Póquer y cine: José Luis Cuerda

José Luis Cuerda (18 febrero 1947 – 4 febrero 2020)

«Sentada junto a la carretera, contemplando el carro que sube la cuesta hacia donde está ella, Lena piensa: “Vengo de Alabama, buena caminata. Todo el camino, desde Alabama a patita: buena caminata”».

William Faulkner, Luz de agosto

Cita que abre la novena edición de Amanece que no es poco

José Luis Cuerda

Contaba Cuerda que él llegó al cine gracias a que su padre, un obrero de la timba en Albacete y alrededores, ganó un piso en Madrid. Y a éste se trasladaron, para que los niños tuviesen más posibilidades, para que él pasase a ser autónomo de las cinco cartas. También contaba que, en una ocasión, estudiando ya Cinematografía, aparecieron dos señores encorbatados en casa y se llevaron un jamón de pata negra de la cocina tras un breve saludo a la madre de familia y mientras José Luis desayunaba en pijama en esa misma sala.

Y, así, comenzó su carrera cinematográfica. Primero en la televisión, esa escuela tan denostada y que ha cambiado joyas como La Cabina, Historias para no Dormir y otras muchas por sandeces de consumo para onanistas y fronterizos, según definición de DSM-IV. Pues Cuerda dio sus primeros pasos en este medio con Mala Racha y, sobre todo, El Túnel. Ya había dirigido, mientras Franco agonizaba y con él su régimen cleptócrata y cruento (o eso creíamos o nos han hecho creer), un episodio de Cultura 2, pero fue en esa España convulsa y de transición donde el director albaceteño asentó su manera de ver el cine, a veces demasiado influenciado hasta parecer que la película y el guion los había tomado de algún neorrealista italiano, pero paulatina e inexorablemente el sello de José Luis Cuerda comenzó a verse en su forma de rodar, con la cámara siempre al servicio de la historia y con detalles de humor absurdo, de astracanada mezclados con historias duras, eróticas, escondidas y recónditas en esa España tan bella como repleta de miedos que habían dejado años de venganzas y paseíllos por ambos bandos.

Y le llegó su primera gran oportunidad, adaptando a Wenceslao Fernández Flórez tras un debut errado, Pares y Nones (1982), aunque le diese cierto nombre entre los que buscaban la nueva comedia madrileña, todos sabemos que este término lo creó algún paleto llegado de provincias, porque esa misma comedia se podía rodar en cualquier rincón de España si hubiese tenido los medios que se daban sólo a la falsa industria capitalina dentro de aquella necesidad del gobierno de controlar la cultura hasta oficializarla. Con El Bosque Animado (1987) Cuerda cosechó éxitos de público, crítica, vídeo club, que en aquellos años era algo importante, y premios, incluidos los recién nacidos Goya, con un elenco coral estupendo y un corifeo para enmarcar interpretado por Alfredo Landa. E incide en temas gallegos, pero universales, aunque sin llegar a los delirios de astracán que rezumaba su anterior proyecto, Total (1983), primera joya de la trilogía que completaron Amanece que no es Poco (1988) y Así en el Cielo Como en la Tierra(1995) sobre la ruralidad del fin del mundo, entre el esperpento, el absurdo y el humor más refinado y todas versando sobre la metafísica del día a día.

Amanece que no es poco

En el medio de todo esto, y ya siendo un director consagrado, intentó variar su cinematografía para no emular a Hitchcock y su célebre frase sobre el estilo que es la forma más refinada de autocanibalismo. Dio un golpe de timón a su carrera con una historia de sexo y posguerra con La Viuda del Capitán Estrada (1991), tremendamente fallido y alejado de lo que parecía, en principio, una obra de Graham Greene reconvertida en excusa para ver la bonita figura y piel de Anna Galiena. Y después se nutrió del erario público para hacer La Marrana (1992), con un guion que flojeaba por todas partes y demasiado dinero para tan poquito. Se salvaba alguna interpretación y su presentación en aquella edición de la SEMINCI obtuvo más aplausos cuando hablaron él y Alfredo Landa que la cinta tras su visionado. Pero cualquier tema, por muy colateral que fuese, que tuviese que ver con el quinto centenario del descubrimiento se llevaba dinero de aquella España de fastos que recordaba a la descrita por Pinheiro da Veiga de aquel Valladolid del Lustro de Oro, aunque esta vez fuese en forma de una Exposición Universal, unos Juegos Olímpicos de verano y una capitalidad cultural que pagábamos todos y disfrutaban unos pocos.

Con todo esto Cuerda creó todo un subgénero: la ruralidad metafísica. Se hizo el principal vocero de lo que ahora denominan la España Vaciada, y que en realidad es la España Saqueada. Empezó por esa obra maestra del absurdo que ya hemos citado que es Total, pero había alcanzado su culmen con Amanece que no es poco, donde un pueblecito pequeño, castellano, está poblado por un sinfín de personajes que muestran el microcosmos de ese Madrid de fin de milenio, pero reducido todo a una villa castellana de ínfimo tamaño. Hay estudiantes extranjeros, sudamericanos que plagian a Faulkner, minorías étnicas, un asesino, un borracho que se aparece, un melonar donde surgen personas, una agostada allí desde hace siglos, y un profesor de universidad en Estados Unidos además de las fuerzas vivas de cualquier pueblo: el alcalde (necesario no contingente), el cabo de la Guardia Civil (que no le va a enmendar la plana a Madrid), el maestro (que siempre anima a sus alumnos) y el cura (siempre oscuro).

Con esta película Cuerda alcanzó los altares del cine, nunca después volvió a ellos, salvo como productor y descubridor de Alejandro Amenábar, que se lo podía haber evitado (y, de paso, al resto).

Después buscó la adaptación, porque la fórmula del absurdo rural cayó en picado con Así en el Cielo como en la Tierra, con un público nada entregado en una España en crisis tras tanto gasto desmesurado y tanto oscurantismo en las cuentas públicas. Y su trayectoria cayó y se dedicó durante un tiempo sólo a ser profesor en la ECAM, hasta que se decidió a volver a la adaptación de guiones y construyó la manida historia de La Lengua de las Mariposas (1999)sobre textos de uno de los protegidos de Polanco y su grupo mediático. Sólo la grandísima interpretación del maestro rural de preguerra que hacía Fernando Fernán Gómez daba aire a otra historia más de la Guerra Civil que conduce, inexorablemente, al chiste de y el Goya honorífico de este año es para Francisco Francoporque sin él no existiría en cine español. La taquilla volvió a rehuirle y los premios no le fueron propicios tras trece nominaciones a los Goya de esa edición sólo consiguió el de mejor guion adaptado junto a Rafael Azcona y el propio escritor, Manuel Rivas.

Retomó la escuela tras este batacazo e hizo un par de cortometrajes, uno de ellos dentro de una serie de protesta, ¡Hay Motivo! (2004), por la situación de España y hasta donde nos había llevado el gobierno, saturado de corrupción, de aquel Partido Popular que había liberalizado el suelo y convertido España en un país de albañiles, camareros y putas, aunque los albañiles caerían en breve, y un mero apéndice de Estados Unidos en la vergonzante guerra de Iraq. Bien es cierto, que una vez visto el conjunto de los treinta y dos cortos y un epilogo, lo que se ve es que la queja es que nos han dejado de subvencionar. Cuerda creía en la industria y en la no dependencia de las ayudas públicas, pero en esta ocasión se unió a los que no eran de esa misma opinión y preferían la subvención a la recaudación.

La educación de las hadas

José Luis no se apagaba y retomó las adaptaciones con la muy desigual, aunque la novela era bonita y supo captar muchísimos detalles de ésta, La Educación de las Hadas (2006), sobre la obra homónima de Didier van Cauwelaert. En ésta se ve la maestría de Cuerda para adaptar, aunque su guion técnico no alcanza el literario y termina aburriendo la sucesión de planos supeditados a una historia alargada como un chicle sin sabor salvada por la soberbia interpretación de Irene Jacob y la fantasía del niño.

Dos años más tarde nos volvió a contar una historia de posguerra con quince nominaciones a los Goya y un guion adaptado (única estatuilla que se llevó a casa) de nuevo, por él y por Rafael Azcona, que nunca vio la película, ya que falleció en marzo de ese año. Los Girasoles Ciegos (2008) hablan de esa España que no existe, afortunadamente, y que nos quieren meter con calzador las supuestas elites culturales de vez en cuando. Es previsible, aburrida y sólo el brillo de Azcona hace resaltar una película de argumento manido y que ya había tratado, con muchísimo más humor, Berlanga. Y es que Cuerda cuando se pone serio y trascendente se convierte, no nos engañemos, en un señor bastante pesado.

Tras cuatro años de refugio en la ECAM le vino otro texto de Manuel Rivas y sobre su novela Todo es Silencio (2012) rodó la película homónima presentada en la 57ª SEMINCI con silencio y un tímido aplauso final en la sesión nocturna y un pequeño pateo en el pase de prensa matinal. La historia de las Rías Altas no conmovió a nadie y sacó a Cuerda de lo que era considerado hasta ese momento: un director de culto. Las interpretaciones flojeaban, a cuál más, y la historia no pasaba la de un cuento alargado.

Tiempo después

Y con este lastre en su carrera llegó el retorno a la astracanada rural de fin del mundo con una nueva adaptación, ésta de su propia novela homónima, Tiempo Después (2018), donde sus elementos de crítica llevada al absurdo vuelven a funcionar: hay rey de bastos, caprichoso e injusto, pareja de la Guardia Civil, un general y un número que patrullan juntos por el único edificio que queda en pie en todo el planeta, un campamento de parados y desarrapados a los que se les habla de la suerte que tienen de ser unos miserables menesterosos (más o menos como hacen algunos articulistas ahora contándonos lo guay que es no tener ni una lavadora en casa) donde un parado rompe la débil estructura social al intentar vender zumo de limón en el rascacielos donde todos tienen empleo y cómo la injusticia se abalanza sobre él en forma de capricho real, alcalde cobarde y jefa bonita con la que desea ayuntamiento carnal el monarca de bastos cuando ella está enamorada, o enamorándose, de otro parado con espíritu de poeta. Sin duda un gran epílogo tras una carrera ciertamente errática, eso sí, que creo un subgénero nuevo y que estará eternamente en la memoria de cualquier cinéfilo que se precie.

José Luis Cuerda junto a Antonio Resines en Valladolid

A José Luis Cuerda siempre le deberemos el absurdo rural metafísico, y con eso se va desde Madrid, a la que llegó por el azar de cinco cartas de una baraja francesa en la diestra de su padre, un obrero de la timba, un jugador de provincias: el absurdo llevado desde la ruralidad hasta la metafísica de una buena mano.

Descansa en paz y cuéntale allí a Dios que tu Cielo es un pueblecito castellano y san Pedro un cabo de la Benemérita. Reirán mucho en el Empíreo antes de que vuelva a amanecer, que no es poco.

Carlos Ibañez -Pilar Cañibano

fotografías: Chuchi Guerra

Revista Atticus