Crítica El Congreso de Ari Folman. El sueño de todo jefe

Crítica El Congreso de Ari Folman. El sueño de todo jefe

Bernarda Parodi, nuestra colaboradora, nos envió su crítica de El congreso (aquí podéis ver su crítica y la ficha). Voy a tratar de aportar mi propio punto de vista sobre esta película que está dando mucho que hablar y que a buen seguro tendrá un largo recorrido.

El congreso es una película pensada más para los cinéfilos que para la industria del entretenimiento. Podríamos decir que hace unas décadas esta película estaría encuadrada en eso, un tanto snob, que se llamaba cine de arte y ensayo (un cine experimental que no busca el taquillazo fácil).

La película de Ari Folman es de esas que tienen que ver con la propia industria cinematográfica. Retrata aspectos, muchos de ellos velados a los espectadores, de los entresijos de los estudios. Así pueden encajar en este grupo cintas recientes como La invención de Hugo (M. Scorsese, 2011) o la renovada Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1988), o, más lejana en el tiempo, El crepúsculo de los dioses (Bille Wilder, 1950). Y que todas tienen el denominador común de su amor por el cine.

WWThe Congress poster

El argumento principal se centra en Jeff Green (Danny Huston), un desalmado jefe de los estudios cinematográficos Miramount (posiblemente simbiosis entre Miramx y Paramount) que quiere perpetuar a su actriz fetiche, todo un sex symbol. La quiere inmortalidad y dejarla siempre joven. La quitaría una decena de años. La única manera de hacerlo es someterla a una sesión de escaneado. Con esto consigue manejarla a su antojo, un clon dócil. Ya no ha más indecisiones y caprichos inútiles, ni retrasos en los rodajes. Y rodar todas las películas que quiera, incluso sagas enteras con el mismo aspecto. Consigue el control sobre la voluntad de la actriz Robin Wright. Es el deseo de todo jefe: tener el control total sobre tu subordinado, sin que se tenga que dar explicaciones a un molesto comité de empresa (en vías de extinción, por cierto) o a los sindicatos (ídem, lamentablemente).
El empleo de esta imagen (virtual, pero no dibujos animados) sería para todo producto audiovisual que los estudios crean con su potente imagen. Películas, anuncios publicitarios, todos los productos de mercadotecnia imaginables, lo que sea (más adelante veremos cómo esto se lleva al límite y se crearan unos productos para beber, algo así como la esencia de Robin Wright). Una explotación de la imagen de la actriz sin límites (en el contrato intentan acotar y dejar fuera el porno –pero es innecesario porque ya no tiene edad para esas escenas- o el nazismo, pero el dolor vende mucho y no aceptan que esto quede fuera del contrato). Y ahí entran de lleno las nuevas tecnologías. «Si podemos hacer películas taquilleras, muy taquilleras sin actores (los grandes estudios de animación Pixar, etc.), vamos a tratar de hacerlos con avatares virtuales». No te puedes quedar en los proyectores alimentados queroseno, estamos en la era de lo digital. No puedes poner palos a las ruedas de la tecnología. ¿Hacia dónde vamos? Jeff lo intuye y trata de asegurase el futuro. Está harto de proyectos inacabados o alargados en el tiempo. Harto de tantas ínfulas de las estrellas de cine; de las depresiones y vaivenes de los guionistas; de los escándalos sexuales de los actores; de sus distintos caprichos y veleidades. Está harto de las largas sesiones de rodaje y de vivir en las caravanas. Se acabó.

Jeff le da donde más le duele a Robin para que acepte su gran oferta económica. Le saca a relucir su pasado. Ella, Robin, en realidad se está interpretando a sí misma. Fue la protagonista de La princesa prometida (1987, Rob Reiner) y de Forrest Gump (1994, Robert Zemeckis). Con 20 y 25 años menos, pero también es verdad que su carrera, de forma general, se acerca más al fracaso. Ahí radica uno de los puntos fuertes (por lo menos de esta primera parte de la película). Robin Wright hace de Robin Wright. Asiste descorazonada al relato de toda su carrera en apenas unos minutos. De sus veleidades, de sus caprichos, de sus decisiones (muchas veces desafortunadas), que han provocado que se carrera sea un tanto irregular cuando tenía en el horizonte convertirse en una estrella sin parangón. Así se lo dice su representante, Al (Harvey Keitel), quién la conoce desde sus inicios y también Jeff que ha sufrido en sus carnes a la diva. Al acudir a los estudios Robin ve su imagen una y otra vez en los carteles de sus exitosas películas. Y es ahí cuando le entran las dudas sobre su futuro. ¡Qué cruel se vuelve el tiempo con las grandes actrices! Es lo que tiene la gran pantalla. El público no acepta que envejezcan sus estrellas. Y eso lo sabe muy bien Jeff.

WWThe Princess Bride (1987) 3

Otra circunstancia que hará más fácil la decisión de Robin es la enfermedad degenerativa de su hijo Aaron (Kody Smit-McPhee). Se está quedando sordo y ciego. Un muchacho dotado para la imaginación que juega con unas creaciones a modo de cometa en la linde con las pistas del aeropuerto. Esto también es un guiño «fantasioso» a los hermanos Wright y que proporciona unas bellas y líricas imágenes.

En esta primera parte el director nos plantea un inquietante futuro. Y nos lanza esta interrogante ¿qué pasaría si fuera posible el dominio sobre los actores? ¿Cómo sería el control total sobre los actores? Mientras divagamos sobre esta cuestión nos metemos de lleno en esa segunda parte en que se divide, claramente, El congreso: la parte animada. Hubiera sido todo un puntazo que a la entrada de la película (ahí está el futuro) nos dieran también esa ampolla para inhalar y meternos de lleno en ese mundo animado que es Abrahama. O mejor sería decir que nos facilitarán la pócima con las claves para lo que vamos a ver a continuación y no perdernos como yo hice. Han pasado veinte años. Robin ha envejecido y acude al congreso sobre futurología. No está muy de acuerdo con las decisiones que tomó en su día. Y el mundo tampoco. Hay un sector que está en contra de esos avances tecnológico y tratarán de boicotear la asamblea. Y ahí lo dejo. La clave de todo ello y de cómo fundir los dos mundos radica en el personaje del médico, el Dr. Baker (Paul Giamatti). Él nos dará las pistas para poder entender ese extraño final (así lo considero) que da lugar a alguna confusión en el mudo de estética sicodélica.

Me quedo con la primera parte. Unas imágenes poderosas, con un travelling de alejamiento desde el rostro de Robin o la fase de escaneado con la intervención de Al para convencer a Robin. Madura, brillante, sensual Robin Wright. Maduro, brillante y más emotivo que sensual Harvey Keitel.

Una inabarcable película que combina tres mundos: realidad, ficción y animación. Salvo ese enrevesado mundo animado donde pululan todo tipo de personajes de lo más variopinto: Grace Jones, Elvis Presley, Clark Gable (o creo ver ese actor en el personaje de sonrisa cegadora), Michael Jackson, todo lo demás es grandioso. El sonido, la fotografía, la magnífica banda sonora (a cargo del compositor Max Richter) que te mantiene en el asiento hasta el último título de crédito. Todo ello contribuye a ensalzar El congreso. Rara, sí, pero no deja de ser una película sobre el amor de una madre, sobre el amor de una profesión muchas veces vilipendiada por la propia industria hollywoodiense (sobe todo con las actrices cuando ya no resultan jóvenes a los ojos de los productores). Cine para cinéfilos.

Como ya un tráiler os hemos dejado, pues qué mejor que unos temas de la banda sonora de la película.

Un tema con el que se te ponen los pelos de punta:

 

 

Otro tema, empieza suave pero no le va a la zaga:

 

Y este es un temazo con la voz y todo de Robin Wright:

 

 

Luisjo Cuadrado

Revista Atticus

 

 

 

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