Estatuas, sepulcros, apariciones y noches de luna llena para un drama romántico: Don Juan Tenorio

Artículo – Estatuas, sepulcros, apariciones y noches de luna llena para un drama romántico: Don Juan Tenorio. Katy Villagrá Saura

Desde el otro lado del espejo, Don Juan se calza sus botas, se pone la capa y se coloca el antifaz. Está a punto de salir a escena. Lleva veinte días (¿o quizá veintiuno? No sabe: ha perdido la cuenta) esperando a que José Zorrilla estampe su rúbrica en esta nueva versión romántica del Burlador. Me cuenta Don Juan que, hasta ese momento, jamás se había detenido; que su entrada en el nuevo siglo había sido veloz cual rayo deslumbrante; que aquellos “bárbaros del norte”, cargados de ideales, lo habían convertido en un rebelde, en un ángel caído, en un segundo Fausto. Hoffman, Byron, Grabbe, Pushkin, Musset, Gautier, Blaze de Bury o Merimée habían dado ya su visión y, ahora, esperaba ansioso la de un joven escritor español de veintisiete años que ya llevaba escritas, entre otras obras, la nada desdeñable Cada cual con  su razón (1839), la exitosa El zapatero y el rey (1841) y dos “esbozos donjuanescos”: Margarita, la tornera (1837) y El capitán Montoya (1840), leyendas que le habían impresionado sobremanera… Miro a Don Juan. Está expectante: no sabe si, en la pluma de Zorrilla, le gustará verse de nuevo. Carnal o idealista, libertino o romántico, en su rostro, se dibuja un interrogante. Eso sí: confía mucho en el genio de su autor. “Tacha y corrige lo que no le gusta –me comenta-; y no se fía nada de las musas…”

Cansado ya de tanta cháchara, me hace un gesto con la mano para que me fije en el joven Zorrilla y le deje a solas con sus pensamientos; necesita “ponerse en situación” antes de salir al escenario. Pongo entonces mi atención en el escritor que, en 1844, año del estreno de su Don Juan, era un autor a sueldo del Teatro de la Cruz, como él mismo narra en “Cuatro palabras sobre mi Don Juan Tenorio”, dentro de su libro Memorias del tiempo viejo. Escuchémoslo: “En febrero de 1844, volvió Carlos Latorre a Madrid y necesitaba una obra nueva […] Yo no tenía nada pensado y urgía el tiempo […] No recuerdo quién me indicó el pensamiento de una refundición de El Burlador de Sevilla, o si yo mismo, animado por el poco trabajo que me había costado la de Las travesuras de Pantoja, di en esta idea, registrando la colección de las comedias de Moreto; el hecho es que, sin más datos ni más estudio que El Burlador de Sevilla, de aquel ingenioso fraile y su mala refundición de Solís, que era la que hasta entonces se había representado bajo el título No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague o El convidado de piedra, me obligué yo a escribir en veinte días un Don Juan de mi confección. Tan ignorante como atrevido, la emprendí yo con aquel magnífico argumento, sin conocer ni Le festín de Pierre, de Molière ni el precioso libreto de Da Ponte, ni nada en fin, de lo que en Alemania, Francia e Italia se había escrito sobre la inmensa idea del libertinaje sacrílego personificado en un hombre: Don Juan”[1].

Nuestro autor, como vemos, se nos muestra coqueto y finge ignorancia literaria respecto al mito. Alonso Cortés lo achaca a un “error de pluma”. “De sobra sabía Zorrilla y así lo da a entender, que el Burlador era de Tirso. No es probable, por otro lado, que conociera el libreto de Da Ponte por aquella fecha. Por supuesto, sabía que No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague o El convidado de piedra era de A. Zamora…” En cuanto a Molière, Alonso Cortés da un documento sin fecha en el que Zorrilla abomina del francés y aboga, como ya hiciera en 1839, por un patriotismo literario cercano al Siglo de Oro. “Yo corregí a Moliére, a Tirso y a Byron, hallando el amor puro en el corazón de Don Juan…Yo, más cristiano que mis predecesores (en Don Juan) saqué a la escena por primera vez el amor tal como lo instituyó Jesucristo. Los demás son poetas paganos.”[2]

El interés de José Zorrilla por Don Juan se encuentra ya en sus poemas primerizos, en La mujer negra, su primer texto impreso (1835), y, sobre todo, en sus leyendas Margarita, la tornera (1837) y El capitán Montoya (1840), claros “esbozos”, como él mismo reconoce, de su Don Juan Tenorio. El protagonista de Margarita, la tornera se llama Juan y hace honor a su nombre: es bravucón, mujeriego y blasfemo; y en su rostro, se dibuja una “sonrisa diabólica”. Zorrilla incluye una escena fantástica en la que los fantasmas acosan a Don Juan. De esta leyenda, copiará más de treinta versos que se incorporarán con leves variaciones al acto II, escenas 9 y 10, de la primera parte de su Don Juan Tenorio. La enamorada del capitán Montoya es un claro antecedente de la Inés del Tenorio: es monja, se llama también Inés y trata de salvar el alma de su enamorado. En un pasaje de la obra, Montoya cree contemplar su propio entierro y, en esos momentos, oye una conocida voz que le susurra: “Si, te conozco, mi bien / abre, ¿qué tardas?, partamos; / yo soy tu amor, soy tu Inés”. Zorrilla, como podemos apreciar en estos versos, ya había fijado la identidad de su lírica con versos transparentes, fáciles de recordar, fluidos, cuya sonoridad produce una adhesión inmediata en el lector. Con relación a la visión del entierro de su protagonista, que también aparece en el Tenorio, es un motivo literario que ya aparecía en El jardín de flores curiosas, de Torquemada; en Lisardo, el estudiante de Córdoba, de Cristóbal Lozano y en El estudiante de Salamanca, de Espronceda. La conversión de Montoya, que se hace monje, tras contemplar su entierro, acerca esta obra a la leyenda del noble sevillano Miguel de Mañara. 

Escrita en 1844, desde un punto de vista cronológico, Don Juan Tenorio es la última gran obra dramática de su tiempo, el Romanticismo (la precedieron Don Álvaro o la fuerza del sino, del Duque de Rivas, 1835; El trovador, de García Gutiérrez, 1836; Los amantes de Teruel, de Hartzenbusch, 1837). Decimos: “cronológicamente”, porque sus innovaciones, como veremos, más adelante, van mucho más allá en el tiempo; pero, no nos adelantemos y volvamos a la época que nos ocupa, el Romanticismo. José Zorrilla vende, en 1844, los derechos de su obra (impresión y puesta en escena) al editor Manuel Delgado, algo de lo que se arrepentirá toda su vida[3], dado el enorme éxito de este Don Juan que, no sólo quitará de la cartelera teatral al de Antonio de Zamora, No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague o El convidado de piedra (1714) sino que también hará que Alejandro Dumas haga una segunda versión del suyo, Don Juan de Marana o la caída de un ángel, de 1836; así, en la posterior, de 1864, su protagonista se salva (cuando los fantasmas intentan llevarse al moribundo, llega Marta, le exhorta a arrepentirse y detiene las manecillas del reloj- en el Tenorio aparece un reloj de arena-. En el último instante, Marana exclama: “¡Perdóname, Dios mío!”). Además de la ya citada obra de Dumas de 1836[4], se señalan como fuentes próximas a Zorrilla la de A. de Zamora, por el posible enamoramiento del seductor (“¿Amor, cómo a un mismo tiempo/ la aborrezco y la idolatro?”, llega a manifestar este Don Juan dieciochesco) y por su ambiguo final en el que ya se intuye una probable salvación para el seductor; Las ánimas del purgatorio de Merimée (1834), cuya obra alude a la leyenda de Mañara; Le souper chez le commandeur, de Blaze de Bury (1834) por la conminación de Anna al arrepentimiento de Don Juan (“Si tu m’ echappes cette nuit, je suis perdue, hélas! / “Mas si obras mal -dice doña Inés-, causarás nuestra eterna desventura”), etc. Said Armesto, en su famoso libro La leyenda de Don Juan, afirma que la  redención de Don Juan por amor la tomó Zorrilla de Goethe, de su Fausto –no olvidemos que Grabbe escribe Don Juan y Fausto en 1829-. Y por supuesto, en esta lista de fuentes, estaría “Don Félix de Montemar, segundo Don Juan Tenorio”, protagonista de El estudiante de Salamanca, de Espronceda[5].

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[1] Zorrilla, José, “Cuatro palabras sobre mi Don Juan Tenorio”, en Recuerdos del tiempo viejo, Espasa, Barcelona, 2011, pp.100-101.

[2] Vid. Alonso Cortés, Narciso, Zorrilla: su vida y su obra, Santarén, Valladolid, 1943.

[3] Son significativas, al respecto, las siguientes palabras de Zorrilla:“En lugar de intentar acción alguna retroactiva contra mis editores, poseedores legales de la propiedad de mi Don Juan en época en que aún no existía la ley de propiedad literaria, en vez de dirigirme contra ellos, al ver que Dios alargaba mi vida más de lo que yo esperaba, me dirigí francamente al Gobierno, diciéndole: “Mi Don Juan produce un puñado de miles de duros anuales a sus editores, y mantengo con él en la primera quincena de noviembre a todas las compañías de versos de España; pero como tu ley no tiene efecto retroactivo, no por el mérito de mi obra, sino por lo que a los demás produce, no me dejes morir en el hospital o en el manicomio”. Vid. Zorrilla, José, “Cuatro palabras sobre mi Don Juan Tenorio”, op.cit., p.103.

[4] En Don Juan de Marana o la caída de un ángel también hay una apuesta; en la famosa lista, falta una monja, etc. Ya desde el estreno del Tenorio, no faltaron críticos mordaces que arremetieran contra, atribuyéndole que se había apropiado lo mejor del Don Juan de Marana de Dumas (vid. López Núñez, J., Don Juan Tenorio en el teatro, la novela y la poesía, Prensa Castellana, Madrid, 1946). Fitz-Gerald (“Some notes on the sources of Zorrilla’s Don Juan Tenorio”, en Hispania, V, 1922,pp1-7) y Thompson (Alexandre Dumas Père and Spanish Romantic Drame, Baton rouge, 1938, pp. 160-174) se declaran a favor de la originalidad de Dumas y J. K. Leslie (“Towards a Vindication of Zorrilla: The Dumas-Zorrilla question again”, en Hispanic Review, XIII, 1945, pp. 288-293), que presenta argumentos a favor de Zorrilla.   

[5] En este punto, remito a mis trabajos sobre el mito de Don Juan en el siglo XIX. Vid. Villagrá Saura, Catalina, El mito de Don Juan y el Romanticismo, Ateneo de Valladolid, 2003 y Villagrá Saura, Katy, “La redención de Don Juan”, en Gaceta Cultural, nº64, octubre 2012, pp. 33-39.

Katy Villagrá Saura

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