Frank Sinatra. Los cien años de un gran actor (segunda parte).

Frank Sinatra

Los cien años de un gran actor (segunda parte)

El 12 de diciembre de 2015 se cumplía el centenario del nacimiento de Frank Sinatra. Ese mismo día, publicamos la primera parte de un artículo que editamos en nuestro monográfico dedicado a la 60 edición de la SEMINCI. Ahora os ofrecemos la segunda y última parte del mismo, realizado por Katy Villagrá Saura. Os recordamos que os podéis descargar la revista en el siguiente enlace:

Revista Atticus monográfico 11

El hombre del brazo de oro (Otto Preminger, 1955)
El hombre del brazo de oro (Otto Preminger, 1955)

Con El hombre del brazo de oro, de Otto Preminger (1955), Sinatra realizó lo que, para muchos, sería su mejor interpretación en el cine. Obtuvo una candidatura al Oscar y un premio del círculo de Críticos de Nueva York, además de un premio Bafta. «He dicho en público —comentaba el actor— que creo que gané el Oscar por la película equivocada. Debería haberlo ganado por El Hombre… Si alguna vez he merecido el premio, fue por mi papel en esa cinta, porque sentía que mi interpretación del personaje era la mejor que había hecho nunca». Frank se mete en la piel de un morfinómano que lucha por desengancharse y cambiar de vida. Su interpretación es intensa, relista y tremendamente sentida. «Leí el libro —contaba el artista— años antes de que rodáramos la película. Trabajé mucho y me informé de lo que le ocurre a la gente cuando tiene el mono… Quería mostrar el sufrimiento que causa la droga». La puesta en escena de Preminger, estilizada y objetiva, algo habitual en su director, subraya con vehemencia, ayudado de la penetrante música de Berstein y de los primeros planos, algunos momentos del filme. De Sinatra, me quedo con el momento en el que se presenta a un aprueba como batería para una orquesta: se le caen las baquetas y las manos no le responden. Pide perdón a todos y se va. Nadie allí comenta nada y cada cual sigue con lo suyo (Preminger está indudablemente mejor cuando huye del melodrama). Inmejorable, la actuación de Franky: en ella, queda patente esa dolorida integridad de quien se sabe indigno y no implora nada. Lo acompañan en el filme una sensacional Eleanor Parker, que obtuvo una candidatura por su actuación, y una atractiva Kim Novak.

Grace Kelly junto a Frank Sinatra en  Alta sociedad (Charles Walter, 1956)
Grace Kelly junto a Frank Sinatra en
Alta sociedad (Charles Walter, 1956)

Alta sociedad, de Charles Walter (1956) es la versión musical de la sofisticada comedia de George Cukor Historias de Filadelfia. La cinta se benefició del buen hacer de sus actores (Grace Kelly, Bing Crosby, Celeste Holm) y de una imprescindible banda sonora de Cole Porter. Por primera vez se podía ver juntos a Crosby y a Sinatra (ya lo habían estado en la radio y en los escenarios). Se comenta que el segundo, preocupado por ensayar delante de su “héroe”, solía reunirse con él en el plató antes de cada toma. El tono distinguido lo ponía la futura princesa de Mónaco, que se atrevió a cantar con Crosby True Love.
A finales de los cincuenta, su carrera no puede ir mejor: con Sturges, realiza su segunda incursión en el género bélico con Cuando hierve la sangre, junto a una sensual Gina Lollobrigida («¿Sabes?, las películas se equivocan por completo: los cigarrillos saben fatal cuando estás herido»); con el otrora director del New Deal, Frank Capra, protagoniza Millonario de ilusiones, un largometraje crepuscular y melancólico, alejado del optimismo de su director, aunque con final feliz. La canción Hight Hopes ganó un Oscar y Sinatra se vio, una vez más, bien acompañado por Eleanor Parker, Carolyne Jones y Edward G. Robinson. Pero será con Minelli con quien realice su mejor trabajo. Como un torrente está entre las obras más personales y acabadas de su aclamado director. Basada en la novela de James Jones, cuenta el regreso a casa de un escritor, excombatiente de la Segunda Guerra Mundial cuya forma de entender la vida choca con la hipocresía social de su entorno. Su llegada sirve de catalizador de actitudes y deseos reprimidos. Minelli es un maestro en conseguir la exacerbación dramática a partir de la aceleración de estados pasionales. Su puesta en escena está cuidada al detalle: distintos elementos de la misma (bien, caracterológicos o del decorado) se unen para provocar sensación de agobio hasta alcanzar la catarsis dramática. Este llamado «carrusel minelliniano» (o melodrama en continuo movimiento) tiene su culmen dramático en la escena de feria, acentuado por su contraste entre escenas y personajes, que convergen en la tragedia final. Destacaría, asimismo, de la mise en scène del director, la escena amorosa entre Sinatra y Marta Hyer, por su elegancia y delicada sensualidad. En ella, la estancia se va oscureciendo hasta que queda totalmente en penumbra. Es entonces cuando la cámara nos acerca en primer plano el rostro de los enamorados.

Ocean’s Eleven (Lewis Milestone, 1960)
Ocean’s Eleven (Lewis Milestone, 1960)

Para Peter Bogdanovich, está insuperable: «… aunque su papel en El hombre… fuera mucho más complejo, está mejor en este… tiene el papel menos espectacular del filme, pero tuvo que trabajar cuidadosamente su peso central y su complejidad, o si no, todo se hubiera venido abajo». Y sigue Bogdanovich: «… centrado y comprometido con la ambigua naturaleza del personaje… Su dominante presencia resulta siempre creíble y conlleva una gravedad y una turbulencia interior que sólo una estrella del cine podría expresar con tanta naturalidad». Poco podemos añadir a lo que dice de su amigo Sinatra este excelente realizador y crítico cinematográfico. Shirley MacLaine, en palabras de Terenci Moix, se comió el filme a bocados y obtuvo una candidatura; al igual que el siempre extraordinario Arthur Kennedy y la impecable y sugestiva actriz y guionista Marta Hyer. Ponían el broche el formidable Dean Martin y una adecuada Leora Dana.
Separado de Ava Gardner, Franky seguía ejerciendo de seductor, «el mejor amante de Hollywood» «el Mercedes de los hombres», que dijo Marlene Dietrich. Sus relaciones no pasaban de meros flirteos o cortos romances (Kim Novak, Juliet Prowse, Marlene, Judy Garland, Anita Ekberg, Gloria Vanderbilt…), que no llegaban a mayores o rompía inopinadamente (Lauren Bacall) hasta que conoció a una jovencísima Mia Farrow, ya en los sesenta, con la que acabaría casándose en 1966. Ava, con su gracejo e ironía habituales comentó al respecto: «Siempre pensé que Frankie acabaría acostándose con un chico», en relación al famoso corte de pelo de Mia, creado por el mítico Vidal Sassoon. La famosa pareja, de la que aún recordamos su glamourosa asistencia a la fiesta de Truman Capote, acabaría divorciándose tan sólo dos años después de su boda. Su cuarta y última esposa, aparte de distintas escarceos amorosos, entre otras, con Marilyn Monroe o Rachel Welch, sería con Bárbara, viuda de Zeppo Marx, con la que contraería matrimonio en 1976.

El mensajero del miedo (John Frankenheimer, 1962)
El mensajero del miedo (John Frankenheimer, 1962)

Los sesenta se caracterizan por la consagración del Rat Pack o “Clan Sinatra”, formado por Dean Martin, Sammy Davis Jr., Joey Bishop, Peter Lawford y dos maravillosas actrices: Angie Dickinson y Shirley MacLaine. De entre todos los filmes, la mejor es Ocean’s Eleven (mucho mejor que su remake), de Lewis Milestone, que contaba con la inestimable colaboración de Richard Conte, que ya sabía lo que significaba estar «al otro lado de la ley» (por sus interpretaciones fílmicas, se entiende). «No es una gran película como Lo que el viento se llevó —explicaba Sinatra— sino algo que el público puede disfrutar. Se conoce como diversión». Además de estos divertimentos del “clan”, el cantante mantuvo su prestigio con películas como El mensajero del miedo, de John Frankenheimer (1962), un sensacional thriller político con Angela Langsbury y el británico Laurence Harvey; El diablo a las cuatro, de Mervin LeRoy, con Spencer Tracy o Divorcio a la americana, agradable comedia de enredo junto a Deborah Kerr y Dean Martin. Además, Sinatra se permitió dirigir Todos fueron valientes (1965), intimista y estimable largometraje bélico que centra su trama en la psicología de personajes, en este caso, los soldados de ambos bandos (americanos y japoneses). A finales de la década, vuelve a dar un último giro a su carrera encarnando al detective Tony Rome, un arquetípico detective privado puesto al día, en una realidad más cruda y complicada, si cabe, que la de sus homólogos Sam Spade o Philip Marlowe en los cuarenta (Glenn Ford hace lo propio con La trampa del dinero, junto a Rita). Hampa dorada, en 1967, inicia la serie, que seguirá con El detective y La mujer de cemento, en 1968, más floja que las dos primeras, aunque con la presencia de Raquel Welch, “el cuerpo”. Sinatra aprovecha su madurez interpretativa para su composición del detective Rome: escéptico y abatido, en las dos primeras; cínico y descreído, en la última. Gordon Douglas dirige las tres entregas. Es curioso cómo Douglas, que ya le había dirigido en Young and Heart, en El detective, vuelve a la mirada azul de Sinatra, en un primer plano, y a un sitio común, el interior de un coche con su personaje al volante; pero, esta vez, para construir un flashback.

Pocos largometrajes más siguieron a su personaje de Tony Rome. En 1971, anunció su retirada del cine y de la canción. Volvió dos años después, en 1973, a llenar, de nuevo, los escenarios. En 1980, de nuevo se mete en la piel de un policía en busca de un asesino en serie con The First Deadly Sin, junto a Faye Dunaway y Brenda Vaccaro. En 1984, intervino en la segunda entrega de Los locos de Cannonball, junto a Dean Martin, Sammy Davis Jr. y Shirley MacLaine. Fue una reunión entrañable y la última aparición de Sinatra en el cine. Se interesó por un proyecto de su amigo Peter Bogdanovich, Paradise Road, que finalmente no se llevó a cabo. «Cuando le mencioné su legendaria aversión a realizar más de una toma —recordaba emocionado Bogdanovich— me dijo que, por mí, haría alguna más». Hablaron sobre quién podría interpretar a su chica en el filme. El argumento trataba de una mujer que había ido a Las Vegas en su busca. Los dos habían estado muy enamorados; ella le había dejado y con su marcha, le había partido el corazón. Bogdanovich, inconscientemente, le mencionó a Ava. Franky le miró tranquilo pero con una «gran tristeza en su ojos». Entonces, dijo, calladamente: «demasiado cercano, chico».

Todos fueron valientes con Frank Sinatra en labores de dirección, 1965
Todos fueron valientes con Frank Sinatra en labores de dirección, 1965

«Lo más distintivo del rostro de Sinatra son los ojos, azules claros, alertas, ojos que, en un segundo, pueden ponerse fríos de rabia o arder de afecto”, afirmaba Gay Talese en su delicioso artículo “Frank Sinatra está resfriado» («esa puta personalidad de mercurio, con sus subidas y bajadas», se quejaba Lauren Bacall); consciente de su liderazgo («Presidente del Consejo») y, a su vez, humilde y respetuoso con Bing Crosby, Ella Fitzgerald o Spencer Tracy (Sinatra podía ser ambas cosas), pocos saben que, en un primer momento, rechazó My Way, por autocomplaciente y egocéntrica (le encargó a Don Costa que la “endulzara” un poco). A menudo, se obvian las cariñosas palabras que le dedicaron músicos y cantantes como Tonny Bennet («Siempre que estaba sobre el escenario me mencionaba; cuando quería a alguien, era de una lealtad extraordinaria») o Rod MacKuen, poeta, a la vez que compositor, con quien hizo un intimista y lírico disco, A Man Alone, en 1969, que incluía temas recitados. «¿No es éste el hombre sobre el que has leído/ que pega a la prensa/ y devora sombras/ como un martillo neumático/ mordiendo las calles?» —se preguntaba MacKuen, en la carátula del disco, con mucha ironía. «¿Cuántos Sinatras conozco?/ Uno cada día» —continuaba—. «Sinatra es un hombre solo/ a veces, creo que se ríe/ por no llorar/ olvídalo/ No soy Sigmund Freud/ Sólo sé unas pocas cosas».

Esa es la imagen que nos ha llegado de Frank, «la más sincera y desnuda en su romántica vulnerabilidad», que decía Bogdanovich, la de esas interpretaciones musicales o cinematográficas que nos llegaban al alma. Poco importan otras cosas, harto ajenas a su faceta artística. «Sea lo que sea lo que se diga sobre mi persona —decía Sinatra— es totalmente irrelevante. Cuando canto, creo en ello. Soy honesto». En los noventa, 1993-1994 hizo sus famosos duetos. Tan sólo cuatro años después, el 14 de mayo de 1998, nos dejó. El Empire State Building tiñó de azul sus luces como homenaje a los ojos de este artista único. Por una vez, dejamos a un lado nuestros sueños, levamos anclas; corrimos, como locos, por las calles de Nueva York; nos comportamos como extraños en la noche, volamos hacia la luna y nos sentimos menos solos, acompañados de su voz. ¡Gracias, Franky, por tan buenos momentos!

Katy Villagrá Saura

Revista Atticus

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