64 SEMINCI – Crítica And Then We Danced de Levan Akin

Sección Oficial – And Then We Danced de Levan Akin

Ficha:

Título original: Da cven vicekvet

Dirección: Levan Akin

Reparto: Levan Gelbakhiani, Bachi Valishvili, Ana Javakishvili, Giorgi Tsereteli, Tamar Bukhnikashvili, Marika Gogichaishvili, Kakha Gogidze, Levan Gabrava, Ana Makharadze, Nino Gabisonia, Mate Khidasheli, Aleko Begalishvili, Nia Gvatua, Lucas Hesling, Ketie Danelia, Giorgi Aladashvili

Guion: Levan Akin

Música: Zviad Mgebry, Ben Wheeler

Fotografía: Lisabi Fridell

Año: 2019

Duración: 106 min.

País: Suecia

Productora: Coproducción Suecia-Georgia; AMA Productions / RMV Film / Inland Film / French Quarter Film / Takes Film

Género: Drama | Baile. Homosexualidad

Sinopsis

    Merab lleva ensayando desde que era muy joven en la Compañía Nacional de Danza de Georgia con su pareja de baile, Mary. De repente, su vida da un vuelco cuando aparece el despreocupado y carismático Irakli y se convierte en su rival más poderoso, pero también en su mayor objeto de deseo. En una atmósfera conservadora, Merab se enfrenta a la necesidad de liberarse y arriesgarlo todo en el empeño.

Comentario

            El director sueco de origen georgiano Levan Akin nos ofrece su reacción ante la noticia del reaccionario ataque contra los cincuenta valientes que salieron a celebrar el Día del Orgullo Gay por primera vez en Tiflis en 2013 y que fueron, literalmente, apaleados por una turba perfectamente ordenada y orquestada desde la Iglesia Ortodoxa Georgiana, parece ser que el único mandamiento que dio Cristo, el de amaros los unos a los otros, no lo incluyeron en su credo estos salvajes.

            La película cuenta algo hermoso, el descubrimiento del amor. Lo hace con la bella excusa de la danza tradicional georgiana, patrimonio inmaterial de la humanidad. Una pareja de bailarines, chico y chica, que llevan bailando juntos toda su corta vida y, súbitamente, un tercero que llega de suplente ante lo que sería la clase de promesas de la academia nacional de danza tradicional, ese lugar donde todos esperan ascender al primer equipo y recorrer mundo y ganarse la vida con ello en lugar de sobrevivir, como vemos en el conjunto de jóvenes. Ellos, que danzan con la hermosura y potencia de un cuadro de la familia Vepkhavdze, cuatro generaciones de magos de los pinceles nacidos también en esa nación del Cáucaso, por cierto, el último, Bruno, amigo de REVISTA ATTICUS.

            Pero vayamos al meollo de esta película, que se pierde en detalles y dobla escenas y se pierde en dar explicaciones insulsas de la una con la siguiente o, sin más, las repite como un cortometrajista sin talento para hacer un largo.

            El infierno está lleno de buenas intenciones y esta película está repleta de éstas, pero se condena ella misma ante la falta de agilidad que, en principio proponen los temas principales: el amor, la juventud y la danza. Akin se pierde, y nos pierde, en sus buenismos y su detalle de algo tan simple como es encontrar el primer amor, homosexual y profundo hasta doler, pero amor. La música invade, a veces usurpa, cada escena y sólo las escenas de transición nos regalan el silencio necesario para la reflexión de hacia dónde nos conduce el metraje, que a esas alturas se nos antoja excesivo y aburrido.

            Aprovecha, y abusa, de la danza tradicional y la concepción viril de ésta, hasta las chicas que bailan lo hacen como soldados justo antes de la batalla. Por cierto, aquí tirón de oreja al director por no haber sabido aprovechar a la actriz protagonista, Ana Javakishvili, siendo de una calidad digna de encomio y convirtiéndola en una secundaria de lujo, cosa que se acusa en el desarrollo del guion. Cuánto hubiésemos disfrutado de su sensibilidad como contrapartida a tan exagerada virilidad, qué bueno hubiese sido ver su feminidad, dolor incluido, al descubrir la homosexualidad de su novio, cómo nos hubiese gustado ver un primer plano de su rostro cubierto de lágrimas de orgullo al ver al amor de su vida mostrando quién era en realidad el día de la prueba y no esa insulsa puerta, tan teatral como manida.

            Todos los actores juegan bien sus cartas, pero la escena donde ambos hombres muestran su realidad ante la sociedad, durante la boda del hermano del protagonista, es de una calidad que obliga a disfrutar de cada matiz comenzando por el reflejo en los dos espejos que hay en el dormitorio donde se encuentran. Esos visos que se ven claramente en la elección de los escenarios: exteriores hermosos contrapuestos con lugares vecinales que provocan cierta asfixia e interiores donde todo se comprime y estrecha para contar la realidad económica de un país que lucha por crecer. Y aquí hay que incluir la metáfora del suelo de la sala de ensayos, con más desconchones en el linóleo que la ética de cualquier casa real. Además de las texturas al elegir la película con la que está registrada. Grano fino, pero grano; mate y revelado natural, sin forzar, para que todo refleje la realidad de la rutina de cualquier persona joven de Tiflis, de Georgia, de cualquier país estancado tras una guerra. Aquí acierta de pleno el realizador sueco, tanto como en la extracción de las emociones de los tres protagonistas y en el brevísimo pero esclarecedor papel del padre del joven bailarín eje de esta historia, Merab. Lo demás debería regresar a la sala de montaje y ser despiadado con los excesos con el fin de construir algo tan interesante como desaprovechado.

            Esperemos que Levan Akin lo comprenda y nos regale esta obra mejor montada o que en la siguiente haya aprendido la lección.


Ana Javakishvili, Levan Akin (Dir) y Levan Gelbakhiani. Foto: Luisjo
Levan Gelbakhiani. Foto: Luisjo

Os dejo un tráiler:

Carlos Ibañez