Teatro Bolero y Medea – Compañia Antonio Marquez

Teatro Calderón, Valladolid

Estamos en el Teatro Calderón, desbordado de público. Se apagan las luces. Comienza a sonar la música… El Bolero de Ravel. Pam, paraba, parararara ra… ra ra… Y todo cambia. La triada: público, intérpretes y música conjuga con imaginación y destreza la atmósfera que propone Antonio Márquez.

El espectáculo que está viendo el público (entusiasta) está bien trabajado, se nota que está bien cohesionado desde que se escucha el primer taconeo. El tono ascendente que propone Ravel va de la mano con lo que hace la compañía encima de las tablas.

Y claro aparecen –o se imaginan- en escena todos los ingredientes que tiene que tener un buen espectáculo: pasión, gramática bailaora y emoción. Todos estos componentes invitan al espectador a un paseo imaginativo sin tiempo,  además muestra toda la sutileza que se adivina en manos, posturas y gestos. Es decir, Bolero tiene todos los ingredientes para que el espectador llegue a descubrir sensaciones, inquietudes y otras cuitas y deje volar su imaginación a territorios oníricos inexplorados y no tenga miedo a permanecer en ellos durante diecisiete minutos exactos.

Medea. Ay, ay, ay, Virgen Santa. Medea es un obra inquietante y por qué no decirlo, endiablada. Libera todo tipo de pasiones y nubarrones negros en la cabeza. Y se necesita poner el fuego a  tope para que el estado incandescente se desborde y arrebate. Y para decirlo rápidamente: ni una cosa, ni la otra sucedió durante la noche.

Y mira que todos pusieron de su parte para que esto ocurriera. Pero la crueldad y el laberinto de pasiones que propone la tragedia de Eurípides, unido a claustrofóbico dolor, no toma vuelo ni tiene la intensidad suficiente para dibujar de verdad el trastorno al que tiene que llegar Medea para conmover a los espectadores.

Todo, por otra parte me resultaba familiar en contra de lo que creo que tiene que ser un espectáculo como este. Lo que me interesa,  justamente, es lo contrario. Tiene que enseñar, lo paradójico y lo extraño que hay en  nosotros mismos. A vivir una aventura, en definitiva donde el intelecto haga su propio trabajo y donde el personaje esté por encima del intérprete. Demasiada afectación convierte las cosas en banales y al final te sales vacío del teatro.

El éxito de la Compañía de Antonio Márquez en el Teatro Calderón ha sido rotundo, con tres días llenos y seguro que merecido. Lo mejor es verla y después…

Marcos Pérez

Revista Atticus