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La Virgen con el Niño y ángeles de Jean Fouquet

Jean Fouquet (h. 1420 – h. 1481)
Óleo sobre tabla, 94,5 x 85,5 cm
Ámberes. Real Museo de Bellas Artes
La Virgen con el Niño y ángeles es una tabla que formaría parte de una obra conocida como el Díptico de Melun. La tabla de la izquierda contiene la imagen del donante Étienne Chevalier, tesorero de los reyes de Francia, Carlos VII (1403 – 1461) y Luis XI (1423 – 1483) y la de su santo patrón, san Esteban. La tabla de la derecha es la conocida como La Virgen con el Niño y ángeles (h. 1452). El conjunto fue pintado por Jean Fouquet (h. 1420 – h. 1481) y estaba destinado a una de las capillas funerarias de la iglesia colegial de Nôtre Dame de Melun. En plena Revolución francesa (1789 – 1799) el conjunto se desmembró y las tablas fueron vendidas por separado. En la actualidad el panel de la izquierda se encuentra en la Gemäldegalerie de Berlín y el de la derecha se encuentra entre los fondos del Real Museo de Bellas Artes de Ámberes. El Museo del Prado acoge este cuadro desde el 12 de febrero al 25 de mayo de 2014, como obra invitada, debido al cierre temporal del museo para reformarlo. Formando parte del Díptico de Melun se encontraría un pequeño tondo con el autorretrato de Jean Fouquet que en la actualidad se encuentra en el Museo del Louvre, París.
Díptico de Melun

Hacia 1450
Jean Fouquet
Óleo sobre tabla, 93 x 85 cm
Gemäldegalerie, Berlín
Table de Étienne Chevalier y san Esteban
La tabla muestra al alto dignatario, Étienne Chevalier, arrodillado y vestido con un sencillo y elegante manto rojo con una gran forma volumétrica, sobre todo en las amplias mangas. Muestra las manos juntas, con finos dedos, en actitud orante. Su piel es clara, aunque la carnación del rostro es algo más oscura que la de las manos. A su izquierda se encuentra de pie el santo patrón y protector san Esteban. Su mano derecha se posa sobre los hombros de Chevalier. Su gesto es adusto, pensativo y tiene la tez blanca. Viste una rica casulla de diácono en tono azulado y ribetes en amarillo. En su mano izquierda porta lo que parece ser un libro sagrado y una gran piedra (una clara alusión a su martirio —la piedra/reliquia se conserva en la Basílica de San Lorenzo Extramuros de Roma—). Están situados en un espacio arquitectónico siguiendo los modelos italianos del Quattrocento. En las paredes y en el suelo observamos mármoles con figuras geométricas. Detrás del comitente figura una banda con letras, posiblemente con su propio nombre. Destaca poderosamente el colorido vivo de ambas indumentarias y la representación realista de las dos figuras.
Tabla La Virgen con el Niño y ángeles
Al contrario que la representación del donante, la Virgen se encuentra representada de frente, con rasgos idealizados (aunque según una vieja tradición puede asemejarse a la favorita del rey Carlos VII, Agnès Sorel) y un tanto hierática. Sentada sobre un trono, cuyo respaldo se encuentra ricamente decorado con una serie de gemas preciosas ejecutadas de forma primorosa y con todo lujo de detalles a juego con la espléndida corona que luce la Virgen. Su cabeza se encuentra afeitada siguiendo la moda cortesana de la época. De la cabeza parte un fino y sutil velo que cae hasta medio cuerpo cubriendo el elegante manto de armiño que luce sobre sus hombros. Bajo él, la Virgen tiene un vestido ceñido de color azul con la parte superior desabrochada mostrando el pecho izquierdo desnudo, con una forma oronda, circular, plena, robusta, e idealizada. Sobre sus rodillas está sentado el Niño Jesús, desnudo, en actitud serena, majestuoso. Con el dedo índice de su mano izquierda señala hacia nuestra izquierda, hacia la tabla del comitente. El tono de su carne, marfileño, es idéntico al de la Virgen, al igual que sucede con el interior de la capa de armiño, y el manto que tiene sobre sus rodillas. Blanco y azul crean una áurea lumínica poderosa favorecida por la composición piramidal que forma el conjunto de la Virgen con el Niño. El Niño se encuentra sentado sobre su rodilla izquierda, pero por mor de la perspectiva es como si la Virgen estuviera de pie. El manto está trabajado con grandes pliegues, rotundos, casi escultóricos que sirven como trono al pequeño Infante. La Virgen encarna el ideal de belleza de la época: piel blanquecina, casi sin cejas y el pelo rasurado muy atrás de su nacimiento por la parte frontal.

La parte más llamativa que hace que esta obra de Fouquet sea única y excepcional es la de los ángeles (algunos autores los denominan serafines o querubines, siendo difícil establecer distinción alguna ya que la manera de representarlos es idéntica, aunque alguna vez los querubines solo sean una cabeza, pero todos ellos figuran con las características alas). Se sitúan a ambos lados del trono y están bañados unos por un filtro de color rojo y otros por uno de color azul, mezclándose sin ningún orden. A nuestra izquierda podemos contemplar cuatro de ellos (tres en rojo) y a la derecha cinco (también tres de ellos en rojo). Aquí destaca uno central que se muestra un tanto insolente mirando directamente al espectador, al visitante, a nosotros, con unos ojos vidriosos. Se trata del coro celestial de angelotes que enmarcan a la Virgen con el Niño. El rostro es idealizado y se puede decir que es el mismo para todos, eso sí, representado desde todos los puntos de vista posibles.

Fouquet aúna en su obra (uno de los escasos ejemplos de pintura francesa del siglo XV que ha llegado hasta nosotros) las experiencias aprendidas en Italia y en Flandes. El artista francés debe, entre otras cosas, a Jan van Eyck la manera de tratar las piedras preciosas del respaldo del trono y de la corona que porta la Virgen. Y si nos fijamos un poco en el cuadro, hay un elemento que se repite dos veces que es una especie de bola de cristal rodeada de unas perlas de la que penden unos flecos de adorno. Este motivo nos pone en relación con una obra de Van Eyck de fama mundial y que, tal vez, tenga el honor de ser la obra de arte más representada del mundo. No es otra que El matrimonio Arnolfini (1434). En el centro hay un espejo y el tratamiento del reflejo es casi idéntico a la bola de cristal de Fouquet. También toma del arte flamenco el uso de colores brillantes, así como la minuciosidad por el detalle que se desarrolló a partir del avance técnico que supuso la aplicación de pinturas al óleo.
El gusto por las formas puras (la cabeza ovalada de la Virgen y el seno circular, perfecto) lo ponen en relación con el Renacimiento italiano de la mano de Paolo Ucello y Piero della Francesca. También podemos observar que la textura de los angelotes es cercana a la porcelana poniéndola en relación con la cerámica vidriada de Florencia.
Al contemplar la obra nos sorprende que tras varios siglos rezume modernidad. Una modernidad que en su tiempo era impropia. Esas formas idealizadas, geométricas con tendencia a la abstracción seguro que causaron un gran revuelo.
Esta entrada es el comienzo del artículo que editamos en Revista Atticus 25 (abril 2014).
Si quieres saber más:
https://www.museodelprado.es/
Y sobre la obra:
Te puedes descargar el artículo completo en el siguiente enlace:
Breve estudio de la Virgen de Fouquet
Luis José Cuadrado Gutiérrez
Revista Atticus