Exposición las Edades del Hombre 2015

Las Edades del Hombre (1ª parte)

El lunes 22 de marzo, uno de los días más gélidos y desabridos de la primavera inverniza abulense, la reina emérita, Doña Sofía, inauguró oficialmente la nueva exposición de Las Edades del Hombre. Desde el martes 24 están abiertas las puertas al público general de esta nueva edición, dedicada íntegramente a la figura de Santa Teresa de Jesús.
No podemos dejar de reconocer que el despliegue logístico necesario para la organización y montaje de esta nueva exposición, con cuatro sedes físicas diferentes en dos provincias (Ávila y Salamanca), ha sido complejo. Si a eso añadimos las prisas de última hora para todo estuviera a punto una semana antes de lo previsto, es comprensible que, en el pase que hubo para la prensa el domingo 21, todavía faltaran cartelas, vitrinas y otros detalles de remate expositivo.
Para los que hayan seguido a lo largo de los años las exposiciones de Las Edades, sabedores de la presencia apabullante de obras castellano-leonesas, quizá la primera sorpresa agradable de esta nueva exposición, en cuanto al disfrute de obras inéditas, sea la numerosísima presencia de obras foráneas, especialmente andaluzas.
En líneas generales, se mantiene el formato ya conocido de mezclar obras de maestros reconocidos de calidad artística contrastada, junto a cuadros o esculturas de autores secundarios, de indudable menor categoría plástica pero con valor devocional o de pieza rara “expuesta por primera vez”. Pese a todo, el nivel medio de las obras, piezas y documentos presentados es más que aceptable. En muchos casos son sobresalientes estéticamente. En otros se agradece la posibilidad de poder ver una obra conocida en un contexto diferente al habitual y, en otros muchos, es la única posibilidad de ver determinadas obras pertenecientes a las clausuras de conventos, expuestas en contadas ocasiones al disfrute público.

I-. CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE GRACIA (Ávila)

Entrega del escapulario a San Simón Stock. Hacia 1635. Atribuido a Andrés Solanes (Taller de Gregorio Fernández). Museo Nacional de Escultura. Valladolid.
Entrega del escapulario a San Simón Stock. Hacia 1635. Atribuido a Andrés Solanes (Taller de Gregorio Fernández). Museo Nacional de Escultura. Valladolid.

Según el planteamiento expositivo marcado por los organizadores, el relato de Teresa de Jesús. Maestra de oración comienza en la iglesia del Convento abulense de Nuestra Señora de Gracia. El convento de agustinas donde Teresa de Cepeda estuvo interna y al que siempre guardó un cariño especial no sólo por su relación entrañable con la madre Briceño, ejemplo de vida entregada a Dios, sino por ser este convento donde Teresa siente más nítidamente su vocación religiosa.
Sin embargo, tal y como confiesa la propia Teresa, no ingresó en las agustinas por parecerle que no podría soportar la dureza de la vida conventual que había conocido al convivir con ellas. Finalmente ingresó en el Monasterio de la Encarnación, de la Orden del Carmen, la de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.
Todas las obras que se muestran en esta primera parte de la exposición están relacionadas justamente con el origen de la Orden del Carmelo.
Destaca por sus enormes dimensiones y por su factura un extraordinario relieve, casi bulto redondo, atribuido al taller vallisoletano de Gregorio Fernández. Procedente del Convento de Nuestra Señora del Carmen (Carmelitas Calzados) de Valladolid, actualmente se conserva en el Museo Nacional de Escultura. El relieve narra el momento ocurrido a mediados del siglo XIII en el que, según la tradición, la Virgen del Carmen entrega al carmelita inglés Simón Stock un escapulario. A partir de ese momento, el escapulario se convertiría en símbolo y divisa de la Orden Carmelita. Este tipo de sucesos cobrará un auge inusitado en el mundo barroco y se multiplicaron las representaciones de esta gracia especial de la Virgen con los Carmelitas.
En el relieve que nos ocupa, San Simón arrodillado, vestido con el hábito carmelita, tonsurado, recibe de manos de una Virgen con el Niño, de aspecto juvenil y belleza angelical, más que un escapulario una vestimenta similar al manto mariano. A la derecha, un ángel de pie sujeta un sayal blanco que parece haberse quitado San Simón para ponerse el que le ofrece la Virgen. Un nutrido grupo de ángeles y serafines de todos los tamaños y en todas las aptitudes rodea la escena y la celebra, incluidos tres ángeles músicos que tocan sus instrumentos sentados sobre una nube en la parte superior de la escena.
Es una composición en aspa, destacando la diagonal marcada por el santo y la Virgen. El centro de la misma está ocupado por el escapulario-vestidura, verdadero protagonista de la escena. El dominio técnico de talla y policromía es absoluto. Destacados e individualizados los rostros de la Virgen y San Simón contrastan con la repetición facial y menor calidad de ejecución de los ángeles. La riqueza y exigencia formal en el tratamiento de los pliegues lleva el sello indiscutible de la escuela barroca castellana.

El profeta Elías es, junto con la Virgen del Carmen, uno de los míticos fundadores de la Orden carmelita. Según la tradición, Elías, defensor de la fe del pueblo de Israel, se enfrentó a los falsos profetas de Baal en el Monte Carmelo y demostró la autenticidad de Yahvé. Elías, considerado el padre del monacato, es el prototipo de hombre de oración y acción. Con motivo de las Cruzadas, muchos peregrinos y soldados deciden imitar al profeta y retirarse a vivir la fe en soledad, ya sea al desierto, ya sea al propio Monte Carmelo. En estos eremitas estará el germen de la Orden del Carmelo, cuando poco a poco a lo largo de los siglos XI y XII vayan conformando comunidades dotadas de constituciones y normas que se extenderán desde Oriente por todo el orbe.
En la iconografía de Elías destaca la espada de fuego, palabra de ley y de Dios contra la idolatría. También el carro de fuego, que, según la leyenda, lo transportó al cielo cuando estaba todavía vivo.

Varias son las obras que nos presentan al profeta Elías entre las expuestas en el Convento de Gracia. Entre ellas destacan las siguientes: El profeta Elías, Elías y los profetas de Baal, un magnífico cuadro de Valdés Leal de 1658 del retablo mayor de los Carmelitas Calzados de Córdoba. Esta última nos muestra una imagen de Elías grandioso, agigantado, con la espada ardiente en la mano, cubierto con la pelliza de camello al estilo de Juan el Bautista y rodeado de los falsos profetas de Baal y Jezabel por los suelos, vencidos por el Dios verdadero.

Elías arrebatado por los aires en un carro de fuego es otro óleo sobre lienzo de Felipe Gil de Mena, pintado hacia 1651. Pertenece al Museo Nacional de Escultura que también incide en la iconografía del fundador espiritual de la Orden.
Junto a Elías, el otro grueso de las obras presentadas en el Convento de Gracia está dedicado a la otra columna sobre la que se asienta la Orden Carmelita, la Virgen del Carmen. Lienzos como la espectacular Virgen del Carmen, protectora de la Orden del Carmelo, que Juan Carreño de Miranda pintó hacia 1655. Proviene de la iglesia parroquial del pequeño pueblo zamorano de Almeida de Sayago. Otro ejemplo es la Virgen del Carmen, un cuadro delicioso de 1832 pintado por Vicente López. Dicha obra viene desde la Catedral de Tortosa.

Legado. Eduardo Palacios. 2014. Dibujo. Colección del artista
Legado. Eduardo Palacios. 2014. Dibujo. Colección del artista

Incidiendo en este tema mariano, destaca por su delicada factura una imagen de vestir con cabeza, manos y niño atribuida al gran escultor murciano Francisco Salzillo. Esta imagen ha viajado desde el antiguo Convento de carmelitas de Liétor (Albacete).
Debido a la exposición sobre Santa Teresa que se mantiene abierta en la Biblioteca Nacional, exposición que gira en torno a los escritos de la Santa abulense y sobre la Santa, en esta edición teresiana de Las Edades apenas se muestran documentos a lo largo de todo el recorrido. En el Convento de Gracia, únicamente podemos encontrar un ejemplar que recoge las Constituciones del Convento de la Encarnación (Ávila) con anotaciones a mano de la propia Teresa, impreso en una fecha indeterminada entre 1500 y 1600 y guardado en el Convento de las Madres Carmelitas Descalzas de Sevilla.

Cierra o abre (depende de la mirada de cada uno) este apartado de Os conduje a la tierra del Carmelo el dibujo del abulense Eduardo Palacios, utilizado como publicidad de la exposición: Legado. En mi opinión, es una obra bastante acertada que consigue de forma sobria atraer la atención sobre el cosmos teresiano a través de unos mínimos elementos plásticos. Austeridad cromática y compositiva que consigue llevar al espectador hacia las esencias de la santa andariega, la Teresa mística, la monja, la escritora, la mujer rotunda sugerida de manera evanescente.

Como nota negativa en esta primera sede está el montaje realizado, el cual anula el espacio original sin aportar algo mejor. No se ha sabido conciliar el retablo mayor con el resto de las obras. En lugar de resaltar e incorporar los magníficos relieves de Lucas Giraldo a la exposición o taparlos completamente se ha adoptado una solución circunstancial que ni tapa el retablo del todo ni lo exhibe. Esto da la impresión de agotamiento de ideas a la hora de resolver un espacio reducido que el equivocado montaje convierte en minúsculo, salvado sólo por la calidad de las obras expuestas.

 

 
II-. CAPILLA DE MOSÉN RUBÍ (Ávila)

En la capilla de las Madres Dominicas de Mosén Rubí, el relato iniciado en el Convento de Gracia continúa con dos capítulos más. Uno está relacionado con el contexto histórico que envolvió a la figura de Teresa de Ávila, En la España de la Contrarreforma. Otro está dedicado a la reforma llevada a cabo por la Santa, Las pobres descalzas de Teresa.
Es evidente que Sta. Teresa fue una mujer de su tiempo. Vivió bajo los reinados de Carlos I y Felipe II justo en el momento en que la hegemonía española estaba en su máximo apogeo. En Europa se dan conjuntamente la amenaza turca y la ruptura luterana. En ambos hechos, España será protagonista venciendo a los turcos en la famosa batalla de Lepanto y convirtiéndose en el adalid de la reforma católica que nace del Concilio de Trento. La famosa Contrarreforma se opone frontalmente a la escisión Protestante defendiendo todo lo que esta niega: los santos, la virgen, las imágenes y la eucaristía. Santa Teresa apoyará sin titubeos las ideas nacidas en Trento y pondrá en marcha su propia reforma de la Orden del Carmelo al proponer una vuelta a la pureza y a la sencillez de los primeros tiempos de la Orden.
En la magnífica Capilla de las Dominicas de Mosén Rubí, recibe al visitante la escultura arrodillada de Isabel de Castilla, realizada por Felipe Bigarny entre 1519 y 1522 para la capilla real de Granada. Sirve de unión entre los siglos XV y XVI, entre el gótico y el renacimiento, entre la España medieval y la nueva España que se extiende por Europa y América.

Parecido papel le corresponde al Cardenal Cisneros aunque en esta ocasión no es el famoso relieve que de él hizo Bigarny, sino el realizado en terracota policromada por Juan Alonso de Villabrille y Ron en el siglo XVIII, conservado en la Universidad Complutense de Madrid. Tiene un cierto aire de Cardenal Richelieu con el rostro fruncido sobre peana casi versallesca. Retrato de hombre con carácter y determinación.
Llama mucho la atención una escultura del rey Gaspar traída también de la capilla real de Granada de las talladas por Bigarny. No es una obra excelente pero si curiosa y llamativa. Para el comisario de la Exposición, Juan Dobado, el artista ha retratado a Carlos I en este rey portador de incienso.

Busto del Cardenal Cisneros. Juan Alonso de Villabrille. Siglo XVIII. Universidad Complutense de Madrid
Busto del Cardenal Cisneros. Juan Alonso de Villabrille. Siglo XVIII. Universidad Complutense de Madrid

En este capítulo, dedicado a contextualizar históricamente la figura de Santa Teresa, se concentra la mayor parte de documentos y libros. Sobresalen la Carta de confirmación a Colón de las Capitulaciones dadas en Santa Fe de Granada, la Gramática de la lengua castellana de Nebrija, la Matrícula de San Juan de la Cruz en la Universidad de Salamanca, ediciones primerísimas de Garcilaso, del Amadís, de la Celestina, del Lazarillo. Además encontramos la Summa Theologica, libros científicos, textos sobre América o las obras del Maestro Juan de Ávila.

También se exponen dentro del contexto histórico piezas de platería como la Cruz parroquial de Villamuera de la Cueza (Palencia), el Cáliz-custodia depositado en el Museo Diocesano palentino y, destacando sobre las demás, la Arqueta de las Victorias del Emperador Carlos V, atribuida a Manuel Correa. La última está hecha de madera, chapas de plata cinceladas, repujadas y molduras de ébano. Procedente del Monasterio Cisterciense de San Bernardo en Alcalá de Henares, es probable que fuera donada por su fundador, el Cardenal Bernardo de Sandoval y Rojas.

Entre algunas obras curiosas de las relacionadas con el ambiente de la época que le tocó vivir a Teresa de Ávila, nos encontramos con el boceto en yeso para la famosa escultura de Fray Luis de León, obra de Nicasio Sevilla. Fundida en bronce en 1866, está instalada en el patio de Escuelas de la Universidad de Salamanca.
También resulta extraño y singular un cuadro anónimo que procede del convento de la Encarnación de Baeza. En él se representa un ensayo de martirio. Iconografía excepcional en la que se escenifica teatralmente un martirio dentro del convento.

La parte final del itinerario expositivo marcado en Mosén Rubí la ocupan las obras destinadas a ilustrar la reforma llevada a cabo por Santa Teresa y su fundación de las Carmelitas Descalzas.

Aparte de algunas reliquias como la alpargata de Sta. Teresa de las Carmelitas de Burgos o documentos como la Regla Primitiva y Constituciones de las Monjas Descalzas de la Orden de Nuestra Señora la Virgen María del Monte Carmelo. Al margen del entrañable grupo escultórico de San Pedro de Alcántara confesando a Santa Teresa (un anónimo napolitano de finales del XVIII llegado desde el Santuario del Santo Cristo Ecce Homo de Bembibre en León). En este corto pero intenso capítulo, destacan dos tallas de dos escultores excepcionales del barroco andaluz: Pedro de Mena y Martínez Montañés.

Regla Primitiva y Constituciones de las Monjas descalzas... 1581. Edición Príncipe impresa en Salamanca por los Herederos de Mathias Gast. Archivo Silveriano. PP. Carmelitas Descalzos. Burgos
Regla Primitiva y Constituciones de las Monjas descalzas… 1581. Edición Príncipe impresa en Salamanca por los Herederos de Mathias Gast. Archivo Silveriano. PP. Carmelitas Descalzos. Burgos

El San Francisco de Borja de Juan Martínez Montañés es un retrato de cuerpo entero. Vestido de pies a cabeza con la sobria sotana jesuita porta una cruz en la mano derecha y sujeta una calavera con la izquierda. Es una iconografía muy repetida en las representaciones de este santo valenciano. La calavera actúa como símbolo de la caducidad de los bienes terrenos y la cruz como única salvación posible. Lejos quedan su vida palaciega, sus cargos políticos (llegó a ser incluso Virrey de Cataluña), su matrimonio de nueve hijos y se dedica “a servir al único Señor que no puede morir”. Montañés ha logrado un rostro inteligente y profundo, curtido por la piedad y la oración; no está muy lejano de la propia iconografía prototípica del fundador de la Compañía de Jesús, Ignacio de Loyola.

En diálogo teológico y artístico está el santo jesuita con el santo franciscano San Pedro de Alcántara, una obra también de cuerpo entero de Pedro de Mena. Aparece el santo alcantarino con la cabeza elevada al cielo, el brazo derecho alzado sujetando una pluma entre los dedos y, en la mano izquierda, sujeta un libro abierto. Es una pose de escritor y teólogo en busca de inspiración divina. Está descalzo, cubierto totalmente por el hábito franciscano, modelado por Pedro de Mena con la suavidad acostumbrada. Impresionan la viveza del rostro y, especialmente, las venas hinchadas del cuello. Como si hubiera tenido en cuenta las palabras de Teresa cuando dijo que el cuello de San Pedro de Alcántara era arrugado y poderoso como el tronco de un árbol.

En el jardín de entrada a la Capilla de Mosén Rubí se ha colocado una escultura en bronce de Elena Laverón que se titula Caballo (2014) junto a otras dos esculturas de un oso y un caballo de la misma autora. Las tres son de bronce y parecen servir de señuelo para los visitantes. Sin embargo, las dos que representan animales, no encajan en la temática expositiva ni están presentadas de la forma más correcta.

Caballo. Elena Laverón. Jardines de Mosén Rubí
Caballo. Elena Laverón. Jardines de Mosén Rubí

En próximas entregas, seguiremos comentando algunas de las extraordinarias obras espigadas entre las más de doscientas que contiene esta nueva edición de las Edades del Hombre. Las obras que se analizarán provienen de toda España y estás alojadas en las sedes de la Iglesia de San Juan en Ávila y de la Basílica de Santa Teresa en Alba de Tormes (Salamanca).

Texto: Juan Antonio Sánchez Hernández
Fotos: Cristian Berga Celma

Revista Atticus

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