Editorial – Cultura y su ministro

Cultura y su ministro en España – Editorial

«La fortuna sonríe a los audaces». Eso sentenció en un verso de La Eneida el gran Virgilio, el luego convertido en personaje y compañero por Dante Alighieri quien puso en boca de Odiseo, nuestro latinizado Ulises, otra frase pintiparada para este ministro y su comparecencia ante los medios: «por conocer el mundo como experto y al hombre con sus vicios y cultura». Pues bien, Rodríguez Uribes, dejó claro que no es audaz, con lo cual la fortuna no le hace ni una mueca, ni es experto en este mundo donde el hombre está lleno de vicios, pero también de cultura, que es lo que da un prurito de calidad a un pueblo hasta identificarlo o simplemente ser algo más, uno más y ser uno más, todo el mundo lo sabe, es ser uno menos. Y eso dejó claro que era este ministro; uno menos.

            Habló de ERTEs, como si el creador, el cooperativista de teatro o de una galería de arte fuese un señor con una tarea mucho más específica y sin idiosincrasia y particularidades propias. El sueño lúbrico de otros gobiernos está en su mano: controlar hasta destruir este mundo, la cultura. Pero no al estilo miserable de Felipe González, que decidía qué y qué no era cultura, al menos hasta que llegó Carmen Alborch y frenó en seco eso de la cultura oficial, término tan obsceno que se comenta per se. O a la manera del último gobierno subiendo el IVA hasta asfixiar a todo aquél que se mofase de él, su inacción y toda la corrupción en derredor. Rodríguez Uribes propone la inanición por inacción para el sector, diluyendo su hacer (es decir no hacer) en la generalidad y escudándose en Orson Welles y una de sus sentencias maravillosas que, por cierto, hizo tras decir que de vez en cuando hacía películas malas para poder vivir (es decir, él sí que hacía, a diferencia del ministro que nos ocupa). Aquí, si hubiésemos sido Uribes y su decidida disolución en la generalidad y la excusa de qué mal está todo, hubiésemos puesto otra gran frase del mago de Kenosha: «El enemigo del arte es la ausencia de limitaciones», porque, desde luego, el otro día (martes 7 de abril en su comparecencia ente los medios) dejó claro que ahora decir cultura es decir restricciones hasta emular el nombre de la banda que fundara Mark Knopfler haciendo una broma sobre la situación económica del primer batería de la banda, Pete Withers, que vivía de la ayuda social, y cuya traducción más acertada para Dire Straits sería «Pasarlas Putas», que es a lo que condenó este ministro a la cuarta industria nacional y la bandera ante el mundo de nuestro país.

Porque decir España es decir Picasso, Goya, Dalí, Velázquez, Cervantes, Lope, Calderón, Generación del 98, también la del 27, por no hablar de Turina, Falla y tantos otros que nos representan o representaron. Como español era un orgullo ver en Viena fotos de Carreras, Caballé, Domingo o Frübeck de Burgos en el Musikverein o en la Ópera del Estado, la del Kartner Ring, o que pintores como Pantoja de la Cruz tengan una sala en el Museo de la Historia del Arte vienés, o que dos pinturas de Alonso de Berruguete compartan sala con el Tondo Doni de Miguel Ángel, en los Oficios de Florencia, pero también gente viva como el grupo de teatro y artes escénicas Kull d’sac ganando el premio del público por un montaje en México o como Barceló es el elegido para pintar el fresco del techo del Salón de Plenos de la ONU en Ginebra; por no hablar del gran Augusto Ferrer-Dalmau con sala propia en el Museo Nacional de Tbilisi, en Georgia… Pero esto no lo ve Uribes, ya diluido en esa generalidad que ahoga y ahogará a tantos dentro de un gobierno que se dice social, pero que aún no ha pedido que se nos devuelvan los casi sesenta y cinco mil millones de euros, intereses aparte, regalados a la banca para sanear sus cuentas fraudulentas.

            ¿De qué van a vivir los creadores y quienes dependen de ellos? Músicos, tramoyistas, decoradores, diseñadores de vestuario, directores de fotografía, montadores, técnicos de sonido y un largo etcétera de oficios emanados de que una vez alguien se sentó a escribir sobre una hoja en blanco o un pentagrama algo para que todos ellos eligiesen esa profesión u oficio.

            ¿Tanto pánico da a los políticos que haya gente que no desee plegarse a la estrechísima senda intelectual por ellos marcada? ¿Tanto poder posee un trazo, una frase, un verso o una coda final como para decidir intentar confundir, primero, en esa mezcolanza con el deporte, que debería tener su propio ministerio, y después destruir a cada uno de los que deciden que tienen algo que contar al mundo?

            Y se escuda para sus decisiones en reuniones por videoconferencia con asociaciones, homólogos europeos (de quien parece no haber aprendido nada a tenor de lo que han hecho Alemania, Austria o Francia con su cultura al declararla fundamental para el Estado) y otras con los consejeros autonómicos, alcaldes y rectores de la FEMP para defender unos valores, los mismo que le costaron la cabeza a Luis XVI y su esposa María Antonieta, y que centran la acción europea (tampoco debe estar muy informado: porque libertad cada vez menos, igualdad se encargó uno de su partido de romperla con sus políticas neoliberales; y fraternidad, después de escuchar a Rutte y a Merkel, que nos explique este señor dónde queda).

            Hasta ahí su exposición para decir que no va a hacer nada por la gente que debería defender a muerte porque, repito, son lo que dan a un país calidad o sólo cantidad y aquí llega una de nuestras sentencias favoritas: «mil veces se hundió la economía de Roma y siguió existiendo el Imperio. Una sola su cultura y desapareció». Pero ésta no la debe saber el ministro que hundió definitivamente su figura tras las respuestas a los periodistas, que por fin aparecen y, así, el ínclito Oliver no las puede manipular.

            Aquí, soltó que no había fondos específicos porque todo estaba en los fondos generales («No hemos movilizado fondos específicos porque hemos movilizado fondos transversales. Esta crisis afecta también a cultura y deporte, pero no solo»). Sensibilidad hacia el sector: cero, pero dinero público para que Telecinco nos siga mostrando sus distintos Sálvame, sí.

            En la siguiente emuló lo que estaban haciendo la gente de la cultura con la del deporte, cosa del todo injusta, porque creo que ningún miembro de la cultura española alcanza los contratos que el fútbol, el tenis o la NBA tienen, ojalá, habría más dinero en el erario público (a no ser que empezasen a hacer lo de Fernando Alonso ese español de casco, pero no de impuestos, vive en Mónaco, el muy español de boquilla).

            En la siguiente me recordó a Woody Allen: «si quiere ver un paleto venga a Nueva York, cuánto más de la América profunda se es, más se vocifera todo lo que hay y acontece en Nueva York». Pues eso hizo Uribes: sólo habló de las iniciativas de lugares de la cultura sitos en la capital de España a través de internet, tales como el Museo del Prado, el Reina Sofía, el Thyssen o el Teatro Real… A los demás ni se les ve ni se les espera (¿es o no extrapolable la cita de Allen?).

            Se le pregunta por los festivales culturales del verano y se vuelve a escudar en los expertos de la pandemia, pero no cuenta ningún escenario posible, ni cómo se trabaja para alcanzar dichos contextos.

            Cuando se le interroga por las ayudas directas, como en Francia, habla de otras fases y que «en conciencia, ya ha dicho que lo primero es la generalidad» (¿La de Valencia o la de Cataluña? Porque la generalidad de los ciudadanos que trabajamos en cultura es la de convertirnos en azucarillos en el océano, cosa que a él le debe importar poco o nada a tenor de que se parapeta en el giro «en conciencia»).

            Del resto es mejor ni hablar para no aburrir a los lectores, pero la pobreza intelectual de este ministro y la decepción que su inmovilismo absoluto por su sector ha generado en tantísimos buenos profesionales eso sí es para hablar y debatir mucho. No es momento de pedir responsabilidades, ahora, que no dude que lo haremos cuando esto pase. Necesitamos un ministro del ramo, no un señor que tiene toda la pinta de ser un adicto al palco del Bernabéu y no un señor que se sienta en una sala de un teatro experimental a ver el esfuerzo de un grupo de personas por tocar el alma y el cerebro de todo aquél que acude a una representación.

            Y terminamos con otra frase de Orson Welles para que sepa que este señor era inteligente y no un mercachifle político que se pueda usar y tirar en frases sacadas de su contexto para ser aprovechadas miserablemente: «El escritor necesita una pluma, el pintor un pincel, el cineasta todo un ejército».

Pues necesitamos comer todos, el de la pluma, el del pincel y el que dice corten y su ejército, término extrapolable a teatros, orquestas, óperas y demás actividades culturales colectivas. Esperamos que lo aquí escrito refleje lo tristes que estamos desde Revista Atticus y si no, nos agarraremos al epitafio de Billy Wilder:

«Sólo soy un escritor, pero es que nadie es perfecto».

Revista Atticus – Por la cultura