Crítica película El renacido de Alejandro González Inárritu

Crítica película The Revenant de Alejandro González Iñárritu
El renacido

Ficha técnica

Wcartel_el_renacido_0Título original: The Revenant
Director: Alejandro González Iñárritu
Reparto: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Will Poulter, Domhnall Gleeson, Forrest Goodluck, Lukas Haas.
Año: 2015
Duración: 156 min
País: Estados Unidos
Guion: Mark L. Smith y Alejandro González Iñárritu basado en parte de la novela de Michael Punke, The Revenant.
Música: Carsten Nicolai, Ryuichi Sakamoto
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Productora: New Regency / Anonimous Content / RatPac Entertainment
Distribución: 20th Century Fox
Género: Western / Aventuras / Drama
Sinopsis

Basada en parte de la novela de Michael Punke, The Revenant, que a su vez se inspira en las hazañas del trampero y hombre de la frontera (frontiersman) Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), González Iñárritu narra la aventura más conocida del famoso personaje. A principios del siglo XIX, en torno a 1820, Glass partió junto con otros noventa y nueve hombres, que conformarían el grupo denominado Los Cien de Ashley, para remontar el río Missouri hasta su nacimiento, y trabajar como tramperos en la zona de Perkins. En una de las expediciones de caza, junto a doce compañeros entre los que se encontraba su hijo Hawk, Glass es gravemente herido por una osa grizzly, quedando al borde de la muerte, paralizado e incapaz de continuar la marcha junto a los suyos. A su lado, y a cambio de una generosa recompensa, permanecerán Hawk (Forrest Goodluck), Fitzgerald (Tom Hardy) y el joven Bridger (Will Poulter). Pero en un momento dado, Fitzgerald decide acabar con la vida del vástago de Glass y abandonar a éste en medio de la naturaleza, enterrándolo vivo, en las profundidades más abruptas de la América salvaje y regresar al campo base. A partir de entonces, comienza el viaje y la lucha por la supervivencia de Glass, para llegar al cuartel general y vengarse de Fitzgerald.
Comentario

Leonardo DiCaprio quiere el Óscar. Ansía la codiciada estatuilla dorada. Ha estado a punto de poseerla en numerosas ocasiones. Nominado como actor secundario desde la adolescencia (¿A quién ama Gilbert Grape?, Lasse Hallström, 1993); en su juventud (El aviador, Martin Scorsese, 2004; Diamante de sangre, Edward Zwick, 2006); y ahora, en su etapa adulta con El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2013) y El Renacido. Demasiadas nominaciones, tanto a Globos de Oro, como a Premios Bafta, MTV, Sindicato de Actores… pero pocos premios. Conocido internacionalmente como actor y personaje público, poco reconocido a la hora de ser premiado. Ha elegido -personalmente creo que con muy buen criterio- todos los personajes que ha interpretado. Exceptuando, quizá, el Jay Gatsby de El Gran Gatsby (Baz Luhrman, 2013) -la sombra del personaje de la novela y la de Robert Redford son alargadas- y algún que otro tropiezo en forma de pseudo espagueti-western en su post-adolescencia (Rápida y mortal, Sam Raimi, 1995). Post-adolescencia que se vio prolongada por su fama de ídolo de masas femenino y su aspecto físico aniñado, acompañado de una actitud rebelde muy del estilo del James Dean de los cincuenta o del malogrado River Phoenix en los noventa.

Aprobados los ha sacado, y altos. Véase El Aviador (Martin Scorsese, 2004) -interpretando a un histriónico y magnífico Howard Hughes, al lado de una espectacular Cate Blanchett- o cuando se metió en los pantalones del rey de Wall Street Jordan Belfort. Ha tenido sus más y sus menos a lo largo de su extensa y amplia carrera cinematográfica. Elige papeles de personajes con una fuerte personalidad, de carácter muy marcado; quiere llenar la pantalla. Al espectador le puede gustar o no, pero la inunda. En El Renacido lo intenta. Pero abarca pocos registros: se mueve en el territorio de la impotencia, la rabia, la venganza, el sufrimiento, la tristeza… pero no va más allá. Busca la seguridad en unos estadios del ser humano que domina. No es la mejor ni la más excelente de sus actuaciones pero se puede llevar el gato al agua. Por fin. Y quitarse de forma definitiva el sambenito de ídolo de adolescentes y actor gafe.

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El proyecto de Iñárritu no carece de buenos propósitos. Las aventuras del trampero Hugh Glass se convierten en el blanco perfecto para desarrollar un western que no convence como tal, transformándose en una historia de superación, lucha y venganza personal. De todos los largometrajes del director mejicano, El renacido es el que menos tiene que ofrecer. Con Amores Perros (1999) metió al público y a la crítica en su bolsillo; con 21 gramos (2004) los enamoró aún más; y con Babel (2005) los conquistó definitivamente. Babel me obsesionó durante mucho tiempo. Con el reparto coral, las historias que se entrecruzan, la multiculturalidad reinante, la reivindicación social, lo absurdo de la guerra, las diferencias entre el primer y el tercer mundo, la certeza dura y cruel del efecto mariposa… Iñárritu cuenta historias. Trenza y destrenza nudos. Y todo ello lo vemos plasmado en sus primeros filmes.

Con El Renacido da un giro inesperado. Otras influencias invaden su mente. Y las refleja en la película. Arriesga con su tradicional sintonía de reparto coral. Aquí se la juega con DiCaprio. El gran peso de la película recae sobre su interpretación, acompañado de un sorprendente antagonista, el actor británico Tom Hardy, que rompe con su imagen de secundario musculado «con nada que añadir», y propone al espectador un lado oscuro repleto de estratos y recursos interpretativos. És el rostro del estrés postraumático, la avaricia, la traición, la cobardía, la mentira y la rudeza. De la crueldad que roza la enfermedad y el comportamiento «borderline».

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No hay sorpresas importantes en la historia. El tiempo crudo de las guerras de las tribus indias americanas; los tramperos que traficaban con piel de animales; inviernos gélidos; pobreza y miseria humana. González Iñárritu se apoya en la fotografía y en la música. La banda sonora juega un papel crucial acompañando a escenas realmente bellas. Paisajes atemporales, ríos que se desbordan, bosques inmensos, cielos abiertos e infinitos. La música cesa. Se instala el silencio. Lo trascendente se une con lo material, lo humano con lo divino. Y allí está presente Terrence Malick con ecos de El árbol de la vida (2011). Director fetiche para nuestro cineasta. No en vano, han coincidido en dos películas con ese actor magnético de mirada intensa que es Sean Penn (El árbol de la vida, La delgada línea roja y 21 gramos).

¿Puedes oír el viento, padre? ¿Recuerdas lo que mi madre solía decir del viento? El viento no puede vencer a un árbol con fuertes raíces. Aún respiras… La extraño mucho. Estaré, justo aquí… Estoy justo aquí. Mientras aún puedas sostener un aliento, sigue peleando. Respira. Sigue respirando. Cuando hay una tormenta… Y estás parado frente a un árbol… Si ves a las ramas, jurarías que se van a caer… Pero si ves el tronco, notarás su estabilidad.

Si Malick es una influencia, también lo son otros referentes como el realismo mágico. Escenas oníricas sacadas de relatos de García Márquez. Poderes sobrenaturales, magia y etnia (los pawnees). Sobresale la escena en la que Glass sueña con su mujer fallecida que sobrevuela el horizonte. El pelo posee vida propia. Huellas de Frida Kahlo.

La literatura no termina con Márquez. Comienza con las teorías del Buen Salvaje que recogió y popularizó el filósofo Rousseau en el siglo XVIII. El mito que surgió con las primeras poblaciones indígenas de América. El choque entre el pueblo «civilizado» y las etnias indias. Aquí se puede apreciar en las luchas entre las diferentes tribus y su cultura, y el choque con los «yanquis». Los estereotipos están más marcados que nunca. Franceses, americanos, pawnees, sioux… que conviven en el mismo territorio cada uno con sus reglas y costumbres. ¿La leyenda del buen salvaje, el hombre es bueno por naturaleza? Cada cual con sus normas, tradiciones, no hay buenos ni malos. Distintos y símiles. Es lo que enseña la película. Todos se encuentran por el camino de la vida en busca de venganza. La muerte y el sufrimiento igualan al ser humano.

Junto a ese sufrimiento corporal se muestran en pantalla una serie de «imágenes violentas», y no porque se vea o se refleje dolor en ellas, sino porque el público no está acostumbrado a su visión ya que no forman parte de su cotidianidad. Ahora me explicaré mejor. DiCaprio, como superviviente en las montañas perdidas en medio de la nada, debe hacer en este orden: pescar un pez con las manos, morderlo desesperadamente, despedazarlo y comerlo crudo -lo que la visión del espectador está acostumbrado a mirar, sin embargo, es el sushi cuidadosamente preparado en bandejitas de madera-; en segundo lugar, comer el hígado y las piezas de un cuadrúpedo con las manos mientras éstas se tiñen poco a poco de sangre y su estómago le provoca arcadas -el imaginario colectivo en este caso puede meterse entre pecho y espada un steak tartar sin poner el grito en el cielo y aquí no ocurre nada-; y por último, el despiece de un caballo, con desglose de casquería incluido, que realiza Glass en su intento desesperado por no congelarse en las altas cotas alpinas introduciéndose dentro del animal y tomando prestado su calor interno -algo que el más común de los mortales en su trayecto diario en metro no suele practicar y cuando duerme lo hace cubierto por un edredón de plumas de oca que Ias grandes superficies del mueble venden introducidos en cómodas bolsitas de plástico esterilizadas y con tratamiento antiácaros incluido. Violencia, puede ser. Justificada, en una película como El renacido, también. Llegados a este punto ya se fragua otra contienda, esta vez en la alfombra roja. ¿Qué película competirá por ser la más violenta? Como candidatos, propongo, El Renacido y Los odiosos ocho (2015) del más que especialista en la materia, Quentin Tarantino.

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Durante todo el metraje se escuchan ecos del héroe de Dafoe, Robinson Crusoe. Y de esa indiferente recreación contemporánea que fue Náufrago (Robert Zemeckis, 2000) protagonizada por Tom Hanks. La soledad. El hombre oyéndose solo a sí mismo, a la voz de su conciencia. Como lo ha hecho también de forma excepcional Matt Damon en la reciente Marte (2015). Muchas similitudes en dos películas que se estrenan con pocos meses de diferencia ambientadas en siglos dispares.

También, y para concluir este mestizaje de influencias, de culturas y de leyendas, encuentro esporádicamente, en determinados fotogramas, demasiada filosofía new age. Malick la utiliza de forma velada e inteligente. Apenas se percibe. Iñárritu, sin embargo, derrama el vaso. Aún así, El Renacido se deja ver. Los minutos transcurren veloces y las miradas se deleitan en los paisajes, en las pocas palabras, en la naturaleza agreste, en el alma y en el cuerpo que sufren. Y en la satisfacción de la superación.

¿Se superará también DiCaprio? Eso está por ver. De lo que no cabe duda es que Iñárritu sale de su zona de confort y arriesga. ¿Acierta? Decide el público después de los títulos de crédito.

Os dejo un tráiler:

Almudena Martínez Martín

Revista Atticus

 

2 Comments
  1. Dudaba en si ir a verla… por un lado, me encanta Di Caprio, me han gustado mucho varias películas de Iñárritu y las nominaciones de los Oscar siempre influyen… pero por otra parte, el tema, de entrada, no me llama la atención y no aguanto bien las escenas violentas demasiado explícitas. Tu crítica me ha terminado de decidir: explicas muy bien qué se puede esperar de la película y por qué valdría la pena verla y ahondas en muchos temas. Me ha gustado mucho. Gracias y un saludo

  2. Muchas gracias por tu comentario.
    He tenido problemas para acceder a los mensajes. Perdona el retraso. Me alegra de que mi crítica te haya ayudado. Un abrazo y aquí nos tienes.

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