Crítica serie de TV – True Detective

Series en tiempos de coronavirus

True Detective

            Dicen, los pontífices de lo audiovisual, que al igual que otros pontificadores, deberían hablar desde la experiencia y no desde la referencia, que para que una serie funcione debe mantener siempre un protagonista y una trama. Pues True Detective se salta a la torera este principio porque lo que importa es el título: detectives de verdad (regresando al tema de la ignorancia de nuestro propio idioma que tenemos. Enhorabuena a las sucesivas leyes educativas: han logrado analfabetos, supuestamente, políglotas).

            Pero centrándonos en la serie y en las tres temporadas emitidas hasta el momento lo importante es la historia que cuentan, que los policías no son héroes que salven el mundo cada día, ni son tipos que aborten desde dentro una red de terrorismo internacional y siempre detengan al malo, porque a veces “el malo” son ellos o porque son prisioneros de su pasado y todas las desgracias que no han sido capaces de superar sino simplemente de sobrellevar. Y la estética: idéntico guion técnico para rodar sobre diferentes guiones literarios, arcos cromáticos similares, identificación del bien y el mal por la luz con la que trabajan los diferentes protagonistas… Y una sintonía que se va metiendo en el cuerpo hasta tocar los tuétanos con ese sonido del sur y de frontera de Far from any road(Lejos de cualquier camino) hasta las notas de cierre, siempre subrayando algo de lo que ha pasado.

            Así, la primera temporada, con un colosal Matthew McConaughey, al que ayudó su acento vernáculo tejano para desarrollar su papel de policía estatal de Luisiana trasladado desde el Estado de la Estrella Solitaria. Con un compañero paradigma del hipócrita de moral judeocristiana, y eso incluye fe y líos de faldas continuos, que encarna el siempre efectivo, aunque a veces demasiado efectista, Woody Harrelson. El asesinato ritual de una mujer, que parece Cernunos el dios celta, por aquello de que lleva puestos unos cuernos de venado en la cabeza va conduciendo al oscuro mundo de las sectas y la prostitución de carretera y, en último caso, a la pobreza de esos estados del sur, perdón, miseria, porque la pobreza es digna y la miseria encierra todo tipo de pecados.

            Es obligatorio escuchar bien los diálogos y fijares en los encuadres, a veces desafiantes a la ley de los tercios de los directores de fotografía, para no perderse ni un detalle, un poco al estilo del cine de los Cohen. Y después encontrar las líneas temporales para no disiparse en buscar las cosquillas a la línea de guion sino dejándose explicar las cosas, porque el tiempo, y eso lo sigue la serie como una de sus máximas, pone a todos en su lugar.

            Fue un éxito de crítica y público. HBO obtuvo un millón de suscriptores adicionales gracias esta temporada. Pero llegó la segunda y jugar al rococó en las series es peligroso, o se pierden los guionistas o se pierden los espectadores y, lo peor, es que la mayoría de las veces se pierden ambos.

            De la pobreza del sur, que tan bien reflejó Alan Parker en Arde Mississippi, pasamos a la soleada y corrupta California y las líneas temporales se cambian aquí por líneas de investigación a tres bandas sobre la corrupción política. Colin Farrell resulta cargante desde el minuto uno y su personaje le sobrepasa al no saber aguantar la cámara, incluso le pasó con un maestro de este tipo de primeros planos largos y elocuentes como es Terrence Malick en su sobredimensionada Nuevo Mundo. Y lo tratan de aliviar con su corruptor, el mafioso que interpreta ese buen actor llamado Vince Vaughn, que cuando se le dirige hace desaparecer ese juerguista de escasos recursos interpretativos en el que está encasillado y su inteligente esposa, la británica Mary Reilly. Pero como no da para mucho porque ya estaba contado lo de la desgracia personal en uno de los personajes de la temporada anterior nos colocan una segunda protagonista con tendencias ninfomaníacas y un policía estatal con novia, pero con una homosexualidad latente que le hace muy desgraciado. Y con todo esto lían una historia de mafia, asesinatos y corrupción pésimamente resuelta y que te hace pedir que se acabe la temporada en el episodio cuatro. Los diálogos están más manidos que los de Los Serrano y traicionan el espíritu de la primera temporada con excesos y vulgaridades, exageraciones de situaciones que nos mostró ya con maestría Scorsese y nos subrayó en alguno de sus guiones Oliver Stone. La crítica se cebó y HBO prometió una tercera temporada diferente.

            Y tres años y medio después, al comenzar 2019, los nuevos ocho episodios fueron puestos en la parrilla de la cadena de pago. Y la producción retomó brío, brillo y belleza. Tres líneas temporales sobre la desaparición en la distante, y desconocida, Arkansas de dos hermanos, un niño y una niña, y dos detectives de 1980, uno negro, Mahershala Alí, que venía de impresionar a la crítica por sus interpretaciones cinematográficas en Moonlight y The Green Book; y uno blanco, Stephen Dorff, que no da para más; para buscarles.

            Hay una segunda línea temporal diez años después, 1990, donde dos fiscales del estado interrogan al policía moreno y éste se siente contrariado por un caso aparentemente cerrado tras aparecer el cadáver del niño, aunque no el de la niña, que ahora parece que hay pruebas de que esté viva y deben volver a hacer el rompecabezas, empezando por su esposa, la maestra de los niños, ahora convertida en algo más que un testigo y una educadora para ser su cónyuge y escritora de un libro de investigación sobre el caso que se cae a pedazos tras esta revelación de la fiscalía.

            Y para coser todo tenemos una tercera línea temporal, en la actualidad, donde el policía, ya demasiado viejo y enfermo degenerativo cuenta a una periodista todo lo que pasó y hasta dónde llegó él en el año ochenta y el ministerio público una década después. Y todo va encajando, sin forzar las tramas, sino otorgando una linealidad sin fin, casi circular que cierra sin alharacas ni redobles la entrevista y la actualidad.

            Y todo volvió a su sitio y la serie nos volvió a dejar boquiabiertos más que la labor de tiralevitas del secretario de estado de comunicación y sus preguntas seleccionadas y sin posibilidad de repregunta: es estado de alarma no de sitio, presuntos demócratas. Claro, que anoche comprobamos la falta de respeto de alguno de los de línea editorial cercana al saludo romano con opiniones de cuñado que no ayudan a conducir al barco a puerto, recordemos que ahora es lo que debemos hacer: poner rumbo y salvar todas las vidas que podamos. Una vez en tierra firme será tiempo de incendiarias verborreas pagadas desde el lado oscuro y exigencias de responsabilidades, que las hay, aunque el felpudo que presentaba los informativos de Cuatro no permita repreguntar.

            Disfrutemos de True Detective, sobre todo de su exquisita primera temporada y de cómo se debe colocar la línea espacio tiempo para que la trama no pierda aire nunca de la tercera. Feliz confinamiento.

Ficha

Año: 2014

País: Estados Unidos

Director: Nic Pizzolatto (Creator), Cary Joji Fukunaga

Reparto: Matthew McConaughey, Woody Harrelson, Michelle Monaghan, Michael Potts, Tory Kittles, Kevin Dunn, …

Género: Serie de TV. Intriga. Thriller. Drama | Crimen. Policíaco. Asesinos en serie. Secuestros / Desapariciones. Drama sureño. Vudú. Buddy Film. Miniserie de TV

Sinopsis

Serie de TV (2014). 8 episodios. Dos detectives de Lousiana, Rust Cohle (Matthew McConaughey) y Martin Hart (Woody Harrelson), vuelven a investigar el difícil caso de un asesino en serie en el que ya habían trabajado. Obligados a regresar a un mundo tan siniestro, el avance de la investigación y el mayor conocimiento mutuo les enseñan que la oscuridad reside a ambos lados de la ley.

Os dejamos un tráiler:

Carlos Ibañez – Pilar Cañibano

Revista Atticus