William Holden, la autodestrucción del golden boy

A los cien años de su nacimiento,

William Holden, la autodestrucción del golden boy

Lo tuvo todo y lo echó todo por la borda. Se autodestruyó. Era atractivo, deslumbrantemente atractivo, una de las grandes estrellas de Hollywood durante casi cuatro largas y cambiantes décadas, los 40, 50, 60 y 70 protagonizando películas que han quedado en la historia del cine. Adorado por las mujeres, seductor, conquistador, excelente actor, ecologista avant la lettre… Pero el alcohol pudo con él. William Holden, nació como William Franklin Beedle Jr. el 17 abril 1918 en O’Fallon, Illinois y murió prematuramente el 18 de noviembre de 1981 a los sesenta tres años. Llegó a casa borracho, tropezó y se dio un golpe en la cabeza. Se desangró y no tuvo la lucidez necesaria para buscar ayuda. Tardaron en encontrarle cuatro días. Con su 1,80, sus ojos azules y un torso depilado (la censura no admitía mostrar pelo en el pecho masculino) era el sex symbol por excelencia (la revista Empire le eligió en 1960 como uno de los cien galanes más sexy de Hollywood), aunque también le consideraban el boy next door, el muchacho con el que toda madre casaría a su hija. Él se casó un par de veces, pero dicen que tuvo aventuras con Grace Kelly, Audrey Hepburn, Jackie Kennedy, Capucine y centenares de desconocidas. Tuvo tres nominaciones al Oscar y finalmente lo ganó por Traidor en el infierno (Stalag 17, Billy Wilder, 1953). Votaba por los republicanos (fue el padrino de boda de Ronald Reagan en 1952), pero se alineó contra la caza de brujas del tribunal McCarthy. Participó en la segunda guerra mundial en el ejército del aire. Un día de 1956 su vida cambió radicalmente. En un safari se concienció por la preservación de los animales salvajes en África y se convirtió en el co-propietario del Mount Kenya Safari Club, entre cuyos miembros figuraron Winston Churchill, David Lean, Charles Chaplin, Steve McQueen, Bing Crosby o Conrad Hilton. Con su segunda esposa, Stephanie Powers, creó la Wildlife William Holden Foundation (al día de hoy sigue en activo y con su web http://www.whwf.org/). En aquella época, palabras como preservación, conservación, protección de animales o ecología todavía no se habían inventado.

William Holdem en Sueño dorado (Golden boy, 1939, Rouben Mamoulian)

Años jóvenes

Billy Wilder, que le convirtió en estrella en El crepúsculo de los dioses (1950, Sunset Boulevard) siempre afirmó que Holden era el actor de cine ideal. Y lo que son las cosas, había llegado al cine haciendo realidad uno de los grandes tópicos que solían colar los departamentos de publicidad de los grandes estudios: lo vio un cazatalentos de la Paramount, hizo unas pruebas y pasó a engrosar la «cuadra» de promesas futuribles, junto con Susan Hayward, Robert Preston o Evelyn Keyes. Iba para químico como su padre, pero lo dejó para ser actor, empezando en dramáticos radiofónicos y desde allí al cine. Después de un film como extra, el gran Rouben Mamoulian le dio el papel soñado, protagonista de Sueño dorado (1939, Golden Boy), con un éxito tal que la Columbia le compró a la Paramount la mitad de su contrato, una práctica muy habitual en la época para reducir costes. Con este apelativo de golden boy, chico dorado, le etiquetaron en aquellos años de prueba. Le metieron en films tan poco memorables, pero con bastante éxito que, decepcionado, se alistó en las Fuerzas Aéreas: Nunca llegó a ir al frente y se pasó tres años en un departamento de relaciones públicas.

Antes se había casado con a actriz Brenda Marshall, un matrimonio que duró más de treinta años. Cuando volvió a la vida civil todos le recordaban únicamente como el golden boy del film de Mamoulian, pero su contrato seguía en vigor. Continuó haciendo cine. «Me encasillaron como buen chico, en una serie de películas sin sentido por las que no experimenté ningún placer» -dijo años más tarde. Su adicción a la bebida empezó precisamente en el rodaje de Sueño Dorado. Se puso muy nervioso antes de rodar y empezó tomándose un par de tragos de whisky, luego iría aumentando la dosis, hasta el punto de que el estudio se planteó despedirlo. Si no lo hizo fue por la intervención de la estrella del film Barbara Stanwyck quien se quedaba con él después del rodaje para repasarle el papel, enseñarle a actuar y curarle el nerviosismo. Holden siempre se lo reconoció: «Estábamos trabajando juntos en una película llamada Sueño dorado (1939). No iba demasiado bien y yo iba a ser reemplazado. Pero debido a esta magnífica persona y su aliento, y sobre todo su generosidad, estoy aquí esta noche» -dijo años más tarde. Pero Barbara no le curó su afición al alcohol.

Su estancada carrera se revitalizó cuando Billy Wilder le dio uno de los grandes papeles de su vida, en El crepúsculo de los dioses (1950, Sunset Boulevard) el de un guionista sin trabajo contratado por una vieja y olvidada estrella del cine mudo, nada menos que Gloria Swanson, por el que recibió su primera nominación de la Academia. Consiguió con ella lo que nunca había logrado con sus veintidós películas anteriores. Finalmente consiguió el Oscar por Traidor en el infierno (1953, Stalag 17, Billy Wilder), aunque Holden declaró públicamente que lo merecía Burt Lancaster por De aquí a la eternidad, y le dieron otra nominación por Network (1976, Sydney Lumet).

William Holden junto a Grace Kelly en Los puentes de Toko-Ri (The Bridges at Toko-Ri, 1954, Mark Robson)

Las décadas doradas

Como actor, Holden a mí me caía muy bien. Aquella sonrisa radiante, aquella simpatía, aquel glamour… trascendían de la pantalla de forma irresistible. En su mejor época, era el actor ideal para interpretar papeles de antihéroe, de cínico… que sabía convertirlos en encantadores. Pero no todos eran así, naturalmente. Yo le recuerdo como el hermano tarambana de Humphrey, con quien tuvo graves enfrentamientos hasta el punto que dijo públicamente: «Odio a ese bastardo», en Sabrina (1954, Billy Wilder) -o en una de les secuencias eróticas más tórridas del cine norteamericano bailando con la bellísima Kim Novak en Picnic (1956, Josua Logan) bajo la crítica mirada de Rosalind Russell (aquí puedes ver la secuencia, https://youtu.be/_DBoMIi8bYc). O huyendo por la selva erizada de peligros en El puente sobre el rio Kwai (1957, The Bridge on River Kwai, David Lean). Se desenvolvía como pez en el agua en hilarantes comedias con Nacida ayer (1950, George Cukor), en melodramas románticos como La colina del adiós (1955, Love is a Many Splendoured Thing. Henry King) o en westerns como Misión de audaces (1959, The Horse Soldiers, John Ford), compitiendo con John Wayne. Fueron décadas doradas en que fue el galán romántico número uno de Hollywood y también uno de sus héroes por excelencia. Demostró que era un gran actor, que tenía algo más que simple apostura.

William Holdem con Veronica Lake en Vuelo de águilas (I Wanted Wings, 1941, Mitchell Leisen)

Un esplendoroso ocaso

Rodaba sin parar, películas y más películas, sin elegir demasiado las que le convenían. «Haz todas las películas que puedas -decía-.  Una de cada cuatro será buena, una de cada diez será muy buena, y una de cada quince te dará un premio de la Academia». Lo hacía porque además necesitaba dinero para su fundación africana. Y lo reconocía: «Soy una prostituta, todos los actores lo somos. Vendemos nuestros cuerpos al mejor postor». Se instaló en Suiza por cuestiones fiscales y se escapaba a Kenia siempre que podía. En los años sesenta y setenta, protagonizó películas tan notables como Alvarez Kelly (1966, Edward Dmytrick), Dos hombres contra el Oeste (1971, The Revengers, Blake Edwards), El coloso en llamas (1974, John Guillermin y Irving Allen), y sobre todo, tres obras maestras: Grupo salvaje (1969, The Wild Bunch, Sam Peckinpah), un western crepuscular en el que su rostro envejecido marcado por la vida y sus excesos, encajaba a la perfección con la decadencia de su personaje; Network, un mundo implacable (1976, Network, Sydney Lumet) una despiadada crítica del mundo sin escrúpulos de la televisión, y Fedora (1978) que parecía la culminación de El crepúsculo de los dioses y que representó su reencuentro con Billy Wilder después de veinticuatro años de no trabajar juntos. Su carrera finalizó con la ácida comedia Sois honrados bandidos (1981, S.O.B.) de Blake Edwards. Los lectores de la revista Entertainement Weekly le votaron como la 63 estrella más grande del cine de todos los tiempos y siempre estuvo entre los Top Ten más taquilleros.

Durante muchos años no trascendió en la pantalla su autodestrucción, hasta que finalmente no pudo ocultar su adicción, aunque él lo achacara a su edad: «El envejecimiento es un proceso inevitable. Yo ciertamente no quiero crecer más joven». En algunas de sus películas se le ve vacilante, inseguro y con un rostro que mostraba su autodestrucción.

William Holdem en Grupo salvaje (The Wild Bunch, 1969, Sam Peckinpah)

The End

Su carrera se fue derrumbando poco a poco. Su alcoholismo se acrecentó después de un accidente de automóvil en Italia en el que murió el conductor del otro vehículo. Holden conducía a gran velocidad completamente borracho. A pesar de cierta revitalización de su carrera con Grupo salvaje y Network, se había convertido en un hombre amargado que solo era feliz en África.

Cierta noche, llegó a su lujoso apartamento de Santa Mónica, completamente borracho. Estaba solo. Se supone que tropezó con un mueble o quizá una alfombra y al caer se golpeó contra una mesa de cristal. Según el forense habría tratado de taponar la hemorragia con unos pañuelos pero al estar tan bebido no consiguió hacerlo ni pudo pedir ayuda ni llamar por teléfono. Cuatro días después el portero extrañado de no verle, entró en el apartamento y descubrió el cuerpo desangrado y en avanzado estado de descomposición. La policía descartó casi en seguida las hipótesis de suicidio o asesinato.

Poco después de su muerte, Barbara Stanwyck le dedicó el Oscar honorífico que la actriz había recibido de la Academia: «Hace unos años estuve en este escenario con mi amigo William Holden. Le quise mucho y le echo de menos. El siempre deseó que yo ganara un Oscar, un deseo que esta noche se ha hecho realidad». Por su parte, Billy Wilder declaró: «Si alguien me hubiese comunicado que Holden había muerto, hubiese supuesto que había sido arrollado por un búfalo en Kenia; que había muerto en un accidente aéreo en Hong Kong; que un marido celoso le había matado o que se hubiese ahogado en una piscina. Pero que lo matase una botella de vodka y una mesilla de noche, ¡qué pésimo fundido (fade-out) de un gran muchacho!».

Siguiendo sus deseos, sus cenizas se esparcieron por el Océano Pacífico.

Aquí podéis ver un extenso reporajes sobre la figura de William Holden.

Ángel Comas

Revista Atticus