Las aceñas del Puente Mayor en Valladolid

Las viejas aceñas del Pisuerga resurgen

El ayuntamiento de Valladolid ha decidido rescatar del olvido los restos de uno de los monumentos de la ciudad más antiguos que aún se conservan de la villa medieval. Se trata de las viejas aceñas del Pisuerga, o de San Benito o de los Frailes, ya que con todos esos nombres se las ha conocido a lo largo de la historia. Y es que las primeras noticias de las mismas son del año 1230, y aunque aparecen citadas de forma indirecta, parece que se deduce su pertenencia, por aquel entonces, al abad de la Colegiata de Valladolid.

Volvemos a tener noticias de aceñas en 1375, cuando una de ellas (llamada La Roharda) se cita como propiedad de María del Corral apareciendo ubicada «so la puente»; esta denominación, sin embargo, pudiera hacer referencia a otro ingenio, ya desaparecido, situado bajo los arcos del puente Mayor. Más tarde (1391), el Cabildo de Valladolid recibe parte de las aceñas y más tarde los Trinitarios, antes de pasar a ser propiedad de las monjas de San Quirce, quienes a mediados del siglo XV se quejaban de que estaban viejas y mal reparadas, ya que el río las inundaba todos los años.

No era raro que su propiedad fuera compartida por varios propietarios y así se sabe que entre los siglos XV al XVII fueron los frailes de San Benito y los religiosos Trinitarios, quienes compartieron la molienda de granos y un batán que funcionaba un día a la semana, y que entre 1548 y 1550 se abrió en la pesquera una compuerta de 5,88 metros para permitir el paso de naves de pequeño calado en uno de los intentos de hacer navegable el río.

En 1655, las aceñas del Pisuerga pertenecían a la Trinidad Calzada, que encomendó al carpintero Antonio Pérez la reparación de las ruedas Gordilla y Flaquilla.

Desde la margen izquierda del río y salvando un brazo desaparecido, se accedía a las aceñas por medio de un puentecillo de madera. Sabemos que en 1739 una crecida del río arrastró el tejado de las aceñas.

Tras su desamortización en 1822, las aceñas fueron adquiridas por Santo Rávago y el batán por el Marqués de San Felices. En 1854 se subarriendan a la vecina fábrica de tejidos Lara, Villardell e Hijos y en 1875, se utilizaron para elevar hasta la ciudad el agua del río hasta que se construyó el Canal del Duero. El paulatino deterioro parece que se inició en 1883, en que desaparece su casilla central, hasta que en 1902 García Valladolid nos cuenta que se encontraban ya en ruinas, que han ido desapareciendo en el transcurso de los años hasta nuestros días en que es difícil conocer cómo fueron unas de las construcciones más antiguas y útiles de nuestra ciudad.

En la actualidad es difícil reconocer la estructura total que en su día llegó a tener este grupo de aceñas y batán. Sabemos que el conjunto estaba formado por tres construcciones unidas entre sí y todas ellas con el Paseo de las Moreras, primero a través de un puente de madera y desde 1738 por otro de piedra con tres ojos y que hoy se situaría bajo la chopera elevada existente junto al cauce del río y el puente Mayor.

Todos los planos y fotografías antiguas nos muestran dos caminos que llegan a estas instalaciones fluviales. Por un lado, tenemos el que se dirige hacia el Puente Mayor a lo largo de una larga plataforma elevada, en la que no aparece ningún paso para el agua, a modo de escollera del río y por otra parte el construido en 1739 con un puentecillo, que, partiendo del primero, se dirige directamente hacia Las Moreras (actual Paseo de Isabel la Católica).

La presencia de este conjunto de instalaciones hidráulicas ha sido una constante en el devenir de la historia de Valladolid desde el siglo XIII. Si bien la ciudad durante siglos pareció dar la espalda al más caudaloso de los ríos que la atraviesan, no por ello dejó de utilizar desde muy pronto sus posibilidades para el aprovechamiento industrial. La proximidad de las Aceñas al Puente Mayor ha hecho también que se constituyeran en parte de un paisaje muy habitual para aquellos que atravesaban el Pisuerga por el único puente que existió en Valladolid hasta 1865, apareciendo frecuentemente en postales e imágenes que mostraban aspectos de la ciudad.

El progresivo deterioro que han venido sufriendo desde su abandono a lo largo de todo el siglo XX, han hecho que hoy en día sea prácticamente irreconocible la morfología de las Aceñas, y eso es lo que nuestra excavación arqueológica, encomendada a la empresa Patrimonio Inteligente pretende subsanar. La intervención en marcha tiene como fin documentar los restos que aun existen, comprobar su estado de conservación y servir como fuente para la realización de un proyecto de restauración y puesta en valor de las mismas.

La intervención arqueológica consta de dos partes diferenciadas. Por un lado, la realizada en el propio cauce del Pisuerga y por otra la excavación arqueológica de la más próxima de las aceñas que hoy permanece enterrada en la orilla. Para la primera se ha hecho necesaria la construcción provisional de sendas presas terreras con maquinaria pesada y la extracción del agua de su interior. Con la ayuda de estas contenciones provisionales o ataguías, realizadas utilizando los propios sedimentos del río, se ha generado un talud que actúa como presa, para posteriormente retirar los fangos y sedimentos fluviales y definir así más claramente la morfología de las aceñas.

La segunda intervención se ha realizado en tierra firme, para retirar los sedimentos, descubriendo tanto la primera de las aceñas, como el arranque del camino que conducía hasta ellas desde Las Moreras. Aquí se ha documentado, en perfecto estado de conservación, el arco del primero de los ojos que poseía este camino elevado.

Para la localización de la ubicación exacta de los accesos a la Aceñas que pudieran quedar hoy en día enterrados en el sector de la chopera superior, hemos realizado una prospección no intrusiva mediante el uso de georadar o GPR (Ground Penetrating System). El objetivo básico de este método es la detección e identificación de la estructura del suelo y los elementos que en el puedan estar contenidos, mediante un sistema basado en la emisión y recepción de ondas electromagnéticas que proporciona gran cantidad de datos sobre las posibles estructuras existentes en el subsuelo.  

Cuando finalicen todos estos trabajos tendremos, sin lugar a dudas, una información mucho más clara sobre las estructuras conservadas de las Aceñas, que servirá de base para la realización de un proyecto de recuperación y puesta en valor de este resto de la arqueología preindustrial que está vivo aun en la memoria de multitud de vallisoletanos.


Arturo Balado Pachón – Ana B. Martínez García (Patrimonio Inteligente)

fotografías: Chuchi Guerra

Revista Atticus