Sombras nada más, por Berta Cuadrado

Un relato más nos ha llegado sobre la foto de Alicia González que pusimos por título IMG_1587

 SOMBRAS NADA MÁS

 Son las 6:30 y se activa la radio. César se viste, da de comer a los peces, engancha la correa al collar de Bosco y sale a correr con él durante quince minutos. A la vuelta se asea mientras suena una pieza de Vivaldi, desayuna copiosamente y deja la casa recogida. A las 7:15 revisa el contenido del maletín, se pone el abrigo y coge el paraguas porque el día está nublado. En el breve trayecto que separa la salida del metro de las escaleras de la facultad el viento se ríe del paraguas, del abrigo, de los recién planchados pantalones y los lustrados zapatos del joven profesor de psicología.

Trata de adecentar su aspecto en el baño que hay junto a la puerta principal del edificio, y sube a su despacho. Allí abre el correo y descubre que durante la única hora que tenía libre esa mañana han convocado una reunión del departamento. Corrijo: la única hora libre que tenía en todo el día, pues la tarde tiene que dedicarla íntegramente a su tesis, que el tiempo apremia y con la competencia que hay ya se sabe; “camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”.

Al abandonar la facultad repara en los charcos que alfombran las escaleras. Se detiene a observar un papel que descansa al fondo de uno de ellos. Dice: “Fotocopiar para Esperanza” No se resiste al juego de la metáfora, y sumerge su mano en el agua para rescatar a la esperanza de morir ahogada.

Ya pasan las 13:30 y la estación de metro se encuentra inusitadamente vacía para tratarse de un viernes lluvioso. César se encuentra solo en su lado del andén, en cambio en el lado contrario hay varias sombras envueltas en gabardinas y chaquetas. Se siente observado por su condición de único habitante de este lado de la vía, por lo que se vuelve de espaldas al público. Vano intento, pues en la pequeña mampara de cristal, entre los logotipos de la empresa de transporte, descubre de nuevo las siluetas de sus observadores. Hay una que le inquieta especialmente. Se trata de una figura pequeña que se abraza a una carpeta atiborrada de apuntes. Una breve falda cubre parte de sus piernas y su pie derecho describe círculos sobre la puntera. Un tren para frente a ella y César se vuelve para ver cómo desaparece engullida por él. Pero la chica no sube al vagón y cuando éste se aleja se quedan los dos frente a frente, separados tan sólo por las vías.

Ella posee una sonrisa medio burlona, medio retadora,  y mantiene la mirada de César con un aplomo que no deja de sorprenderle. Entonces cae en la cuenta de que es una alumna de primero, de Psicología del Aprendizaje, y hace un gesto con la cabeza para saludarla. Incapaz de esbozar una sonrisa y  tratando de recordar aquel lenguaje del flirteo y de las primeras aproximaciones, el profesor baja la cabeza avergonzado por su inexperiencia. A continuación desoye por primera vez en años la voz de su conciencia, desanda el camino y enfila sus pasos hacia el otro lado, donde le espera esa alumna caprichosa retorciendo con los dedos la goma de la carpeta. En una papelera abandona el paraguas –“total, esta mañana se doblaron dos varillas”- y con cuidado de no tropezar por las escaleras, teclea en el móvil un mensaje para su hermana: “Por favor, saca a pasear a Bosco por mí, me ha surgido una comida imprevista”.

 Berta Cuadrado Mayoral 

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Os recordmaos que podéis mandar vuestro relatos hasta el día 23 de abril.

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