64 SEMINCI – Crítica Öndöng de Quan’an Wang

64 SEMINCI – Öndöng (Huevo de dinosaurio) de Quan’an Wang

Ficha

Título original: Öndög

Dirección: Wang Quan’an

Reparto: Dulamjav Enkhtaivan, Aorigeletu, Norovsambuu

Guion: Wang Quan’an

Fotografía: Aymerick Pilarski

Año: 2019

Duración: 100 min.

País: Mongolia Mongolia

Género: Drama

Sinopsis

    Una mujer es hallada asesinada en la estepa de Mongolia. Durante una noche, un policía joven e inexperto tiene que custodiar la escena del crimen. Dado que desconoce los peligros del lugar, le envían a una pastora lugareña para protegerle a él y al cadáver. Se trata de una resuelta mujer, de unos treinta y tantos años, que sabe cómo manejar un rifle y ahuyentar a los lobos. Ella se encarga de encender una hoguera para combatir el frío. El alcohol también ayuda a este propósito, así como la cercanía de los cuerpos que la mujer propicia. A la mañana siguiente irán por caminos separados.

No se puede ir al cine a ver una pequeña producción mongola como si fuera algo habitual. Con ese espíritu nos sentamos en el patio de butacas. Después llegó la inmensidad de la llanura del país embolsado, en tantos sentidos, entre Rusia y China, pero que sabe mantener su propia idiosincrasia cultural y social, que conoce sus límites, aunque en las imágenes parezca que no los tenga.

            Öndög es un cuento sobre la dura vida de tantos rincones de este planeta que nos venden, y estas es la palabra exacta, como globalizado, pero ver hasta el tratamiento de un homicidio es tan diferente que da pudor criticar una película sobre una cultura tan diferente y que desea seguir siéndolo.

            El tratamiento de la policía desde la doble vertiente de un jefe a punto de jubilarse y un novato al que le toca custodiar el cadáver para que no sea devorado por una loba esteparia que ha de alimentar a sus cachorros y como una pastora, que vive con sus animales como única compañía, incluyendo un curtido camello capaz de llenar de plasticidad la gélida llanura y los fotogramas que ocupa.

            Y la historia gira en un cántico a la vida, aunque la primera imagen sea la del cadáver de una mujer muerta y desnuda. ¿Un oxímoron narrativo? Quizás. ¿Un contrapunto al estilo de Bach? Posiblemente. ¿Un cántico a la vida y a su perpetuación como tantas veces nos narró John Ford recordando su Irlanda natal? Eso seguro. Pero con sus armas y no con las occidentales, que se nos hubiese hecho más fácil, pero no más auténtico. Y el director lo sabe. Y los festivales occidentales, Berlín o Valladolid, lo aplauden incluyéndola en sus secciones oficiales.

            Nos hace sentir la soledad, el frío, el deseo, la candidez o el amor con sus herramientas: con los corderos balando como único sonido del hogar de la pastora, con los bloques de hielo que no se deshacen en la puerta de la cabaña que hace donde mora ésta, con la muerte de un cordero para alimentar al uniformado que se congela vigilando el cuerpo sin vida y corito, con su mirada al policía nuevo casi congelado y bebiendo un destilado para poder continuar su labor. Y con el hombre que le ama y le regala el huevo de dinosaurio, un hombre solitario y bebedor enamorado de la mujer que desea continuar con la vida, no sólo su vida, sino esa máxima para cualquier mortal: la vida.

            Poesía en los largos planos sólo interrumpidos por el humo de una moto, de un coche patrulla viejo o con los estertores de la temperatura del bóvido muerto para que la existencia se prolongue, por mucho que les pese a los animalistas y veganos que juzgan todo desde su perspectiva occidental de vivir en este Disneylandia que nos ha tocado. Y la metáfora del nacimiento de un ternero ayudada por el hombre enamorado que empieza, curiosamente matando con un piadoso apretón en el corazón de un animal del rebaño.

            Es una película notable y diferente. No apta para veganos ni para aficionados a los tiros, las palabrotas y el sexo gratuitos. Pero sí para quienes amen la vida, repito no su vida, sino la vida.

Carlos Ibañez

Revosta Atticus