Raphael, concierto con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León

Raphael, concierto con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León
El espectáculo estaba en el patio de butacas

Hace un par de semanas con motivo de una entrevista, Julia Otero decía en su programa JELO que, por lo menos, una vez en la vida había que acudir a un concierto de Raphael. Pues bien, este viernes 11 de diciembre llegó mi oportunidad. Asistí al concierto Raphael Sinphónico del artista de Linares acompañado de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León en su sede del auditorio Miguel Delibes (Valladolid). Casi acudí en calidad de observador neutral, desapasionado, como dejando llevar entre la marabunta de cerca de 1400 asistentes. No era uno más, no. Me atrevería a decir que casi el 90 % era un público entregado, fervoroso, que había sacado su entrada hace casi un mes o más.

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Cuando Raphael hizo su presencia en el escenario, con su sempiterno atuendo negro de los pies a la cabeza, buena parte del público lo recibió en pie y con una cálida ovación. Y no solo los de las primeras filas que suelen ser los más fans. Con la piel de gallina no salía de mi asombro al contemplar el patio de butacas. Tenía a más de medio aforo entregado y ni tan siquiera había sonado unas notas. Digno de ver. Se nota que no era la primera vez que acudían a un concierto de una de nuestras estrellas más singulares.

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Una de los primeros temas que nos ofreció es su famoso Yo soy aquel (con una leve variante, Yo sigo siendo aquel) en donde empezamos a ver lo que nos iba a deparar este espectáculo Raphael Sinphónico: la orquesta con luces de fiesta, y unos cañones de luces muy vistosas recorriendo el patio de butacas y el escenario. Y poco más. Si acaso unos pequeños apoyos diseminados por el espacio escénico como eran una silla, un sillón con ruedas de los que pueblan nuestras oficinas, un pequeño escaño y el atril del director de la orquesta (Rubén Díez, encargado de dirigir durante su gira). No le hace falta más recursos, ni atrezo. Puede con todo como lo demuestra con esa vitalidad a sus 73 primaveras.
¡Grande! empezaron a gritar desde el patio de butacas. Tras seis o siete temas y antes de su clásico Digan lo que digan, hizo una pequeña presentación. Pero en vano. Quien más o quien menos se saben no una, sino casi una decena de sus temas. El ambiente se fue caldeando poco a poco. El extenso repertorio lo tiene muy estudiado. Son cerca de 36 temas. Apenas le faltaron cinco minutos para las ¡3 horas de concierto! y sin descanso. La orquesta apenas se tomó un respiro salvo en media docena de temas en los que Raphael se hizo acompañar exclusivamente en unas ocasiones por el piano y en otras por la guitarra española. Así sucedió con el tema archiconocido Gracias a la vida. Una canción popular de inspiración folclórica chilena compuesta e interpretada por la cantautora Violeta Parra en 1966 que se dio a conocer mundialmente, tras su suicidio, con la interpretación, en 1971, de Mercedes Sousa. Han sido decenas de cantautores que la han acogido en su repertorio. Uno de los primeros fue el propio Raphael allá por 1975. Raphael en este momento ya se va soltando y empieza con sus característicos movimientos de cintura. Toda una seña de identidad correspondida por el público con el grito de torero.

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Con Hablemos del amor la simbiosis Raphael y la OSCYL es plena, radiante, en su máximo esplendor con esos golpes del bombo con los que retumbó todo el escenario. Canción con la que Raphael (por aquel entonces Rafael Martos) nos representó en Eurovisión en 1967.

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Unos temas más tarde nos ofrece Maravilloso corazón lo que supuso la tercera parte de este espectacular concierto. Llevábamos dos horas y nos quedaba otra más con un público heterogéneo entusiasmado. A partir de aquí es todo júbilo, una explosión de los temas más conocidos del artista. Es justo en este momento cuando «le quita» la batuta al director para ponerse a dirigir, primero a la orquesta y acto seguido al público que no dejaba de tararear la canción. Las interpretaciones de Payaso, En carne viva, Escándalo (¡vibrante!, con el público desatado) o Qué sabe nadie permanecerán en la retina y en los tímpanos de todos los asistentes durante mucho, mucho tiempo.

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A continuación llegó una de las pocas alteraciones del programa. No podía faltar El tamborilero. Como él bien dijo, estamos a 11 de diciembre. Para mí, El tamborilero es la encarnación de la Navidad. En mi infancia, en nuestra casa, la música del pequeño disco de 45 rpm nos anunciaba el arranque de las fiestas. Un arranque que nos traía, entre otras cosas, la ilusión de los Reyes Magos. Hoy la nostalgia arrincona el disco en el trastero de la casa mientras su melodía permanece en el desván del alma. Un alma herida y hasta cierto punto desconsolada por que ya hay dos sustantivos que se han quedado tan huérfanos como me quedé yo y que ya no tienen el significado que durante mucho tiempo tuvieron: mamá o papá. Aquellos sones de El tamborilero interpretado por Raphael eran, simple y llanamente, la Navidad. Hoy, al escuchar en directo el tema, me dejé embargar por la emoción y me dije: qué grande es la música con su poder evocador y qué grande de verdad es este pedazo de artista infatigable que con sus canciones es capaz de aportar un poco de ilusión, amor, cariño, o llámenlo como quiera a tantísima gente. Así cerró su actuación, con una declaración de intenciones: Como yo te amo. Ya no tenía ninguna reserva y el artista de Linares me había ganado.

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No hubo más. Es imposible. Todo el mundo era consciente del derroche físico y mental que supone estar 3 horas sobre el escenario. No se insistió mucho en propinas. Con mímica nos dijo que tenía que ir a comer algo y dormir. Hoy, al día siguiente, le espera el público de Salamanca (cerca de 4000 espectadores). Los músicos embriagados del ambiente se empezaron a abrazar mientras nosotros desfilamos tarareando «como yo te amo, nadie te amará». El espectáculo no solo estuvo en el patio de butacas (era solo una licencia poética). El espectáculo estuvo, en todo momento, en el escenario de la mano de un inconmensurable Raphael y de la OSCYL que vibró como pocas veces la habíamos oído. Doy la razón a Julia Otero: una vez en la vida se ha de asistir a un concierto en directo de Raphael.

Luisjo Cuadrado

fotografías: Chuchi Guerra

Revista Atticus

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