Crítica teatro – Jauría de Jordi Casanovas

Valladolid – Sala Concha Velasco, LAVA

Sábado, ocho y media de la noche. Está a punto de comenzar Jauría. Hay un silencio en la Sala Concha Velasco que no suele ser habitual por estos lares. El argumento es sabido: fiestas de San Fermín; ellos son cinco, son la Manada… Lo hemos leído en periódicos y foros y visto en televisión, amén de los que se han leído las sentencias. Pero el público quiere saber la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

María Zambrano dejó escrito en El origen del teatro (1986) “No se trata en el teatro de hacer saber, de dar a conocer nada, de fijar simplemente en la memoria hechos que merecen ser indelebles; se trata ante todo de revivir, de hacer resucitar algo que ya pasó, más que de algún modo ha de seguir pasando, y no solo para que se sepa y no se olvide, sino para que sea vivido”.

Jordi Casanovas no duda en tomar al espectador como rehén. Quiere que piense que se posicione, que sufra, que empatice, que odie, que maldiga, que golpee… Quiere que salgan a la luz todos sus impulsos. Capturar toda la energía que se respira en la sala. Y que sienta miedo y lástima. El miedo duele, duele de verdad.

El acto de escuchar la voz, decía Barthes, inaugura la relación con el otro, la voz que nos permite reconocer a los demás, nos indica su manera de ser , su alegría o su sufrimiento, su estado, sirve de vehículo a una imagen de su cuerpo, y más allá del cuerpo, a toda una psicología. La voz de María Hervás atiza el patio de butacas y le atrapa para que sea parte y reflexione sobre lo que está viendo, sobre lo que está experimentando en esta función teatral. “Tenía que seguir, Tengo 20 años. Me queda mucho”.

En Jauría hay un proceso donde los intérpretes y el público sufren un cambio, una metamorfosis al enfrentarse por igual al sufrimiento, al dolor, al engaño. Hay mucho talento en las tablas esta noche. La iluminación de Juan Gómez Cornejo y la escenografía y vestuario de Alessio Meloni es tan sencilla como verdadera. El espacio claustrofóbico se convierte en un arma arrojadiza de la realidad latente,  prueba de que el espectáculo está muy bien engrasado y funciona de perlas.

“¿Ves? “Le dijo Marcuse a Habermas, “Ahora ya sé en qué se  fundan nuestros juicios de valor más elementales: en la compasión, en nuestros sentimientos por el dolor de los otros”.

Marcos Pérez

fotografías: Vanessa Rábade

Revista Atticus