Teatro: Solitudes de Kulunka Teatro en el LAVA

Teatro: Solitudes de Kulunka Teatro

Sala Concha Velasco del Laboratorio de las Artes de Valladolid

El teatro siempre ha sido máscara, ese rostro que adoptamos para ir por la vida y relacionarnos con el prójimo. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. No existe otro mandamiento mayor que este. (Mc 12, 29-31). El LAVA es un espacio para compartir siempre con “el prójimo”. Con los compañeros de butaca (el que me toca esta noche tiene una tos perruna que solivianta al más pintado) y con los compañeros de reparto en ensayos y giras por el mundo.

Al grano. Todos los personajes de Solitudes de KULUNKA TEATRO están solos. La soledad esta noche es compartida por el público que abarrota la Sala Concha Velasco. La soledad aliviada por un juego de espejos. ¿Quién está solo, el intérprete o el espectador? ¡Equilicuá!

El comienzo de Solitudes me parece conmovedor, profundo y equilibrado a partes iguales. La mayoría de los espectadores que pasan la cincuentena es consciente de que muchas de las cosas que están pasando ahí, lo ha vivido muy de cerca en su casa. Todo lo que sabe, por decirlo brevemente, el espectador lo tiene delante de los ojos.

La vejez no es para gallinas. Cuando eres joven no se piensa en la muerte, crees que los que te rodean van a vivir siempre. Lo que plantea Solitudes es que cuando todo empieza a cambiar y llega la muerte de los padres es un reto mantenerse atento a la vida y disfrutar de ella. La muerte, dice un aforismo de Jorge Wagensberg, es la más sorprendente de todas las noticias previsibles. Es obligatorio no dejarse vencer por el hastío y el cinismo. Así es la vida, no hay que darle más vueltas.

Es encomiable el trabajo de los actores. Tienen una sincronización que ya hubiese querido Marta Amengual y sus compañeras en sus buenos tiempos. Solitudes merecería estar todo el mes de noviembre en el LAVA para que los espectadores pudieran descubrir la mentira, la perspicacia, el amor, el humor, las emociones, la agresividad. En definitiva, para que pudieran disfrutar del teatro. Del teatro del bueno.

Marcos Pérez

Revista Atticus