República Centroafricana

República Centroafricana: Las minas de diamantes

El pasado 3 de agosto alertábamos sobre un excelente reportaje que El País publicaba en su suplemento dominical. Los Agujeros negros del planeta, así reza su título y encuadra cuatro extraordinarios reportajes que han aparecido durante los cuatro domingos de agosto. Llevan por título

  • Bangladesh. Niños sin futuro que malviven el presente.
  • Gaza. Encarcelados por amigos y enemigos.
  • Haití. Una gota del África más pobre en el Caribe.
  • República Centroafricana. Sobrevivir a la enfermedad.

 

 La República Centroafricana es un país devastado por la pobreza. Política y económicamente es un país inestable en donde apenas hay una infraestructura social que preste los servicios básicos a la población.

La República Centroafricana tiene una población que ronda los cuatro millones y medio. Los datos son fríos pero la estadística no miente. Su esperanza de vida es de 43,7 años. El promedio de hijos por mujer es de 4,32. Su tasa de analfabetismo es del 49 por ciento y, para colmo de males, se calcula que la población que está infectada del virus VIH es del 13,5 por ciento. Se calcula que un millón de personas ha sufrido los efectos de la violencia.

La República Centroafricana

La República Centroafricana es otro de esos países que parece sufrir lo que Thomas Friedman llamó “la maldición de los recursos naturales”. Países que tienen grandes y valiosos recursos naturales destacan no por su riqueza sino por su inestabilidad política y su falta de desarrollo. Las causas, unas veces radican en los intereses extranjeros y otras en familias dominantes que acaparan riqueza y poder.

Hoy traemos a vuestra pantalla un capítulo de esta última entrega. RCA: Minas de diamantes. El texto es de Javier Ayuso y las fotos de Bernardo Pérez.

En busca de diamantes

El sur de la RCA había sido siempre una zona rica, dentro de un orden. Con fronteras con Camerún y Congo, esa región es rica en oro y diamantes, además de exportar madera a sus países vecinos. Boda, la ciudad más grande de la zona, con 25.000 habitantes y a 200 kilómetros al sur de la capital, Bangui, era una especie de reducto en medio de la pobreza. Era una ciudad próspera que tenía hasta luz eléctrica.

Sin embargo, la crisis de los países ricos cayó como una losa sobre esta ciudad y sobre sus ciudadanos. En los años boyantes, miles de personas habían dejado sus huertos o sus escuelas para trabajar en la mina y les había ido muy bien. Ganaban lo suficiente como para vivir bien, cambiar el tejado de paja de su casa por otro de zinc, comprar una moto y olvidarse de su granja o de sus estudios.

Cuando Estados Unidos y Europa entraron en recesión, el mercado de diamantes se vino abajo de un día para otro. No solo cayeron los precios a más de la mitad, sino que se frenó la demanda. La mayoría de las minas cerró y las que se mantienen abiertas trabajan a medio gas.

En Boda, nadie quiere hablar de las minas. Saben que los diamantes construyeron y desarrollaron la ciudad, y que ahora no dan para comer. Cientos de jóvenes que dejaron de estudiar deambulan ahora por las calles buscando trabajo, mientras familias enteras sufren las consecuencias del fin de la gallina de los huevos de oro.

Niño recogiendo mangos. En el reportaje también trata el tema de los campos de refugiados.

La gendarmería de las minas es un pequeño edificio de ladrillo y tejado de zinc en una calle céntrica de Boda. Hay que esperar casi una hora a que llegue el comandante, a pesar de tener cita concertada. Estamos en África. Él tiene que autorizar la visita a una de las pocas minas abiertas a las afueras de la ciudad.

De entrada, todo parece muy difícil; imposible. Debíamos de haber solicitado un permiso en Bangui y eso puede tardar tres o cuatro días. “Lo dice la ley y no podemos eludirla”, dice antes de empezar un largo silencio. “¿Algo se podrá hacer?”. Esa pregunta, con la cartera en la mano, endulzada con “me imagino que se podrá solucionar con alguna tasa…”, suele dar resultados en los países en los que la corrupción forma parte de la vida cotidiana.

Por supuesto, algo se pudo hacer. Y en menos de una hora, un funcionario de la gendarmería de las minas llamado Emmanuel, vestido con chándal y un Kaláshnikov al hombro, hacía de guía y guardián al todoterreno que avanzaba hacia las minas de Bena Bele, situadas a 15 kilómetros de Boda.

“No sé cómo son los diamantes. Nunca he visto ninguno. La mayoría solo excavamos la tierra sin parar”

Las minas son a cielo abierto y tienen un aspecto de enorme charco de agua y barro en donde 200 obreros se mueven como hormigas, moviendo la tierra a paladas de un charco a otro. En lo alto, una especie de tenderete con una esterilla en el suelo, en la que se sientan tres musulmanes que dan órdenes a los vigilantes. Tahir Charif dice ser el dueño de la mina, o el responsable, no queda muy claro. Lo que sí queda claro es que allí es el que toma las decisiones.

“Aquí trabajan unas trescientas personas todas las semanas”, explica Tahir. “Llegan los domingos por la noche, duermen en el campamento y empiezan a trabajar el lunes a las seis de la mañana. Hacen turnos para que haya siempre 200 personas excavando. Están hasta el sábado, en que vuelven a Boda. La semana siguiente viene un grupo diferente, porque esta es de las pocas minas que siguen abiertas”.

Niño afectado por la malaria. Esta enfermedad junto a la del sueño castiga a la población.

El trabajo es duro. Muy duro. El enorme agujero de barro está a unos cincuenta metros del cauce del río, por lo que el agua sale del suelo a cada paletada. De eso se trata. Hay que ir acotando pequeñas parcelas de agua, a unos cinco metros de profundidad, en donde cribar las piedras y buscar los diminutos diamantes.

Samuel no debe tener más de 15 o 16 años, aunque asegura tener 18. Acaba de subir del agujero y va a descansar un poco. Viste solamente un traje de baño moderno y ceñido y entrega la pala al que le sustituirá en el hoyo. “El trabajo es muy duro”, dice, “pero es un trabajo y pagan. Solo puedo venir una semana al mes como mucho y me sacó 1.000 francos de la RCA al día (unos 10 euros a la semana). Con eso ayudo en casa, porque tengo siete hermanos y mi padre ya no encuentra trabajo en las minas”.
“¿Cómo son los diamantes?”.
“No lo sé. Yo nunca he visto ninguno. La mayoría de nosotros solo excavamos la tierra sin parar. Luego llegan otros, los de confianza, que trabajarán en la zona acotada en busca de los diamantes. Nosotros solo excavamos, descansamos un poco y volvemos a la pala. Si paramos, nos echan. Aun así, tenemos que estar contentos porque sacamos unos miles de francos cada vez que nos contratan”.

Tahir sigue dando instrucciones a jefes, jefecillos y vigilantes, que se ocupan de que todo funcione según lo previsto. “Hoy no sacaremos diamantes”, explica. “Estamos acotando tres o cuatro zonas para mañana empezar la criba. Solemos obtener unos 200 diamantes a la semana. Cuanto más grandes sean, más dinero sacaremos. Pero como los precios han bajado un 60% desde 2007, ya no contratamos a tanta gente”.

Además de las minas grandes, antes había pequeñas explotaciones en algunos de los ríos de la zona. La gente buscaba oro y diamantes para venderlos a los grandes propietarios. Pero ya no hay mercado. Y la ciudad de Boda ha ido empobreciéndose poco a poco, hasta ser un pueblo más de los muchos que luchan por sobrevivir en la RCA.

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