Crítica documental Marea humana de Ai Weiwei 62 SEMINCI

Crítica documental Marea humana de Ai Weiwei

62 SEMINCI de Valladolid

La presencia del director Ai Weiwei, artista y comprometido activista en favor de los derechos humanos, causó un gran revuelo esta mañana en el Teatro Calderón y sus aledaños. Compite en la sección oficial con su película documental Marea Humana (Human Flow). Después del pase de prensa hubo una interesante rueda de prensa de la cual Carlos Ibañez nos ha dejado su impronta al final de mis líneas.

Marea humana es un reclamo al derecho a la vida. Así de sencillo, así de claro y aquello que parece una obviedad se ha convertido en una vergüenza para el ser humano. El derecho a la vida no tiene el mismo valor en todos los puntos de la Tierra. El documental recoge algo más de una docena de campos de refugiados. Para ello el equipo ha tenido que viajar a 23 países y documentar 400 campamentos (muy significativamente ha quedado fuera nuestro propio país, gran centro de paso –que no de acogida-.) Hay que recordar que los refugiados lo son o bien porque huyen de la guerra, o bien por el hambre que sufren sus países o bien por la pobreza que ambas circunstancias provoca en sus lugares de origen. Los primeros refugiados nos los muestra Ai Weiwei, en silencio, como una sesión de fotografía, de pie, mirando a la cámara, con su habitual ropa. Uno de ellos es una mujer con su hijo de la mano y sonriendo a la cámara. Conservan su dignidad. Son gente como tú y como yo, que hace unos pocos meses estaban, tal vez tecleando en un ordenador de sobremesa como ahora lo hago yo. Ajenos a que días después una bomba, y otra y otra estallen a escasos centenares de metros de sus viviendas amenazando su bienestar.

El director ha recorrido los campos de refugiados y nos lo muestra en una visión aérea, con planos cenitales, pero también pisando el barro, aguantando los chaparrones de la implacable e inmisericorde lluvia en los campos griegos. Se moja, por mucho que algunos le critiquemos que «sale» demasiado en la cinta, que tiene un protagonismo innecesario y que su trueque de pasaporte con un refugiado resulte un poco ridículo (incluso insultante –y bien lo sabe él, que dijo al protagonista de su broma que tenía todo su respecto-). Y ahí acaba la polémica. Todo lo que en el documental sale es una acusación contra la intolerancia, contra la pasividad de nuestros gobiernos que no hacen nada por ayudar a esta gente tan necesitada en unos momentos muy duros de su vida. Gracias a las asociaciones humanitarias consiguen un paquete mínimo de bienestar para sus primeras necesidades más allá de esa manta térmica de papel de aluminio. Pero mientras, los gobiernos no se atreven a afrontar el problema con garantías. Vergonzoso es el acuerdo entre la UE y Turquía. A cambio de dinero Turquía convertía sus fronteras en impermeables y en compensación, los ciudadanos turcos pueden visitar Europa sin visado. Lamentable. Solo un punto de cordura surge. Alemania tiene un centro de acogida en unos antiguos hangares de un aeropuerto, en desuso,  en Berlín. Pulcritud y orden bajo techo. Con estrecheces, sin lujos ni intimidad, pero algo de esperanza aporta. Qué paradoja, el aeropuerto nazi de Tempelhof convertido en un centro de acogida de refugiados.

Va de un campo a otro ofreciendo datos. Campo de refugiados en Irak con doscientos setenta mil acogidos, fundamentalmente sirios. La guerra en Siria ha provocado 4 millones de desplazados, que no son ovejas, ni enseres, sino personas. Lesbos recibió en 2015 y 2016 un millón de refugiados (sirios, afganos). Campo de refugio en Bangladesh donde se hacinan quince mil rohinyás en un limbo fronterizo. Campo de refugiados en el norte de Grecia, justo en el momento en que se decidió cerrar las fronteras dejando sin protección a cientos de miles de refugiados que trataban de alcanzar la «Buena Vida» en Europa. Líbano; un país tan pequeño y acoge a cerca de dos millones de refugiados, en su mayoría palestinos. Y así podía seguir… Son 65 millones de desplazados. Demasiados para un  mundo tan civilizado como el nuestro. Es el mayor movimiento humano desde la II Guerra Mundial. El silencio de los 65 millones de refugiados es una humillación para los que tenemos voz.

Ai Weiwei documenta esta sinrazón y pone el acento en la valentía, en la decisión, en el coraje de personas que lo único que anhelan es alcanzar la paz para poder disfrutar del bienestar, haciendo uso del derecho a la vida.

«Ser un refugiado es mucho más que un estatus político, es el tipo de crueldad más ubícuo que puede ejercerse contra el ser humano».

Os dejo un tráiler:

Luisjo Cuadrado

 

 

Ai Wei Wei: La ética del esteta

Tal y como nos habían prometido el gran artista multidisciplinar chino Ai Wei Wei apareció en Valladolid para presentar su última obra, un documental de título MAREA HUMANA. Impresiona el testimonio de personas desplazadas de veintitrés nacionalidades a los que se les ha robado algo tan necesario como la rutina para transformársela en miedo y también, aunque sea muy de fondo, en esperanza.

En la rueda de prensa escuchamos al hombre que diseñó el estadio olímpico de Pekín, para placer de los que miran y vergüenza de los que otorgan las ciudades olímpicas, hablar de que él mismo se siente un desplazado, un refugiado de esos novecientos mil que hay en Myanmar o los cuatrocientos cincuenta mil que pasan sus días en el norte de Kenia porque Somalia es un estado inexistente salvo para los traficantes de armas y de órganos.

El arquitecto, ingeniero, pintor y ahora cineasta nos ha hablado en la rueda de prensa sobre que deseaba dar una visión personal grabando con su móvil, pero que aquello creció y halló una visión entre el dolor y la esperanza gracias a un gran equipo que trabajó en más de veinte países, que realizó seiscientas entrevistas y con novecientas horas de rodaje que debieron cortar en la mesa de montaje hasta dejarlo todo en ciento cuarenta minutos para encontrar la esperanza al final del dolor frente a la frialdad de los datos y la globalización extraña de los noticiarios.

Y le preguntaron por dos puntos concretos del metraje: uno es Birmania y los rohinyas, el otro es sobre unas declaraciones que aparecen del ministro de Asuntos Exteriores griego. Sobre la cuestión primera dijo que las organizaciones internacionales están dejando tiradas a estas personas y que China y Estados unidos han abandonado esa región del mundo al albur de sus intereses geoeconómicos y que es una traición, en general, hacia este pueblo. Respecto al estadista heleno el autor coincide completamente en que Europa o se hace solidaria o se convertirá en un rincón del mundo con valores fascistas. Y que Grecia trata de ser un ejemplo en su defensa de la dignidad y de los derechos democráticos frente a gobiernos, y esto lo añade el abajo firmante, absolutamente repulsivos. Añade Ai que sin solidaridad la democracia es una mentira.

También dice que hay que ser activo en las políticas de Derechos Humanos, que no nos afecta la política de los otros, o eso nos quieren hacer creer, cuando sí que lo hace porque el problema es muy grave y nos afecta a todos por todos los matices que conlleva cualquier crisis humanitaria, y ésta lo es. Por eso habla de su arte militante, político frente a la superficialidad de la mera estética si el arte no proyecta Derechos Humanos no luchará por conservar (o alcanzar) la democracia.

Le preguntan también por el posible narcisismo del autor ante su aparición en su documental y responde que lo hace como contrapunto a la prensa estadounidense y su afán de mostrar que el mundo es suyo. Es uno más frente a los que se hacen los protagonistas con su ego personal y patriotismo barato.

¿Por qué no aparece China? Y él contesta, con hábil mano izquierda, que es un documental sectorial y no general y que no se ha basado en China o España, entre otras, sino en lo que él deseaba contar tras un año de observación y rodaje.

¿Qué une a todos los refugiados? Y la respuesta es simple: las ganas de vivir.

¿Se considera usted un refugiado? Sí. Un niño refugiado, con los que se solidariza y casi mimetiza porque él fue hijo de un represaliado por la Revolución Cultural, eso que hoy en China se llama el Gran Error, donde su padre, escritor fue deportado al oeste para ser limpiador de retretes putrefactos de maoístas bien adiestrados y que eso le costó a su padre la salud y al mundo, y esto es así de triste, que ese escritor no nos dejase más obras.

La última pregunta, sin duda la mejor, fue qué representa el silencio en el arte de Ai Wei Wei. Y dice con parsimonioso discurso que es lo que desean los poderes, sólo pendientes de la economía y sus intereses oscuros y que esto acaba con las personas y llena el mundo de corrupción. Frente a eso debe ser el silencio del artista quien lo haga retumbar por todos los silenciados.

Muchas gracias, maestro, por la lección de ética. Sishia

Carlos Ibañez

Revista Atticus