Películas que me marcaron mi vida por Carlos Ibañez Giralda

Carlos Ibañez Giralda nos desvela qué películas le han aportado algo en su vida

Siguiendo la estela que iniciamos con Àngel Comas, hoy os proponemos la particular visión de Las películas que marcaron mi vida por Carlos Ibañez Giralda.

Si hay que distinguir lo haré por edades. Espero no ser muy pesado.

-Infancia:

El temible burlón (The crimson pirate, Robert Siodmak, 1952)

Es difícil ser niño y no desear ser un pirata, científico, audaz y guapo. Además de tener un compañero inseparable como Ojo, ese enorme Nick Cravat que tanto me gustaba, con su aspecto de trapecista y su hacerse entender sin decir una sola palabra.

Vacaciones en Roma (Roman holyday, William Wyler, 1953)

Para alguien de un pueblo pequeño, de un barrio pequeño, Roma era algo sensacional, y más cuando en el colegio sólo se hablaba de papas y catolicismo. Y descubrí la vida más allá del colegio y los dos descendientes de san Pedro, uno muerto después de 33 días de reinado y el nuevo, al que nos vendían como la nueva iglesia. Y yo, niño pobre y sin más futuro que el que mi sesera buscase, porque la sociedad ya me había buscado eso de obrero hijo de obrero, vi que la esclavitud, el amor y la integridad iban mucho más allá del oropel y las cadenas. Fue un gran descubrimiento en una noche de La Clave, cuando me portaba bien y mi madre me dejaba ver la película.

-Adolescencia:

Napoleón (Ib., Abel Gance, 1927)

Aquello fue un no respirar. Carmine Coppola había escrito y dirigido una nueva partitura y venía a la SEMINCI, cuando era la SEMINCI y no lo que es ahora, a presentarla. Fue mágico ver a la orquesta mientras el padre del maestro del cine movía esa barita mágica que es la batuta y todo entraba en su momento durante cuatro largas horas. Mil pesetas, que entonces era un dineral, para poder verlo. Nadie sabe el placer y la magia de aquella sesión matutina, de 10 a 14 horas.

El Graduado (The graduate, Mike Nichols, 1967)

Tenía que ser Buena. Mi madre iba y volvía cruzándose. Allí se hablaba de todo lo que la hipócrita sociedad española y su doble moral judeocristiana trataba de ocultar con escasísimo éxito, afortunadamente. Adulterio, amor, un joven de éxito como estudiante sin muchos amigos y Simon & Garfunkel de fondo. Aún me chifla… Y Katherine Ross también.

-Juventud (loca):

Átame (Ib., Pedro Almodóvar, 1990)

Pues la película no deja de ser una versión libre de esa joya que se llama El Coleccionista con sus extravagancias y sus habituales fotocopias de John Waters y Krzysztof Kieslowski y sólo me gustó la transgresión del buceador de juguete en la bañera y un diálogo entre Paco Rabal y Loles León: in vino veritas. Pero para mí es especial porque la vi en Roma, bajo su título en italiano Legame. El chico de pueblo pequeño, de barrio pequeño y pobre estaba en Roma. Y en enero siguiente la volví a ver en Saarbrücken, en esa Alemania recién reunificada en la que pasé ese enero de 1991 bajo su título en la lengua de Goethe, Fessle mich, todo un reto. Y aún sigue siendo especial para mí.

Drácula, de Bram Stoker (Ib., Francis Ford Coppla, 1992)

Imposible no quedar impactado por esa amalgama de género tan sumamente bien interpretados y expuestos al público con esa banda sonora, esa sangre presidiendo todo y ese erotismo entre lúbrico y peligroso que tantos Dráculas anteriores nos habían mostrado, pero no demostrado. Era cuando el Roxy nos traía magníficas películas y la sala uno, antes la sala, estaba repleta. Todo un lujo. Era enero del noventa y tres. Desde entonces la habré repasado un par de docenas de veces. Y me sigue encantando.

-Juventud (responsable):

Dioses y monstruos (Gods and monsters, Bill Condon, 1998)

Aconteció una noche de miércoles y estábamos solos en el cine. Fue fantástico. Cine para gourmets. Aquello se clavaba en el alma. Después mi acompañante me dejó en casa con una sonrisa, celebración de la amistad. Magnífica película, maravilloso instante en el que la vida se para para verme en los ojos de alguien que sabes que estará siempre ahí.

Sabrina (Ib., Billy Wilder, 1954) Era sábado y hacía frío. Me quedé solo en casa y descubrí esta joya sobre la que hasta he escrito una novela hace poco. Conocía mucho de Wilder, pero ésta me marcó. Aquella soledad que me golpeaba se vio mitigada por aquel rato de cine. Lo agradeceré eternamente.

-Madurez:

Un amor de verano (Summer lovers, Randal Kleiser, 1982)

Y el director de Grease y de El lago azul, dos bombazos de taquilla, la primera de ellas todo un clásico del género musical, decide hacer una película sobre la libertad en toda su extensión, incluida la libertad moral frente al encorsetado que nos inocularon en la mente de niños. Y lo hace en uno de los lugares mágicos de este mundo, Santorini. La vi con la persona adecuada y vi que ella veía lo mismo que yo a través de sus ojos. Y eso me hizo escribir de otra manera. La libertad, eso que tanto miedo da, me convirtió en mejor escritor gracias a su búsqueda constante, siempre como tema de fondo, aunque no de forma.

Soñadores (The dreamers, Bernardo Bertolucci, 2003)

Ésta es importante porque salí del cine diciendo que yo era capaz de contar mejor ese tema: el del Mayo del 68 y el del amor cuando éste viene en diferente forma al convencional. Y de esta insensatez por mi parte nació mi novela Almendras Azules. Así que le debo mucho al autor de alguna de mis películas favoritas, el parmesano Bertolucci, y su mente perversa.

-Inmadurez (actual)

La madriguera (Ib., Kurro González, 2016)

Y nos aconteció, con y para esta revista, entrevistar al protagonista, coguionista y productor de esta cinta. Y ahora somos grandes amigos y es un placer poder colaborar con él tantas veces como guste y desee. La película juega muy bien a conjugar el drama, la soledad y la locura. Y supongo que eso es el cine, una locura que te instala en la soledad de una butaca y te ayuda a sobrellevar el drama que es vivir, aunque tenga trazas de comedia

Cinema Paradiso, the director’s cut (Ib., Giuseppe Tornatore, 1989)

Y llegó mi amigo italiano a comer un día y ponían esta película en el canal Cinematk, y lo que parecía bueno, ya había visto la película en SEMINCI y en la televisión, pero la versión mutilada y comercial. Y aquello nos encantó. El italiano, el idioma, fluía por mis entrañas y me hacía recordar mi juventud, allí, en la península de la bota. Y me pareció mágico todo lo que allí me contaba aquel escritor y realizador siciliano. Porque mi vida había sido así y el chico de pueblo pequeño, barrio pequeño y pobre podía escuchar una película en esa lengua, la de Leopardi, y comprender todo lo que allí acontecía. Fue una gran jornada para alguien de tan reducido tamaño como yo y en el idioma de los romanos de Vacaciones en Roma.

Carlos Ibañez Giralda

Revista Atticus