63 SEMINCI Crítica película El declive del Imperio Americano

El declive del Imperio Americano, Denys Arcand

63 SEMINCI

 

Denys Arcand nos vuelve a mostrar la realidad del hombre, de cualquier hombre (como especie, lo de los que afeitan huevos en el aire y lo políticamente correcto no va conmigo), de una persona como cualquiera de sus espectadores somos a la que muestra y enfrenta con los tótems de occidente, con las efigies de este mundo de cambio de milenio. Si en El Declive del Imperio Americano nos habla del ser humano frente a la idea de Dios y, sobre todo, de su ausencia y abandono; y en Las Invasiones Bárbaras (2003) narra, con los mismos personajes de la anterior como eje, sobre la muerte y cómo debemos afrontarla, creo, humildemente, que Arcand tenía un pánico de la mediana edad y el afrontar el descendimiento hacia el fin fue quien guio su escritura y dirección; en ésta, La Caída del Imperio Americano, el mago canadiense francófono nos muestra el dios actual: el dinero y cómo se comportan todas los estratos sociales ante éste. Quien tiene mucho, quien no tiene nada y el grupo, lo que los desvergonzados economistas y sus voceros del periodismo llaman clase media, de los que viven con lo justo para subsistir y a los que la ética les trae sin cuidado para obtenerlo.

           Así que Dios (y su desaparición social), la muerte y el dinero son los ejes de sus tres joyas, porque si algo hay que decir de este historiador metido a cineasta, es que ha dirigido tres obras maestras para las clases de Sociología y de Psicología Social, pero también para quienes seguimos yendo a las salas de proyección a ver cine y que no haya nadie hozando en derredor en un saco de palomitas, los que las vamos a ver y a escuchar, y en eso Denys Arcand nos gana siempre porque su escritura entrevera chistes políticos, comedia ligera y drama humano sin dejar punta sin hilo y despellejando todo lo que se mueve y hiede a poder o ambición de éste. De hecho, siempre he pensado que su cine no es político, porque no es de pancarta, pero sí es ácrata, en el sentido más etimológico del término, nada que ver con Bakunin o Kropotkin, y en la cinta que nos presentó hoy en Valladolid queda claro este sentido de crítica a cualquier poder dando la voz cantante a un filósofo que trabaja de repartidor de paquetería y cómo él se fía del ser humano hasta cuando tiene entre manos el nuevo dios, el que tantos reinterpretan a su antojo, como a cualquier divinidad religiosa pasada o presente: el dinero.

            Y entonces aparece un elemento que contagia: la ética. Un ex presidiario, una prostituta (a Arcand le gusta mostrar que también hay amor en el pago, en las tres películas hay mujeres que se dedican al oficio que todos critican, pero que tantos frecuentan) y un hijo de perra de esos que, por ir con trajes italianos caros, corbatas de seda salvaje y poseer un Renoir que cuelga pomposamente de la pared de su despacho, se creen mejores que los demás. Éste no tiene ética, salvo la profesional de mover el dinero entre paraísos fiscales para clientes de inmoralidad probada.

Y después juega con el espectador, con el guion (sigo pensando que es un escritor que dirige y no un director que escribe, como Billy Wilder en contraposición a Joseph L. Mankiewizc), con un montón de miguitas que nos va dejando para contarnos al final que quienes más sufren los devaneos del vil metal son quienes eran los dueños de esa tierra donde ahora se asienta Montreal, Quebec y el nacionalismo paleto (como todos los nacionalismos que conozco): los indios ottawa y los inuit. El cuento sobre el buen ladrón, la poesía de la solidaridad y la sonrisa tierna de los enamorados a través del dinero concluye helando la sangre viendo rostros de sin techo en la otrora ciudad olímpica de nativos de ese continente, de esa zona que no se mezclaron con franceses ni ingleses y que ahora sufren por culpa de los enfermos de codicia de sus descendientes, aquí galos.

            Arcand vuelve a ganarnos con los diez mandamientos del cine que, al parecer, Lubitsch le comentó a Wilder mientras trabajan, junto a Brackett, en el guion de Ninotchka: los nueve primeros son No aburrirás, y el décimo, Tendrás la última palabra en el montaje. Y él lo cumple y yo, con toda la modestia del mundo, le felicito y me felicito por ser seguidor de su cine sociológico y psicosociológico.

Merci, Monsieur.

Carlos Ibañez

Revista Atticus