Teatro – La vuelta de Nora

La vuelta de Nora

Teatro Calderón, Valladolid

Imagínese por un momento como protagonista de uno de los finales más controvertidos de la historia del teatro. Imagínese un personaje de  Henrik Ibsen. Imagínese que es Nora. Nora un día da un portazo, se va y lo deja todo. Vuelve cuando han pasado 15 años. Ibsen termina su obra Casa de Muñecas con un portazo. Lucas Hnath, el autor de La vuelta de Nora, se atreve a responder que vida llevó Nora durante todo ese tiempo; que fue de sus hijos, de su marido, de su casa. Que fue de nosotros en definitiva.

Ha dicho Aitana Sánchez-Gijón (Nora) que esta obra trata de un coctel teatral explosivo muy actual. De carácter teatral y de carácter real. Porque lo primero que pienso de Nora y de Torvald (Roberto Enríquez) es que necesitan madurar. Madurar para hacer frente a las adversidades con inteligencia y dejarse de arrebatos innecesarios. El matrimonio no es para gallinas.

¿Debe el teatro tener mensajes? ¿Cómo no? El teatro se ocupa de la vida, de lo pequeño y de lo grande. De lo particular y de lo general. El teatro siempre hace preguntas y en unos casos da respuestas y en otros no.

Aitana Sánchez-Gijón hace algo muy complicado: sus silencios, su culpabilidad, su desesperación, su verdad la muestra con la mirada y con su cuerpo. Su Nora es una criatura Ibseniana  por los cuatro costados prisionera de sí misma. Atrapa con su palabra al espectador que le escucha embobado en su butaca, disculpándola, culpándola, perdonándola, amándola… todo.

Roberto Enríquez hace uno de los mejores papales que le he visto. Tiene todo lo que debe tener un actor: ingenio, sensibilidad y explosividad. Que se lo pregunten a las primeras filas cuantas veces les puso la carne de gallina. Su personaje (Torvald) asombró e hizo felices a todos los espectadores. Pocas veces asombro y felicidad van de la mano, pero Enríquez lleva en su voz y en  su gesto  la sombra de Rodero, Bódalo, Puente, Pellicena…

María Isabel Díaz-Lago (Anne Marie) sirve de espejo donde contemplamos La vuelta de Nora. Su personaje, que borda, se convierte en una exquisita herramienta para comprender lo que pasó y lo que pasa en el matrimonio.

Elena Rivera (Emmy) alumbra desde el cielo del Teatro Calderón con su fuerza expresiva, su naturalidad “matizada” de la buena y tiene esa cualidad de salir airosa con esa voz preciosa y convincente que llega clara al patio de butacas.

Un aplauso para la escenografía y vestuario de Beatriz San José donde primar la funcionalidad y la luz recién estrenada… Y otro para  la dirección de Andrés Lima  que dota de matices a todos los personajes para que resulten convincentes.

Marcos Pérez

Revista Atticus