Ida Lupino, a 100 años de su nacimiento

Ida Lupino (1918-1995), la femme fatale feminista en un mundo de hombres

A los cien años de su nacimiento

Ida Lupino fue una de las actrices imprescindibles de la Warner de los años 40 del siglo pasado que trató siempre de desmarcarse de la sombra de Bette Davis, la gran estrella de la major. Nunca fue nominada par un Oscar, lo cual no quiere decir nada porque, entre otras actrices ilustres, la Garbo no lo recibió nunca, pero fue una de las indiscutibles reinas del film noir de aquellos años, una femme fatale atípica que fue dirigida por Raoul Walsh, Jean Negulesco, Michael Curtiz, Fritz Lang o Nicholas Ray y compartió cabeza de cartel con Robert Ryan, Humprey Bogart, George Raft. Louis Hayward (con quien estuvo casada), Ronald Colman o Edward G. Robinson en films como La pasión ciega (1940 – They Drive by Night – Raoul Walsh), El último refugio (1941- High Sierra – Raoul Walsh), El lobo de mar (1941 – The Sea Wolf – Michael Curtiz), El parador del camino (Road House (1948 – Jean Negulesco) o Out of the Fog (1941 – Anatole Litvak). No puede decirse que en su momento estuviese considerada como una estrella de primera categoría pero el tiempo la ha revindicado y la ha situado como una de las grandes de su época. En 1948 crea la productora y se convierte en la única mujer que durante los años cincuenta consigue dirigir cine en Estados Unidos de forma continuada y, aunque no tuvieran demasiado éxito de público, sus películas siguen conservando una carga feminista bastante insólita en aquella época. Hizo cincuenta y siete películas como actriz y dirigió cuarenta y uno largometrajes contando episodios de populares series televisivas como Daniel Boone, Embrujada, El fugitivo o Los Intocables. Ida Lupino es uno de los grandes nombres olvidados del cine, una mujer que se avanzó a su tiempo, y luchó ferozmente para conseguir penetrar en un mundo hostil dominado por hombres.

 

Una familia de entertainers

Los Lupino vivían en Inglaterra desde el siglo XVII cuando tuvieron que salir de su Bolonia (Italia) natal por razones políticas. Era una familia de payasos, actores, acróbatas, equilibristas, marionetistas… y todo lo que se terciara en el mundo del espectáculo, pero de reconocido prestigio a principios del siglo XX. El padre de Ida, Stanley Lupino era muy famoso en el teatro y el cine británicos especialmente como autor, músico e intérprete de music-hall y vodeviles. El resto de la familia, tíos y primos, no le andaban a la zaga, particularmente su primo Lupino Lane, una gran estrella del cine mudo. Su madre era también actriz, Connie Emerald, pero de escaso relieve.

Ida nació el 4 de febrero de 1918 durante un ataque aéreo alemán en la primera guerra mundial y, lo que son las cosas, su padre Stanley murió (a los cuarenta y dos años) en otro ataque aéreo alemán en 1942, durante la segunda guerra mundial.

Ida fue una niña prodigio: a los siete años produjo, actuó y escribió una obra teatral escolar, Mademoiselle. A los diez convenció a su padre para que le montara un teatro en casa donde representó La dama de las camelias e incluso Hamlet. A los trece entró en la prestigiosa Royal Academy of Dramatic Arts. Debutó en el cine con Her First Affair (dirigida en Londres por Allan Dwan), seguida por media docena de films de todos los géneros, algunos bastante picantes, interpretando a ingenuas más o menos perversas, que, finalmente la llevaron a Hollywood contratada por la Paramount. Tenía diecisiete años y un notable sex-appeal que sabía explotar.

Actriz en Hollywood

La Paramount hizo lo que solía hacer cuando un actor o actriz le interesaban. Invirtió dinero en una intensa planificación de carrera que incluía formación pero también su aparición gradual y progresiva en películas y además le pagó seiscientos dólares a la semana. En su debut, Search for Beauty, junto al ex campeón olímpico reciclado como galán de aventuras Buster Crabbe, interpretó un tórrido número de claqué (tórrido para la época, claro). Un año más tarde, su carrera iba viento en popa y con su sugestivo acento británico y su joven picardía, participó en innumerables films de todo tipo de géneros, tanto en la Paramount como «prestada» a otras productoras. Estaba construyéndose una imagen peculiar que saldría a la luz en la Warner en los años 40. Decisivo fue el encuentro con el genial Rouben Mamoulian en El alegre bandolero (1936 – The Gay Desperado), en un préstamo a la United Artists, un brillante musical ambientado en México donde añadió a su pecaminosa ingenuidad una eficaz bis cómica. Había pasado a la categoría de protagonista. Sin embargo, la competencia de chicas con looks parecidos le hizo mucho daño y se quedó en el paro durante un año y medio, periodo que empleó para estudiar y para casarse con el galán Louis Hayward, un matrimonio que duró ocho años. Como muchas otras actrices jóvenes, hizo una prueba para hacer de Scarlett O`Hara.

Sus años de esplendor como actriz

Fue durante la década de los cuarenta cuando Ida Lupino se convirtió en gran estrella (aunque no se lo reconocieran), especialmente en los films de la Warner donde nunca fue una simple alternativa a Bette Davis, la indiscutible estrella número uno de la productora, sino que impuso su propia personalidad a sus femmes fatales, personaje imprescindible en el film noir. Entre sus competidoras en la Warner no hay que olvidar a Barbara Stanwyck, Ann Sheridan y Olivia de Havilland. Hizo composiciones inolvidables de mujeres de gran complejidad psicológica, pero fuertes, que tratan de sobrevivir en aquella sociedad de hombres, siempre respetando las reglas de cada género, el melodrama y el film noir (véase el despiece «Grandes títulos de su época dorada como gran estrella» y traten de encontrar esos títulos en Internet). Se tropezarán con una mujer de físico muy peculiar, siempre reconocible, con un sex-appeal muy especial… y con una actriz que huía de lo encorsetados estereotipos que solía imponer Hollywood. Su status de gran estrella se reafirma cuando vemos a sus galanes: Ronald Colman, George Raft, Humprey Bogart, Edward G. Robinson, John Garfield, Jean Gabin, Cornel Wilde o su marido Louis Hayward. Sus directores (Raoul Walsh, Michael Curtiz, Anatole Litvak, Archie Mayo, Jean Negulesco, Nicholas Ray o Curtis Bernhardt) fueron moldeando a una estrella que, de repente, decidió pasarse a la dirección pero sin dejar de ser actriz. Se dijo entonces que, haciendo solo de actriz, no encontraba personajes interesantes y era cierto, los mejores roles era para hombres y, además, la competencia de jóvenes actrices era tremenda. También es cierto que rompería su contrato de cuatro años con la Warner, molesta porque la productora la había suspendido por no haber querido interpretar un personaje que había rehusado Bette Davis.

«Lo mejor de trabajar con la Warner -declaró Ida- fue que trabajé con gente maravillosa, actores, directores, productores… pero cuando me fui, nadie me dijo adiós». Tenía 30 años cuando creó, con su segundo marido, el guionista y productor Collier Young, la productora Emerald Productions, en honor a su madre Connie Emerald, que cambiaría su nombre por el de Filmakers, el mismo año en que se nacionalizara norteamericana y dos años después dirigiría su primer film. Era un trabajo casi imposible, tal como reconoció Ida: «Me gustaría que hubiese más mujeres trabajando como directoras o productoras, pero es imposible a menos que sea una actriz o una guionista con poder».

Las directoras de Hollywood

Aún ahora se critica la escasa presencia de directoras en el cine norteamericano (y en el de otros países, claro) pero imaginemos las pocas mujeres que habían dirigido en aquella época. Hay que destacar a Lois Weber (una de las más importantes incluso hasta ahora), Dorothy Azner, Maya Deren o Virginia Van Upp y mencionar a Lilian Gish y Esther Eng. Pero poco más.

Ida Lupino fue la única mujer que durante los años 50 principalmente dirigió cine con regularidad, puede considerársela como una de las pioneras. Fue la segunda mujer admitida como miembro por la Director`s Guild, un feudo masculino por excelencia (la primera había sido Dorothy Azner).

Su primera película, Not Wanted, llegó en 1949 cuando sustituyó al director Elmer Clifton que había sufrido un ataque cardíaco. Era un film de bajo presupuesto producido por Filmways, que trata de una jovencísima madre soltera. Después dirigió cuatro films «de mujeres» con trasfondo social, tres de ellos sobre mujeres violadas. Protagonizados por mujeres marginadas, poseen una fuerte carga feminista muy insólita para la época que se conserva con el paso del tiempo. La acogida del público fue muy tibia. Never Fear (1949) sobre una bailarina enferma de poliomielitis en el que puso sus propias experiencias; Ultraje (Outrage, 1950), sobre una obrera violada; Hard, Fast and Beautiful (1951), sobre una jugadora de tenis explotada por su madre, y Ángeles rebeldes (1966, The Trouble with Angels), ambientada en el interior de un convento. Con éxito o no, Ida Lupino hacía películas que nadie había hecho antes. En todas sus películas como directora hizo también como mínimo de guionista y productora.

Su cine como directora encaja con sus ideas políticas izquierdistas. Convencida demócrata apoyó a Kennedy y durante los 40 fue íntima amiga de Ronald Reagan, su compañero en la Warner, que entonces militaba en el partido demócrata. Cuando en 1962 Reagan se pasó a los republicanos, le mandó una carta reprochándole su cambio de chaqueta y nunca más volvió a hablarle

Con El autoestopista (1953 – The Hitchhiker) sobre un gánster que aterroriza a automovilistas, se convirtió en la primera mujer en dirigir un film noir y en El bígamo (1953, Bigamist, en que aparece también como actriz) trata de un hombre acosado por dos mujeres, como dijo la directora, no sobre una femme fatale sino sobre un homme fatal.

Siguió dirigiendo durante tres décadas casi exclusivamente para la televisión, series y tv movies. Hasta 1989 fue el director más prolífico de la televisión. Se casó de nuevo: su tercer marido era el actor Howard Duff y su matrimonio duró hasta 1984. Ida Lupino murió en 1995 a los 77 años a causa de un ictus mientras se trataba de un cáncer de colon.

Nota de la redacción. Este artículo aparecerá publicado completo en Revista Atticus 36 (prevista su edición mayo 2018).

Ángel Comas

Revista Atticus