Crítica Un doctor en la campiña de Thomas Lilti

Un doctor en la campiña

Buenos mimbres con resultado anodino

 

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Título original: Médecin de campaigne

Director: Thomas Lilti

Reparto: François Cluzet, Marianne Denicourt, Patrick Descamps, Christophe Odent, Isabelle Sadoyan, Félix Moati

Año: 2016. Fecha de estreno: 27 de mayo de 2016

Duración: 102 min

País: Francia

Distribuidora: Caramel

Sinopsis

Todos los que viven en esta zona rural, pueden contar con Jean-Pierre, el médico que los ausculta, los cura y los tranquiliza día y noche, los 7 días de la semana. Pero Jean-Pierre enferma y asiste a la llegada de Nathalie, una doctora novata que envían del hospital para ayudarle. Veremos si Nathalie consigue adaptarse a esta nueva vida y a sustituir al que se creía… insustituible.

 

 

 

Comentario

Un doctor en la campiña es una película francesa que viene con la vitola de número 1 en la taquilla (o el éxito del año). Cuando a un servidor se le pregunta sobre ella para terminar con la consabida pregunta pero, ¿te ha gustado? Hum, me asaltan las dudas; en un primer momento no he sabido contestar. Y ahora con este comentario trato de poner en orden las ideas.

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La nueva entrega de Thomas Lilti, director que antes de fraile fue cocinero, es decir, además de dirigir es médico (su anterior cinta fue Hipócrates, 2014, donde narraba el día a día de un hospital público) sabe de lo que habla –incluso alterna las dos profesiones-. Ha intentado llevar a la gran pantalla el aspecto menos glamuroso de la medicina (si es que se puede denominar así). Ese aspecto tiene que ver con el ambiente rural, de un médico de provincias que tiene una consulta en su propia casa o que hace del consultorio su propio hábitat, y en el que el galeno se tiene que desplazar con su coche a ver a sus diferentes pacientes diseminados por la comarca antes de empezar su jornada. Es la práctica de la antigua medicina, la de hablar con el paciente cara a cara, sin que haya de por medio una pantalla de ordenador. Es el trato directo frente a la frialdad que impera en los grandes consultorios u hospitales. Es el héroe local, muy reconocido entre los convecinos y al que, a veces, se le paga en especie, con productos de su propia granja/huerto. La medicina rural no se aprende.

Esta atención médica cercana queda plasmada en que el doctor (más conocido por su nombre de pila) prefiere tratar a un enfermo terminal en su propia casa que en una aséptica habitación donde el paciente estará más cuidado (conectado a un sinfín de aparatos) pero que definitivamente acabará por desorientarse, como tantos otros al sacarles de su entorno.

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Es un modo de ver la medicina y pone a su director en relación con su manera de contar la historia, con su forma de construir el relato fílmico. No sucede nada extraordinario a lo largo del metraje, por supuesto que no hay tiros ni aparece una pistola que dé un giro a la trama (estamos ante una película europea, por favor). No, es un fluir suave en una clásica historia de amor de chico conoce a chica se gustan y tratan de ver qué pasa mientras van viviendo la vida. Y en el que el director trata por todos los medios de huir de los tópicos. Evita mostrarnos el consabido final que todos intuimos por el planteamiento que ha desarrollado. Eso es meritorio. Un doctor en la campiña también trata de una enfermedad y cómo el paciente se tiene que enfrentar a ella por muy médico que uno sea (la enfermedad no entiende de clases sociales ni de currículos).

El peso de la interpretación recae, prácticamente, en la pareja protagonista. François Cluzet (Jean-Pierre) ampliamente conocido en nuestras sobre todo a raíz de la interpretación memorable que hizo de un hombre inmensamente rico y tetrapléjico en Intocable (Eric Toledano y Olivier Nakache, 2011). En este caso es un papel, de médico campechano anclado en las fichas a mano de sus pacientes y algo sicólogo. Pero es un papel que tiene menos matices que aquel (el de Intocable). Marianne Denicourt (Nathalie) repite con el director francés pero tampoco es muy habitual verla en las pantallas. Tiene un rostro amable y su trabajo como doctora madura, pero novata, de nueva horma, resulta impecable. Entre ellos hay una buena química que se traduce en sus miradas que cuentan más que sus palabras.

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Todo ello hace de Un doctor en la campiña un retrato del mundo rural, casi de antaño, en un tono realista, en peligro de extinción, como la propia profesión de médico rural (y el cartero y otras tantas) por mor simple y llanamente del feroz capitalismo (lo importante son los resultados). La cinta también contiene un leve toque de denuncia social: acceso gratuito a la sanidad universal y el poder optar por una muerte digna en nuestra propia casa y que, por lo tanto, nos invita a una reflexión sobre la fragilidad del ser humano. Pero, en definitiva, ¿te ha gustado? Un doctor en la campiña resulta anodina. Cuenta una historia poco llamativa, de forma sencilla, muy correcta en sus formas pero que, lamentablemente, no permanece por mucho tiempo en la mente del espectador. Poco aporta, salvo la interpretación de la pareja protagonista y tres o cuatro temas musicales que encajan de forma brillante (sobre todo el último de Nina Simone –creo que interpretado por Anthony and The Johnsons-).

Os dejo un tráiler:

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus

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