Crítica Palmeras en la nieve de Fernando González Molina

Palmeras en la nieve

Cuando el pasado es algo más real que el presente

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Película: Palmeras en la nieve.
Dirección: Fernando González Molina.
Interpretación: Mario Casas (Kilian), Adriana Ugarte (Clarence), Macarena García (Julia), Alain Hernández (Jacobo), Berta Vázquez (Bisila), Emilio Gutiérrez Caba (Antón), Djedje Apali (Iniko), Daniel Grao (Manuel), Fernando Cayo (Garuz), Celso Bugallo (Kilian de mayor).
País: España. Año: 2015. Duración: 163 min.
Género: Drama, romance.
Guion: Sergio G. Sánchez; basado en la novela de Luz Gabás.
Estreno en España: 25 Diciembre 2015.
Calificación por edades: No recomendada para menores de 16 años.

Sinopsis
El descubrimiento accidental de una carta olvidada durante años empuja a Clarence a viajar desde las montañas de Huesca a Bioko para visitar la tierra en la que su padre Jacobo y su tío Kilian pasaron la mayor parte de su juventud, la isla de Fernando Poo. En las entrañas de un territorio tan exuberante y seductor como peligroso, Clarence desentierra el secreto de una historia de amor prohibido enmarcado en turbulentas circunstancias históricas cuyas consecuencias alcanzarán el presente.

Comentario

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África en 1898

Como hiciera en mi anterior crítica de Sufragistas, conviene hacer un pequeño preámbulo introductorio para situar la película en un contexto histórico.
Aunque los hechos que se narran en Palmeras en la nieve, una adaptación de la novela de Luz Gabás, se sitúan a caballo entre 1954 y 2003, nos tenemos que remontar al 7 de junio de 1494. En esa singular fecha es cuando España y Portugal firman lo que se conoce como el Tratado de Tordesillas (Valladolid). Isabel y Fernando, reyes de Castilla y Aragón, por un lado y Juan II de Portugal, por otro, se repartieron las zonas de navegación y conquista del océano Atlántico y del Nuevo Mundo con el fin de evitar conflictos y no andar conquistando las mismas tierras. Trazaron un meridiano a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Para allá, territorios españoles, para acá, los portugueses. Años después, bajo el reinado de Felipe II se anexiona al estado español Portugal, con todas sus colonias de ultramar. Esta situación duró hasta el levantamiento del 1 de diciembre por la Restauración de la Independencia de los portugueses que supuso el fin de la monarquía dual. El acuerdo se produjo en el Tratado de Lisboa de 1668 firmado por Alfonso VI de Portugal y Carlos II de España por el que se reconocía la independencia de Portugal dando por finalizado el dominio de la Casa de Austria sobre nuestros vecinos. Por medio de un acuerdo con los portugueses, España a cambio de otras posesiones –Colonia de Sacramento, en Uruguay-, se queda en 1777 con , lo que pomposamente se denominaba Territorios Españoles del Golfo de Guinea. En 1926, los distintos territorios se reunificaron y pasaron a denominarse Guinea Española (islas de Fernando Poo, Annobón, Elobey y Corisco y la Guinea Continental Española) hasta su independencia en 1968. La isla de Fernando Poo debe su nombre al navegante portugués que en su afán de descubrir la ruta hacia las Indias recaló en la isla en 1472. Hoy la isla se la conoce como Bioko (su capital es Malabo, en época española conocida como Santa Isabel y que los británicos durante su ocupación denominaron Port Clarence). En 1956 estos territorios se organizaron como Provincias del Golfo de Guinea. Tres años después adquieren el estatus de provincias españolas, dividiéndose en dos provincias: Fernando Poo (insular) y Río Muni (la parte continental). Llegado a este punto, hay que recordar que África fue repartida a distintas potencias europeas en lo que se conoce el Nuevo Imperialismo (desde la década de 1880 hasta comienzos de la I Guerra Mundial). Tras la II Guerra Mundial, los estados sometidos se van a ir sublevando hasta conseguir su independencia. Este proceso de descolonización se debió fundamentalmente a tres razones: los pueblos indígenas tenían conciencia de su propia identidad y querían «echar» a los extranjeros; el gran resentimiento popular contra la desigualdad y el racismo; y, por último, que las naciones europeas estaban más pendientes de solucionar sus propios problemas que los de sus colonias.

 
La narración arranca en el año 1953, cuando Kilian (Mario Casas) emprende un viaje, junto a su hermano Jacobo (Alain Hernández), hasta Fernando Poo. Allí su padre, Antón (Emilio Gutiérrez Caba), posee una finca que produce uno de los mejores cacaos del mundo. Pero también hay una narración paralela que nos sitúa en 2003 cuando Clarence (Adriana Ugarte) hija de Jacobo, acude al hogar paterno en una pequeña aldea de Huesca. Allí se encontrará con los recuerdos de su padre y de su tío, Kilian. Entre ellos, un trozo de una carta le motiva para realizar un viaje hasta Bioko con el fin de tratar de desvelar el pasado de su familia. Ese lado oscuro del que nadie quiere o puede ya hablar.

 
Palmeras en la nieve ofrece el contraste de la vida «ardiente» que llevaban los ciudadanos españoles llena de lujo y confort frente a la otra vida, a la de la España franquista llena de penurias, agobios y encorsetada. El color y la luz frente al gris anodino. Allí en este ambiente su principal protagonista, Killian traspasará la línea roja, el guion no escrito. Puedes tirarte a toda nativa, pero no te puedes enamorar de una de ellas. Las relaciones entre colonos y nativos se irán complicando a medida que los aires de independencia recorren toda África de manera imparable enrareciendo el ambiente.

Adaptar la novela de Luz Gabás no debe de ser nada fácil. Sergio G. Sánchez (guionista de El orfanato, 2007, y Lo imposible, 2012, ambas de José Antonio Bayona) ha hecho un buen trabajo. Tengo la novela encima de la mesilla pendiente de leer, pero la gente que salía del cine comentaba, de forma generalizada, que no defraudaba su paso a la gran pantalla. Tiene un gran mérito haber llevado al cine esta historia. Un tema poco conocido que formó parte de nuestra historia más reciente y que se centra en ese periodo convulso de la transición de las colonias. En su contra está que, al principio, la presentación de los personajes no es del todo clara, pero según transcurren los minutos se van asentando.

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La dirección corre a cargo de Fernando González Molina quien tiene en Mario Casas a su actor fetiche. Esta es la cuarta película en la que trabajan juntos (Fuga de cerebros, 2009, Tres metros sobre el cielo, 2010, y Tengo ganas de ti, 2012). En las anteriores su producto iba destinado a un público adolescente. En esta ocasión el abanico se abre un poco más, gracias al tirón de la novela. Su trabajo es solvente, con una cuidada estética y planificación. Las transiciones entre las secuencias de los flashbacks son maravillosas con la cámara al cielo siguiendo unas aves tropicales. Las imágenes de la cascada natural a orillas de la playa con baño y retozo en la arena son visualmente muy atractivas y es de agradecer; no aportan nada a la trama, pero no molestan qué caray, a pesar de que algunos digan que es más propio de una película para adolescentes. Si en casi tres horas no metes un refresco, el polvorón se te atraganta.
La fotografía (Xavi Giménez) es excelente gracias a que está rodada en unos parajes de ensueño, con unas playas paradisíacas y unas plantaciones de cacao inmensas. Todo ello contribuye a que las casi tres horas de duración se te hagan muy llevaderas. Es inevitable la comparación con Memorias de África, aunque Mario Casas no es Robert Reford (ni tampoco Meryl Streep es Berta Vázquez, todo sea dicho). La recreación de Fernando Poo se realizó en Gran Canaria y en Colombia (playas vírgenes y cacaotales) En la isla se rodó durante de diez semanas con más de tres mil figurantes y un equipo de 250 personas. Huesca cierra el triángulo de las localizaciones para el rodaje de la nieve, las del hogar paterno.

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La banda sonora es obra de Lucas Vidal y contiene uno de esos grandes reclamos publicitarios. Se trata de un temazo compuesto por Pablo Alborán y el propio Lucas Vidal con título homónimo. Aquí os dejo un enlace.

En cuanto los actores, Mario Casas está en su papel. Ofrece un físico y poco más. No me acaba de convencer. Me creo lo que hace, pero no me creo lo que dice. Cuando habla no interpreta, casi recita y encima inaudible. Por el contrario, la elección de Berta Vázquez para el papel de Bisilia es el gran descubrimiento. Atractiva, enigmática, comedida, tiene un papel con varios registros en los que explota todo su potencial. Su mirada es un auténtico imán para la cámara. Alain Hernández resulta más convincente que el propio Casas. Macarena García es la gacela. Grácil, elegante, simpática y magnífica. Adriana Ugarte es una actriz que su paso por la TV con las series como La señora o El tiempo entre costuras le ha dado un gran empujón. Interpreta a Clarence con solvencia. Buen papel para Emilio Gutiérrez Caba y algo desaprovechado el de Celso Bugallo. Y otra vez se nos queda corta la actuación de Fernando Cayo. Los papeles de los dos negros nativos quizá enredan la trama pero creo que son necesarios para dar ese aire de mestizaje que la escritora nos propone, pues ¿qué otra cosa es una palmera en la nieve? Es un fruto del mestizaje de las tierras.

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Palmeras en la nieve tiene mucha de aquellas historias épicas que ya no se ven tanto por nuestras pantallas. Curiosamente al rebufo de la presentación de esta película en Antena 3 este domingo echaban una película que recuerda en algo al planteamiento de Palmeras… La acción discurría en Java con el trasfondo de una fábrica de cigarros puros y la II Guerra Mundial. Son películas de aventuras, de tórridos romances casi prohibidos, de bellos paisaje naturales, con enormes haciendas llenas de nativos trabajando y que casi siempre hay un peligro latente, ya sea un incendio, ya sea una guerra o la expropiación por el Estado. Eso sí, con el amor como principal motor. Esto bien lo deben de saber Mario Casas y Berta Vázquez, nuestros jóvenes protagonistas. Palmeras en la nieve es una gran producción que nos plantea una propuesta muy atractiva, entretenida y bien realizada en todos sus campos. Tal vez se echa en falta aquello de: «yo tenía una finca en África…» para resultar un producto redondo.
Cinco han sido las nominaciones que ha recibido en su carrara hacía los Goyas, en apartados como mejor canción, dirección de producción, dirección artista, diseño de vestuario y peluquería y maquillaje, pero incomprensiblemente se han quedado fuera nominaciones como la de fotografía o actriz de reparto (Berta Vázquez) o incluso la propia dirección.

Os dejo un tráiler:

 

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus

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