Love Actuality

Love actuality

 En mi preocupación por ver como está el mercado editorial andaba yo el otro día meditando en plena calle cuando de repente un quiosco de prensa se interpuso en mi camino. Lleno de curiosidad observé que es lo que la gente lee. De un tendal colgaban seis revistas de actualidad, de las llamadas prensa rosa o del corazón. No daba crédito a lo que veía. No es posible. Hasta hice una foto. Se habrán puesto de acuerdo pensaba yo en mi ignorancia. Tres de ellas dedicaban casi la portada en exclusiva a un personaje muy famosillo, el cual no voy ni a nombrar para que no tenga una entrada en este post. Se llama como la otra, la buena, la actriz, con distinto apellido: Belén. Tal vez los lectores hispano parlantes allende los mares no entienden esto. Pero con decir que es un personaje presente a diario en lo que se ha venido en llamar telebasura, lo entenderán. En las otras dos portadas el personajillo en cuestión ocupaba la mitad de la misma. Eché en falta la revista bandera de este tipo de prensa, esa que lleva por titulo un saludo. Pero he leído recientemente que no la dedican la portada a “ella” por que no tiene el glamour suficiente y su aparición en la misma es algo así como devaluar la prestigiosa publicación (pero eso sí, la dedican un espacio en su interior). Algo así le sucedió con los sastrecillos del reino que no dudaron en ponerse de acuerdo para que ninguno de ellos le hiciera un vestido a la princesita rosa.

Y ante este panorama cultural me pregunto ¿y yo quiero sacar un revista? Pero si no voy a hablar de los cotilleos. Ni tan siquiera de los escarceos que tuvo Goya con sus modelos o de cualquier otro pintor. Si acaso deberé de cambiar el enfoque y sacar lo más rastrero de una relación amorosa, por ejemplo la que tuvo Rodin con su alumna, amante y modelo: Camille Claudel.

Esas portadas son el reflejo de lo que pasa en la TV. Yo estoy muy contento con la televisión que tenemos. Muchas veces acudo a verla y ella misma me echa ante los programas que emiten. Total que me vuelvo al ordenador o tiro de videoteca para ver películas. Así en esta semana me he visto de nuevo Babel (¡qué gran película!). Ayer sin ir más lejos cuando me disponía a apagar la tele hice un zapeo y me encontré con una entrevista a Eduardo Galeano. No me lo podía creer. En el último número de la revista incluí un artículo y ahora aparecía en la pantalla (gracias a Iñaki Gabilondo que bracea sin cesar en medio de este océano para mantenerse a flote y elevar el nivel de las teles). ¡Qué suerte! No, si al final tengo que estar agradecido a los programas del corazón. Suerte que esta semana ha vuelto el doctor House. Ah y el domingo estrenaron una serie (¿serie?) de dos capítulos que no estuvo nada mal. Más de una hora sin corte publicitario centraron mi atención. Tensión, algo de suspense, buenas imágenes y algo sensual. De vez en cuando algo reluce en la penumbra (La piel azul). ¿Será ese el caso de Revista Atticus?

 Y la vida sigue. Hemos recibido un relato para la convocatoria sobre la imagen de Alicia González. Lleva por título: El músico del metropolitano. Su autor: Mogo.

El músico del metropolitano

  La marea humana pasaba a mi lado como si fuese una piedra, que sobresaliese en medio del arroyo, un rancio olor a podrido, que de los sumideros salía cada vez que un convoy se acercaba a la estación, empujando una corriente de aire húmedo hacia fuera del túnel hacia mas creíble la ilusión. Al lado de una de las escaleras, estaba el viejo músico, rasgueando su guitarra, ensimismado, sin mirar a nadie, tocando la misma melodía una y otra vez. Pasó delante de mí un grupo de chicas, jóvenes, frescas, posiblemente dependientas del almacén que se encontraba frente a la boca del metro. Mi mirada resbaló por sus largas piernas y sus cortas faldas durante un momento y al volver la vista al músico, le sorprendí, mirándome con fijeza, sus ojos brillantes debajo de una gorra que ensombrecía parcialmente su rostro, es curioso, la música monótona me estaba adormeciendo. No podía apartar la mirada y como si algo me atrajera me fui acercando a él, era raro, en ese momento no me di cuenta, pero estábamos los dos solos en medio del túnel, incluso el ruido de los trenes había desaparecido.

La música seguía sonando, monótona, repetitiva, poco a poco se fue adueñando de mi, y me invadió una sensación de vértigo como si me mareara, por un momento se me nubló la vista, sentí una especie de vahído y luego, la oscuridad.

Al volver en mi, tenia un sentimiento extraño, incomodo. Miré a mí alrededor, mientras hacia esfuerzos por enfocar la vista, me encontraba recostado contra la pared, y aun aturdido. Pensé, “me he mareado y  alguien me ha apoyado contra el muro”, notaba mi cuerpo raro, más cansado, la ropa me rozaba y los zapatos me hacían daño. Busque mi reloj sin encontrarlo, posiblemente, al desmayarme me lo habían robado, moví el brazo, acorchado por la postura forzada, palpé la ropa buscando mi cartera, ¡tampoco estaba!, la ropa…, espera un momento, ¡esta no es mi ropa!, está  vieja y húmeda, y tampoco son mis zapatos, miré las manos arrugadas, los dedos retorcidos, de uñas negras largas y duras. Noto algo en la cabeza, ¿qué tengo?, ¡esta gorra!. ¡Ha sido el músico!, me ha robado todo aprovechando que yo no podía defenderme.

Cuando abrí la boca, para pedir auxilio, noté como alguien desde el extremo del túnel me observaba con una sonrisa irónica mientras negaba con la cabeza y me decía adiós. 

Lo que me hizo callar, con una sensación de horror en mi rostro fue ver como yo, es decir mi cuerpo, se alejaba y al mirarme en mis ojos vi,  la mirada del músico, una mirada cargada de pena, en sus labios leí “toca”, señalando la guitarra tirada a mi lado y  entonces se fue con un gesto de alivio en su rostro despidiéndose con la mano.

Desde entonces, ocupo su lugar, en el túnel del metro, esperando que alguien se pare a escuchar la música  para que pueda cambiarme su cuerpo y así escapar. ¿Serás tú?

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Y os recuerdo que podéis participar con vuestros relatos. El plazo de entrega está abierto hasta el 23 de abril.

Luisjo

1 Comment
  1. El otro día escuché el siguiente chiste:

    Una niña llega a su casa y nada más abrir la puerta nota un olor nauseabundo. Horrorizada, exclama:
    – Mamá, ¿qué es ese olor?
    A lo que la madre responde:
    – Nada, hija, que tengo encendida la tele.

    Bueno, o malo, viejo o novedoso… está cargadito de razón, ¿eh?

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