Crítica película Woody Allen, Rifkin’s Festival

Un paseo por el cine y Donostia en Rifkin’s Festival de la mano de Woody Allen

Ficha

Título original: Rifkin’s Festival

Dirección: Woody Allen

Guion: Woody Allen

Reparto: Wallace Shawn, Gina Gershon, Elena Anaya, Louis Garrel, Enrique Arce, Christoph Waltz, Steve Guttenberg, Sergi López, Richard Kind, Nathalie Poza, Damian Chapa, Georgina Amorós, Yan Tual, Douglas McGrath, Bobby Slayton, Andrea Trepat, Ben Temple, Luz Cipriota, Karina Kolokolchykova, Elena Sanz, Manu Fullola, Isabel García Lorca, Ken Appledorn, Rick Zingale, Godeliv Van den Brandt, Natalia Dicenta, Stephanie Figueira, Nick Devlin, Yuri D. Brown, John Sehil

Año: 2020

Duración: 92 min.

País: Estados Unidos

Música: Stephane Wrembel

Fotografía: Vittorio Storaro

Productora: Coproducción Estados Unidos-España-Italia; Gravier Productions, Mediapro, Wildside

Género: Comedia. Romance. Drama | Cine dentro del cine. Comedia romántica

Sinopsis

Narra la historia de un matrimonio estadounidense que acude al Festival de San Sebastián. La pareja queda prendada de la ciudad, así como de la belleza y encanto de España y la fantasía del mundo del cine. Ella tiene un affaire con un aclamado director de cine francés y él se enamora de una bella médico española residente en la ciudad.

Comentario

La nueva película de Woody Allen constituye un doble homenaje. Por un lado al cine, a aquellas películas que han marcado la carrera del director neoyorquino y, por otro, a la ciudad de San Sebastián.

Nadie duda de la libertad creativa de Allen, pero las últimas entregas parecen obedecer más a la financiación del proyecto que a esa capacidad creativa.

Sus películas siguen levantando expectación a pesar de contar ya con 84 años de edad. Le pasa un poco como a Clint Eastwood. Sus proyectos siguen suscitando interés, pero Woody Allen se ha visto muy perjudicado desde que fue acusado de abusar de su hija Dylan Farrow y Amazon decidiera vetar la distribución de Día de lluvia en Nueva York (2019).

San Sebastián apareció para acoger en su seno al director de Manhattan. Sucede al contrario de lo que suele ser lo habitual. En esta ocasión es la película la que se pone a las órdenes de la ciudad y constituye un claro homenaje a su festival de cine, uno de sus eventos más internacionales (junto al Festival de Jazz). De hecho se ha aprovechado esta circunstancia para que este sea el motivo de la cinta: una agente publicitaria debe acudir al Festival acompañando a un director novel del cual se espera que se convierta en la nueva joya del cine.

Woody Allen conocía España y sabe de la rendida admiración que muchos le profesan. Ya había rodado en Barcelona con «otro encargo» como fue Vicky, Cristina, Barcelona (2008). Madrid le parecía muy calurosa y Oviedo (donde recibió el Príncipe de Asturias de las Artes en 2002) lluviosa. Por lo tanto, accedió a las condiciones de Mediapro de rodar en España, en San Sebastián, ciudad que conocía por haber ofrecido un concierto de jazz (2 de enero de 2008) con su banda New Orleans Jazz Band. 

Un antiguo profesor de cine y escritor frustrado antes de iniciar su carrera (no soporta que su novela no sea la mejor del mundo, por lo tanto no se arranca a escribirla), Mort Rifkin (Wallace Shawn) decide acompañar a su mujer Sue (Gina Gershon) al Festival de Cine de San Sebastián, en España. Ella es una agente publicista que represente a su cliente: un joven y prometedor cineasta francés, Philippe (Louis Garrel). Mort teme que si deja sola a su mujer caiga en las garras del apuesto director. Además, quiere aprovechar ese viaje para retomar esa lucha interior que tiene para escribir esa gran obra que le lance a la fama.

Rifkin enseguida siente celos de Philippe. Es joven, es apuesto, es el centro de atención de la prensa y está colado por su mujer. Mort tacha de banal su película en contra de la mayoría de los críticos que alaban su creación (una película sobre la guerra) hasta el punto de considerar que se tenía que proyectar en la ONU por su mensaje no beligerante.

Angustiado, Mort vaga por Donostia reencontrándose con viejos conocidos del mundo del cine. Uno de ellos le recomienda un médico para ese dolor de pecho que acusa en los últimos días, la cardióloga Joanna «Jo» Rojas (Elena Anaya). Al conocerla su estado de ánimo cambiará de forma radical. Una serie de afinidades y el amor por el cine provoca un acercamiento entre ambos. La doctora está casada con un impetuoso pintor, algo chaveta, Paco (Sergi Lopez) que constituye una fuente de conflictos. Jo está atrapada en una relación tóxica: Paco se cree que por ser un genio, un artista, está por encima del bien y del mal y no tiene porqué rendir cuentas a su mujer de las infidelidades que una y otra vez comete. Es de los que piensa que con decir lo siento está todo solucionado.

Mort y Jo pasan horas juntos mientras disfrutan del recuerdo de los grandes clásicos, motivo por el cual Mort vuelve a mirar al futuro con esperanza. Mientras, Sue se pasa las horas con Philippe lo cual le hace replantearse su matrimonio. Curiosa circunstancia: tanto a Mort como a Sue se les abre un futuro lleno de luminosidad.

Mort y Philippe son dos hombres totalmente opuestos. Mientras que Mort está en el crepúsculo de su carrera, Philippe se encuentra en el inicio de lo que parece un meteórico ascenso como director cinematográfico. El primero es bajito, rechoncho, nada agraciado físicamente aunque tiene mucho tirón por su arranque intelectual. Demasiado preocupado por ser un hombre trascedente. Y sin embargo, el otro es todo lo contrario: alto, guapetón, casi una sílfide, pero con más huecos en la mollera. La vanidad y el encanto de la juventud. Y encima… pretencioso.

En esta ocasión Allen ha escogido a Wallace Shawn como su alter ego. Quienes seguimos de manera asidua al director neoyorquino al contemplar a este actor estamos viendo a Woody Allen (circunstancia acentuada por el doblaje de la voz). Sus paranoias como la preocupación constante por la salud, o el tema recurrente de los judíos. Ahí está Woody en estado puro. En otras ocasiones escogió a alguien joven, pero aquí lo clava, ya que lo que prepondera es la capacidad intelectual del protagonista (con esa labia conquista a las mujeres) por encima de la belleza. Shawn desprende un aura especial y hasta resulta creíble que pueda suscitar interés en la joven y bella Jo (a la sazón Elena Anaya). Pero sin suscitar la envidia de Philippe (él va sobrado de sex appel). Es un hombre que está más tiempo en las nubes que en la tierra y, a veces, permanece en sus ensoñaciones confundiendo la realidad con la ficción.

Hasta ahora, lo que hemos visto, se desarrolla en la Bella Easo. El otro homenaje es al cine en general, pero al cine clásico en particular, ese que sus autores convirtieron en una forma de arte. Algo que era un entretenimiento lo elevaron al séptimo arte. Woody Allen se las ingenia para hacer constantes referencias a las grandes películas que le debieron de marcar. Ya sea por las ensoñaciones de Mort (en blanco y negro) o por sus comentarios de esos sueños y recuerdos el caso es que aparecen escenas con una estética similar al de cintas como: Jules y Jim (François Truffaut, 1962), El séptimo sello (Ingmar Bergman, 1957) –película que ya le había rendido un pequeño homenaje con la referencia que hizo en otro película, Scoop-, Persona (Ingmar Bergman, 1966), Ciudadano Kane (Orsons Welles, 1941), El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962), Amacord y Ocho y medio (Federico Fellini, 1973, 1963), o Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1960). Esa similitud de planos y estética muestra un profundo respeto, eso sí, con un toque de fino humor e irónica sensibilidad, al séptimo arte.

La película obedece a un esquema muy sencillo y repetido, tanto en la filmografía de Woody Allen como de otros directos. Obedece a algo tan elemental como eso de dos personas se conocen y a partir de ahí quieren estar juntas. Esto se puede aderezar con todos los condimentos que se quiera: uno de estos es que ya tienen pareja alguno de ellos o las tribulaciones que todos llevamos y que muchos se cuestionan como lo hace el protagonista: qué lugar ocupa en el mundo. Y ese esquema se desarrolla de tal forma que a lo largo de la película se tienen que sortear una serie de obstáculos para poder llegar a ese final deseado… o no. De eso se trata.

Woody Allen ha sabido conjugar su pasión por el cine con su amor a Donostia en una creación que no está exenta de interés. No será de las mejores películas del realizador. Atrás queda el fresco humor de sus primeras obras en las que también era actor como Toma el dinero y corre (1969) o las hilarante Bananas (1971) o Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar (1972); o las geniales, en plena madurez, como Annie Hall (1977) o Manhattan (1979). También está lejos de películas tan creativas como La rosa púrpura del Cairo (1985, ruptura de la cuarta pared) Un final made in Hollywood (2002, un director que a media película se queda ciego y consigue terminar la misma) Melinda y Melinda (2004, la historia de dos mujeres idénticas, una feliz y la otra desgraciada) o Desmontando a Harry (1997, aquel personaje desdibujado). Avanzada su carrera, nos ofreció películas magistrales como Misterioso asesinato en Manhattan (1993), Match point (2005), Medianoche en París (2011) o, una de mis preferidas, ya en esta etapa final, Blue Jasmine (2013). En definitiva, Rifkin’s Festival no será de las mejores cintas, pero tampoco es de las peores y está muy por encima de algunas de las películas que se hacen ahora. Precisamente ese es el acierto de Allen. Hay una velada crítica a los festivales de cine. Esos festivales en los que se presentan cintas de dudoso gusto de la mano de directores pedantes y engolados que se pasean por la terraza del María Cristina (o por nuestra Plaza Mayor) esperando que le asaltan los periodistas o sus fans incondicionales. Como es el caso del director francés, Louis Garrell, pedante y la mar de presuntuoso, protagonista de Rifkin’s Festival: un director que se cree que con sus películas puede conseguir la paz (incluso entre palestinos e israelíes). Siempre encontraremos en sus películas escenas geniales, algunos buenos diálogos con frases para la posteridad. Tal vez, un pero que se le pueda achacar a Allen en esta cinta es que hay un abuso de estereotipos en sus personajes. Personajes como el afamado pintor (sobrepeso, alcohólico, mujeriego, desnortado), la cardióloga (mujer histérica que se le acelera el pulso cuando discute con su pareja) o el director novel (caricaturesco guaperas «enfant terrible»).

Sorprende, una vez más, el casting, con un elenco muy interesante. Wallace Shawn ya había trabajado a las órdenes de Woody Allen siempre en papeles secundarios, alguno de ellos inolvidable, Manhattan, La maldición del escorpión de Jade o Melinda y Melinda. Es como si viéramos al mismismo director neoyorquino. Muy convincente como neurótico y atribulado.

Exuberante Gina Gershon solo tuvo que interpretarse a sí misma o eso pidió su director. Se dio a conocer en Showgirls (1995, Paul Verhoeven) luciendo palmito. Aquí encarna a esa mujer madura de rotundas formas y con una guapura que no es de extrañar que haga estragos en el alma arrogante del director francés. Louis Garrel era la primera vez que actúa con Allen. Lo mismo ocurre con Elena Anaya y Sergi López. Ambos superen con creces el listón y engordan su extenso currículo. Algo parecido sucede con el veterano Christoph Waltz. Aparece con un papel muy breve pero que le saca partido.

Hay otro personaje femenino más: Donostia. La ciudad requería una dedicación especial. Ese aspecto técnico tan importante viene de la mano de la fotografía. Hay dos aspectos fundamentales. Por un lado el propio retrato de la ciudad. No sale tan bien parada como sucedió en la última película de Vitorio Storaro. Tal vez la climatología provocó que la ciudad pecara de tonos fríos, insulsos. No he visto la ciudad que enamora. Y por otro lado, al plantear dos mundos diferentes, uno en el de la realidad y otro el de los sueños, se tuvo que recurrir al color para el primero y al clásico blanco y negro para el segundo. Storaro ya había trabajado a las órdenes de Woody Allen (magnífico fue el tratamiento que dio a la luz en su anterior película -la referida Día de lluvia en Nueva York-). A pesar de que soñamos en color, el director recurre a algo más lógico como el blanco y negro para esas ensoñaciones, dejando la luz para la realidad. Con este recurso consiguió establecer un diálogo visual. Es en ese mundo onírico o esa evocación de la vida de profesor de cine cuando recurre a las grandes películas de Truffaut, Godard, Fellini, Orson Wells o Bergman.

Habrá que esperar esa quincuagésima película quizás como colofón de una exuberante carrera de uno de los hombres que pasará a la historia del cine como uno de los grandes. Woody Allen se ha empeñado en ser, primero, un artista y, segundo, un director de culto (eso que está a punto de desaparecer). Hay que tener el espíritu muy dispuesto y clarividente para decidir, siendo muy joven, cambiarte el nombre y dejar de ser Allan Stewart Konigsberg (Nueva York, 1935) para pasar a ser conocido como Wooy (Heywood) Allen. Ha sabido mirar en el pasado y ha conseguido rendir tributo a aquellos autores (curiosamente la mayoría europeos) que elevaron a la categoría de arte el cine. No recurre al cine-dulcificador sino que nos muestra casi sin tapujos una realidad en la que nos retrata las vergüenzas de nuestra especia. Conjuga sabiamente drama y comedia con un don innato.

Así lo supo ver el jurado que le concedió el Premio Príncipe de Asturias de la Artes en 2002. Y lo justificó asÍ:

«Su gran talento creador y su trabajo como escritor, guionista, actor y director cinematográfico, expresado en las treinta y dos películas que lleva realizadas hasta este momento, han hecho de él un hombre clave en el último tercio de la historia del cine. Su ejemplar independencia y su agudo sentido crítico le perfilan como un ciudadano del mundo anclado en Nueva York. Toda su obra goza de un estilo propio y su experimentación en todos los géneros, desde el cine negro al musical, pasando por la tragedia griega y la reinvención de la comedia, ha contribuido al desarrollo del séptimo arte. Además, su irónica sensibilidad ha establecido un puente de unión entre las cinematografías americana y europea, en beneficio de ambas».

Os dejo un tráiler como suele ser habitual:

https://youtu.be/X0HuZi4JCxM

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus