reciben a Samuel (José Troncoso), el mejor amigo de Antonio que regresa al pueblo para montar un negocio tras quince años en Francia… El feliz reencuentro entre Antonio y Samuel es observado con cierta cautela por Emilia (Consuelo Trujillo), la conservadora madre de Beatriz, al mismo tiempo que parece una oportunidad para que el minero pueda crecer laboralmente enrolándose en el negocio que plantea su gran amigo. Pero este hecho, aparentemente intrascendental, prenderá una mecha que ha permanecido candente pero oculta durante años y obligará a los personajes del pasado a tomar decisiones drásticas. Decisiones que, por supuesto, repercutirán en un futuro en el que Joan va deshilando los interrogantes de su historia familiar, para llegar a entender quién es. Tal vez inconsciente de que su relación con Laia se va al garete sin que la joven, testigo y muda de la obsesión de su novio por querer saber, pueda hacer mucho por evitarlo.

Podemos ver que el tema principal de la obra es el de la construcción de la identidad en toda su extensión. La identidad para con la tierra, la identidad sexual, la identidad para con el lenguaje y la reconstrucción de una identidad nueva identidad fuera de las fronteras que nos son propias… Los vínculos, esos vínculos que, como se dice en el texto, nunca se pierden, y el peso de unas raíces que por más que silenciemos no podemos callar. Porque, a fin de cuentas, todo echa raíces en La geometría del trigo, y todo crece como una plantación germinada que no puede evitar nacer, provocando que los sentimientos se disparen para provocar acontecimientos inevitables que repercuten en los demás. También la renuncia es un tema que aparece con fuerza en la representación: porque, en algún u otro momento, todos los personajes deben renunciar a algo para tomar el camino que han decidido… y esa renuncia va a pesar sobre todos ellos como una losa presente y futura; por tanto, aunque La Geometría del Trigo pueda parecer una función luminosa, hay en ella un poso de oscuridad latente, porque todos los personajes acaban aceptando pagar un precio.

La geometría del trigo es un viaje de norte a sur, de sur a norte, de ahora a entonces y de entonces a ahora. Una historia de tránsitos y transiciones entre tiempos, espacios, lenguas y formas de amar. Soberbia función, compleja y clara a la vez; un poderoso relato de amor y pérdida.

Algunos llegan a decirse lo que les está pasando. A otros les cuesta muchísimo, quizás porque hay muchos años de por medio. Pero siempre hay una gran verdad: cuando se dicen lo que es inesquivable, o cuando no lo dicen pero nos damos cuenta de que lo saben. Los silencios del público fueron los silencios de los personajes: primero por lo que no decían y, luego, el mutismo que provocaba lo que dijeron de golpe. Algunas frases secas de la obra que provocaron lágrimas en el espectador; “No quiero seguir con alguien que cada día está más triste, más lejos de mí. ¿Para qué quiero yo una casa, si no soy feliz en ella? Cuando nazca nuestro hijo le pondré un nombre que te haga olvidarme”. O esta hermosa clausura: “El vínculo nunca desaparece, y siempre estamos a tiempo de protegerlo”.

Un maravilloso momento que vivimos en el teatro, apostemos por la cultura…

Luisa Valares

Revista Atticus