65 SEMINCI – Críticas Here We Are y The Disciple por Luisjo Cuadrado

65 SEMINCI – Críticas películas Here We Are y The Disciple de la Sección Oficial. Luisjo Cuadrado

La Sección Oficial de la 65 SEMINCI de Valladolid ha contado esta mañana casi invernal con dos propuestas de distinto calado entre los asistentes. Tienen en común que no es un cine que se pueda ver fácilmente en las salas cinematográficas (la esencia de la SEMINCI) pero que no dejan de tratar temas tan comunes como es el amor y la música y el papel que tienen en nuestras vidas.

La producción israelí Here We Are de Nir Bergman nos acerca hasta Israel para relatarnos las vicisitudes por las que pasa un padre con su hijo autista en el día a día. Una vida cotidiana que desde que se levantan hasta que se acuestan está presidida por el amor. Cada gesto, cada acción tiene como protagonista el amor que profesa Aharon (Shai Avivi) a su hijo Uri (Noam Imber). Todos los padres tienden a proteger a sus vástagos y en muchas ocasiones si se pasan de frenada les conduce a la sobreprotección. Uri no es como los demás niños. Es diferente. Esa diferencia marca el cuidado y el especial amor que tienen que tener sus padres hacia él. La cuestión se complica un poco cuando el matrimonio se rompe. No sabemos la razón, pero todo nos hace pensar que precisamente la razón radica en Uri. El mismo motivo que hizo que Aharon abandonara la seguridad que le proporcionaba un buen sueldo en Nueva York. Son dos personajes que están inspirados en la vida real a través de la experiencia personal de una de las guionistas de la película.

Los matrimonios se rompen en el momento en que no tienes un interés común y cada uno persigue un final. Eso ocurre con los padres de Uri. La madre mira al futuro mientras en padre, cegado, no puede ver más que el día a día. Lo que el hace es bueno para su hijo, ¿pero es lo único? ¿es lo mejor?

La rutina es lo mejor para Uri. Tiene interiorizadas las suyas porque con ellas logra calmarse. Lo mismo le sucede con la revisión constante de la película de Charles Chaplin El chico. Es su constante referente como lo es su padre. Sin ellos su mundo se desmorona.

Una película que llega al corazón por la ternura con que está narrada y la empatía que tienen los dos actores a la hora de interpretar padre e hijo. Se nota una complicidad que traspasa la pantalla contagiando al público asistente en la sala. Un público (prensa) que hemos disfrutado con la propuesta. No lo pudieron hacer ni en Cannes (donde fue seleccionada, pero no se llegó a celebrar el festival) ni en Israel donde los cines llevan cerrados desde marzo. Es la grandeza del cine y de la SEMINCI que nos acerca otros mundos hasta la puerta de casa.

La siguiente entrega de la mañana, también a concurso en la Sección Oficial, nos llevó hasta la India de la mano del director Chaitanya Tamhane con su El discípulo (The Disciple).

Sharad Nerulkar (Aitya Modak) es un joven al que su padre le introduce en la música clásica de tradición india. Decide estudiar esa tradición para alcanzar lo más alto de su oficio y así obtener reputación, para ello cuenta con su gurú, su maestro Guruji (Arun Dravid).

Al principio te sumerges en una actuación con el Guruji y sus cuatro músicos (armonio, sitar y tabla). El silencio de la sala y ese tono monocorde, como si fuera un mantra, ayuda en ese especial recogimiento. El director nos acerca a una música desconocida para una gran mayoría de nosotros. Pero precisamente ese desconocimiento y la repetición hasta la saciedad de las ragas nos lleva a desconectar de la cinta. Echo en falta que alguien nos explique que es una raga (significa literalmente «color» o «modo, estado de ánimo»), a veces también se escribe como raag y se refieren a los modos melódicos empleados en la música clásica india. Esto lo he sabido después, a la hora de hacer este comentario.

The Disciple nos habla del esfuerzo, de la perseverancia y de la resistencia para llegar a alcanzar ese grado de perfección. No es paradójico que las imágenes de las actuaciones del protagonista, en un momento dado, se alternen con el vacuo éxito de los participantes de La Voz (o Fama) en su versión india. Es tal la entrega que tiene que tener Sharad que no tiene lugar para el amor o las relaciones sociales y tienen que recurrir al sexo cibernético para obtener su satisfacción. Tradición frente a la modernidad. Entrega y sacrifico frente a la banalidad del éxito fácil y efímero de la televisión.

Cuando se desplaza en moto, buscando la concentración y el silencio previo a la actuación, Sharad no deja de escuchar a la que se ha considerado como la mejor cantante de todos los tiempos Maai, pero de la que solo existen unas grabaciones con sus enseñanzas. Todas ellas encaminadas al ascetismo: alcanzar la perfección moral y espiritual por medio de un estilo de vida austero y una renuncia a los placeres materiales. No es de extrañar que eche a un joven de su clase porque quiere simultanear la música clásica india con un grupo musical. No se puede todo.

Demasiadas ragas sin una introducción. Ese tono, ese mantra que al principio acepté con entusiasmo resultó un tanto repetitivo y cansino. Al consultar la ficha descubro con estupor que ha sido premiada con el mejor guion y el Premio FIPRESCI en el pasado festival de Venecia. No es que me ha hecho replantear mi crítica sino, más bien, descubro, una vez más, la grandeza del cine.

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus