El agradecimiento del mendigo. Un cuento navideño de Salvador Robles

El agradecimiento del mendigo. Un  cuento navideño de Salvador Robles

Las calles del casco antiguo de Metrópoli, engalanadas con luces de colores y algún que otro árbol de Navidad salpicado de campanitas, bolas de espuma, monigotes de nieve y estrellas brillantes, estaban atestadas de transeúntes. Faltaban diez días para que terminara el año, y el tiempo, tibio y seco, invitaba a caminar por el centro de la capital, eso sí, vigilando con el rabillo del ojo los variados productos que se exponían en los escaparates de las numerosas tiendas que jalonaban el recorrido. Donde menos se piensa, salta la liebre. Y, como es sabido, en tiempos navideños el disfrute que reportan los paseos por las calles comerciales de las grandes urbes suele estar proporcionalmente correlacionado con el peso de la compra que se traslada: cuanto mayor es el número de bolsas que el consumidor de turno acarrea, mayor es el gozo que le embarga, y a la inversa. Se han conocido casos de ciudadanos que, ante el luctuoso panorama que les ofrecían sus manos desnudas, han perdido la verticalidad al tropezarse con su propio ánimo, el cual reptaba por los suelos, noqueado por la pobreza consumidora.
En la calle comercial de más abolengo de Metrópoli, estaba plantado un mendigo fuera de lo común, por su avanzada edad: ochenta años o más; por su aspecto: enjuto, alto y tocado con una gorra de capitán de la Marina Mercante; y por su novedoso proceder: ni imploraba misericordia ni pedía limosna a la buena de Dios, sino que dirigía unas escuetas palabras a los potenciales donantes que seleccionaba con esmero, ya que sus depauperadas energías le obligaban a rentabilizar al máximo sus horas de trabajo, dos diarias.
A unos cinco metros, entre las decenas de personas que se le aproximaban, el anciano pedigüeño se fijó exclusivamente en un hombre trajeado que llevaba un portafolio bajo el brazo. Lo que le había llamado la atención del desconocido no era su apostura ni su pulcro aspecto, sino su semblante, en el que campeaba una mirada limpia y serena. De esas que traslucen parte de lo que se cuece entre bambalinas.
Cuando el viejo mendigo tuvo a unos centímetros a su virtual benefactor, se interpuso en su camino con la mano a modo de cuenco y, sin retirar los ojos de los ojos del otro, se limitó a pronunciar con voz cascada tres palabras, sólo tres. Si ante sí tenía a un hombre generoso, no necesitaba decir nada más. El resto, todo un mundo, se desprendía de lo que acompañaba a tan parco mensaje.
-Feliz Navidad, señor.
El hombre apuesto, conmovido por la mirada franca del anciano, que parecía surgir de los abismos de su memoria, tal vez del corazón de la niñez, depositó el portafolio en el suelo y empezó a rebuscar con las dos manos en los bolsillos del pantalón y la chaqueta. Lamentablemente, sólo encontró documentos y tarjetas de crédito.
-Pensaba que llevaba encima algo de dinero en efectivo… Un momento, a lo mejor tengo algunas monedas desperdigadas en el fondo del portafolio.

La mirada del mendigo se intensificó, como iluminada por una luz interior, quizá la luz que irradiaban otras Navidades más venturosas.
La incursión del hombre trajeado resultó baldía.
-No se mueva de aquí. Voy a buscar un cajero automático. Le doy mi palabra que volveré dentro de unos minutos.
-Me fío de su palabra, señor, pero le ruego que no se moleste; me conformo con lo que me ha dado.
-Pero si no le he dado nada.
-¿Está seguro?
-Feliz Navidad -se despidió el hombre trajeado ofreciendo su mano.
-Feliz Navidad –repitió el viejo mendigo estrechándola.

 

Salvador Robles Miras es el autor de «Contra el cielo». En febrero presentará otra novela en FNAC Bilbao. Se titula «El último día, el primero», y narra las andanzas de un hombre cincuentón, Adrián, la víspera de ser operado a vida o muerte de un tumor en el cerebro. Está divorciado, su única hija murió en un accidente, trabaja de profesor de Literatura en un instituto. Se siente un fracasado. El último día o el primero se dedicará a dar vueltas por su ciudad natal. En los objetos y en la galería de personajes con los que se encuentra en su odisea peripatética, el hombre descubrirá a otro Adrián, tal vez el verdadero Adrián.

 

Revista Atticus

 

2 Comments
  1. Sigo los relatos de Salvador y puedo decir que todos te dejan mensaje,todos te hacen reflexionar como este precioso cuento navideño.

    Felices Fiestas para todos¡¡¡¡

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