Stanley Donen, el último mago

Stanley Donen, el último mago

Adiós a uno de grandes del cine

 

El cine es una mentira

a veinticuatro fotogramas

por segundo

 

            Nació, según él mismo dijo, para bailar tras ver a Fred Astaire siendo un crío después de recorrer unos cuantos kilómetros en bici desde su pueblo hasta uno más grande donde ponían cine. Y se enamoró. Con tan solo doce años se quedó embobado en las texturas del celuloide y por eso luchó toda la vida.

Con dieciocho se presentó en el despacho de un magnate de aquella industria que ayudaba a tantos (y aún hoy ayuda) a olvidarse de la cruda realidad de aquel país hundido por los especuladores de Wall Street y la codicia desmesurada a la que puso coto Roseevelt con su New deal. Evidentemente le dio un trabajo por su osadía, pero no le permitió dirigir su primera película, tal y como el núbil Stanley solicitaba.

 

Dos en la carretera

 

Lo demás ya es conocido: amistad con Gene Kelly, coreografías, números y dos éxitos seguidos en la pantalla y tres codirecciones. Aunque Donen siguió su propio camino y nos regaló su maestría en historias sobre relaciones, ésas que esconden las más delirantes perversiones y la ternura más dulce. Continuó dirigiendo musicales basados en el rapto de las sabinas, como la escultura de Gianbologna, en su celebérrima Siete novias para siete hermanos, agrandó el mito de la joven y brillante (y muy amiga suya) Audrey Hepburn con su idolatrado Astaire en Una cara con ángel sobre temas de Gershwyn y entonces se convirtió en productor y nos regaló la mejor obra de arte sobre la pareja en la comedia dramática La escalera, donde dos hombres, uno actor en horas más que bajas y un peluquero que vive con su madre viven en amor y desarmonía sobre el negocio de cortar el pelo del segundo. Posiblemente una vivisección del mundo de la pareja completando su afamada, y Concha de oro en San Sebastián, Dos en la carretera, en la que su fina ironía desgarraba la historia de un matrimonio cualquiera desde su origen hasta su situación de necesidad mutua incluyendo las cuchilladas al otro en forma de insultos, reproches e infidelidades por las carreteras de Francia, desde Calais hasta el Mediterráneo en distintas etapas de sus vidas y de su existencia común, sin duda una joya. Ya había comenzado a contarnos que, en el mundo de las relaciones, y más las amorosas, nada es lo que parece con el guion de Peter Stone, basado en su propia novela, de Charada donde la mentira es la gran protagonista de la vida de una mujer viuda nada más comenzar la cinta y donde mantiene una relación basada en ésta. O quizás ya había hecho de las suyas desde aún antes, desde Indiscreta, Página en blanco o la dulcificada por el Código Hays, Bésalas por mí. Y así fue hasta su última rutilante aparición como director y productor en Lío en Río. Y es que Donen fue un maestro del musical, eso lo leerá cualquiera que se acerque a su semblante, pero también de la exploración en el mundo de la pareja, donde es capaz de arrancar una sonrisa de la situación más trágica que a dos personas que viven juntas les pueda ocurrir.

Charada

 

Hizo más cine y lo hizo bien, formalmente siempre fue un esteta, aunque los guiones fuesen desiguales o sus elecciones como productor chirriasen un tanto, pero Donen era un director de Hollywood adorado en Europa, donde el nivel cultural es otro, o lo era cuando Stanley estrenaba películas. Jugó con la comedia, con las sesiones dobles y con el mundo de la televisión, dirigió uno de los más memorables episodios de Luz de Luna, El gran hombre de la calle Mulberry, y un clip de Lionel Richie, Dancing on a ceiling. Pero su esencia, por lo que pasará a la inmortalidad, para la que por desgracia hay que morir antes, tal y como decía jocosamente Víctor Hugo, será por su análisis y síntesis del mundo de la pareja además de por tener a tres muchachos vestidos de marinero por la Gran Manzana cantando y bailando, o a un actor del cine mudo ante la irrupción del sonoro que se enamora y canta bajo la lluvia o por hacernos creer, de nuevo junto a su amigo Gene Kelly, que Siempre hace buen tiempo o que las bodas pueden ser reales.

Cantando bajo la lluvia

Yo charlé con él una vez, cuando mi vida no parecía que fuese la colección de fracasos que acumulo, y me dijo la frase que encabeza este artículo tras decirle yo, inocente de mí (pecado de juventud) que su cine me parecía una gran verdad… Y aún hoy me lo parece, contradiciéndole, a pesar de que deba sustentarse en una mentira que para que se mueva debe ser fotografiada veinticuatro veces en un solo segundo.

Gracias por todo, maestro.

 

Carlos Ibañez Giralda – Pilar Cañibano Gago

Revista Atticus