Amador y Carancho

Amador de Fernando León de Aranoa.

Carancho de Pablo Trapero

Dos películas coinciden en la cartelera durante el puente de la fiesta de la Hispanidad. El tiempo no ha acompañado, no invitaba a dar un paseo, más bien todo lo contrario. Por lo tanto refugiarse en la sala de cine era un buen plan.

 

A la hora de elegir una película una de las cosas en que nos fijamos es en los actores y en su director. El director es como la marca, el sello, la denominación de origen. Amador de Fernando León de Aranoa es la película que se estrenó el pasado fin de semana. Desde su opera prima Familia (1996) las cintas de este madrileño prometen, nos cuentan historias cercanas y están en contacto con la realidad.

Magaly Solier como Marcela

Amador presentaba buena pinta, tenía los elementos esenciales para que el resultado fuera de mi agrado. Marcela (Magaly Solier) una joven inmigrante malvive junto a su novio como vendedora de flores. Las necesidades económicas le obligan a cuidar a un anciano enfermo postrado en la cama, Amador (Celso Bugallo). Se establece la relación entre ambos protagonistas, hasta que un suceso da un giro en la trama.

Poco creíble, poco convincente y nada emocional. No me gusta y no voy a hacerlo. No me gusta poner a parir a las películas que he visto. Creo que toda obra merece un respeto y soy de los que piensan que cualquier película por inclasificable que sea, tiene algo bueno, algo que merece la pena ser visto. En el caso de Amador a mi me sobraron muchos minutos en los cuales el relato no avanzaba, no nos proporcionaba ninguna información nueva. La película es como si estuviera construida partiendo de un buen par de anécdotas con dos buenos interpretes: Solier (La teta asustada) y Bugallo (otro Amador en Los lunes al sol). Y eso no es suficiente para crear una buena obra.

Vida, muerte, amor, desamor, relaciones filiales, maternidad prostitución y, por supuesto, el malvivir en los barrios marginales de los inmigrantes. Muchos son los temas que toca Fernando León sin alcanzar a conmovernos, ni a sentir empatía por tal o cual personaje o situación. Diálogos forzados y silencios alargados no contribuyen a que nos metamos en situación.

Marcela y Amador

Un comentario de Camilo Useche resume certeramente la película.

«En su intento de crear una fabula sobre la construcción (como un puzzle) de la vida, a través de la historia de una inmigrante, cae en tópicos y diálogos superfluos y no desarrolla nada más, que una simple anécdota tragicómica. «

 

El director en pleno rodaje

Es una lástima, pero en esta ocasión he salido del cine con la sensación de que ni fu ni fa o lo que es lo mismo ni chus ni mus. Claro que pensaran que para no gustarme poner a parir una película… Amador se puede ver, por supuesto. En el film veremos como los protagonistas se enfrentan a ciertas situaciones acuciados por el dinero. Situaciones un tanto surrealistas pero que en algún momento han sido reales, situaciones que tratan de mostrar que todo sigue igual a pesar de que no es así, porque la condición humana es la que es y, a veces, la realidad supera la ficción. La protagonista, desde su inocencia, se plantea el dilema moral de si lo que hace es lo correcto en su lucha por la supervivencia y por conseguir el cariño y la estabilidad emocional en una vida que no acaba de ver en sus sueños. Mismas dudas que la hija se plantea con la actitud que tiene para con su padre. Y esas dudas, tal vez, transciendan de la pantalla a la sala. Así que no es de extrañar que a veces utilicemos perfume para que la vida, nuestra propia vida, huela a rosas.

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La otra película es la argentina Carancho.

Elegir el nombre de una película o de un libro no es una cosa baladí. Aquí me encuentro con la dificultad del idioma y, sobre todo, con el uso que puedan hacen en Sudamérica de la palabra carancho. Yo acudo a Google y una de las primeras entradas encaja, perfectamente, en definir al personaje de la película.

Carancho: Ave sedentaria, natural de Sudamérica, se desplaza de acuerdo a la abundancia de alimentación. Su alimentación se basa principalmente de carroña. Frecuenta los basureros y las orillas de las carreteras en busca de desperdicios.

Luján y Sosa

Me imagino que ésa habrá sido la intención de su director Pablo Trapero, con un sustantivo definir a todo un personaje en que se basa su nueva cinta.

La película arranca con unos datos:

En Argentina mueren más de ocho mil personas cada año en accidentes de tráfico. Hay más de ciento veinte mil heridos anuales. Solo en la década pasada hubo cien mil muertes. Los millones de pesos que cada víctima representa en cuanto a gastos médicos y legales generan un enorme mercado, apoyado por las compañías de seguros y la debilidad de la ley. Con cada tragedia, la industria se pone en marcha.

Y a partir de ahí, su director construye una excelente película que competirá por hacerse con el Óscar a la mejor película extranjera en los próximos premios de la Academia en Hollywood.

Acto de conciliación

Un abogado, Sosa (Ricardo Darín) especializado en accidentes de tráfico está a punto de recuperar su licencia para poder ejercer en solitario. Se mueve como un ave entre la carroña que en este caso la encuentra entre las salas de urgencias de los hospitales así como las funerarias de los suburbios de Buenos Aires. Lugares comunes para hallar a sus clientes. Sosa quiere dejar su trabajo, una especie de estudio jurídico que, supuestamente, ayuda a las víctimas de los accidentes de circulación. Pero la realidad es otra y lo que se esconde detrás de la fachada es un submundo de hampa donde se trafica con los sentimientos, la necesidad de la gente por sobrevivir, la ambición desmedida de unos policías corruptos, unos abogados sin escrúpulos, unos médicos complacientes con el delito, y unos jueces y compañías de seguros que hacen la vista gorda.

En este sórdido mundo y cuando Sosa está a punto de dejarlo todo aparece una joven y atractiva doctora, Luján (Martina Gusman). Sola, recién llegada de provincias, pluriempleada sobrevive estresada haciendo turnos entre ambulancias y guardias de urgencias en una ciudad ajena.

La historia de amor surge entre ambos protagonistas en el mismo escenario que se convertirá en frecuente con el paso del tiempo: la calle y el siniestro de coches como testigo. Juntos intentan cambiar la situación . Una situación injusta que se convierte en un torbellino atrapando a los enamorados.

La película es violenta. Comienza con una paliza y acaba poco menos que con otra. Con escenas duras, llenas de sangre. El ambiente donde se desarrolla es negruzco, sórdido. Las salas de los hospitales son pegajosas, desharrapadas y sucias más propias de ver pasar una rata que una bata blanca. Los personajes de Darín y Gusman son creíbles, austeros, pero eficaces. Ella cara de inocentona, ingenua y frágil (ojo, esconde su lado oscuro), él gesto adusto, pero con cara de buena persona. Se mete en los líos no por su propio beneficio sino para ayudar a otras personas.

Quien vaya a ver Carancho se encontrará con una película que narra una drama social y una tragedia sentimental  aderezado de forma espléndida con una gran dosis de intriga criminal, en donde está presente la corrupción con sus chanchullos económicos (hasta cierto punto asumibles por todos aquellos que están en la pomada), pero en dónde también está presente la corrupción moral mucho más preocupante. No se duda en dar una paliza a uno para que no meta las narices en asuntos que nada le importan o nada le tienen que importar. Como tampoco se duda, desde el otro lado, de romper a uno la pierna y luego simular un accidente de tráfico para ir tirando en esta perra vida que les ha tocado vivir y sacar los pesos a las aseguradoras.

La escena final es de gran mérito. Consigue que los presentes en la sala gritemos venga, vamos corre huye, vete de ese infernal mundo. Y como cuando esperábamos al séptimo de caballería en las películas de John Ford esperamos que Sosa y Luján reciban la ayuda que les permita ver la luz de sol. Queremos que Carancho sea el Ave Fénix y que resurja de sus cenizas y abandone el estercolero llevándose entre sus garras únicamente a su bella compañera de viaje.

Carancho es un thriller irrespirable y duro que narra una enérgica historia de amor llena de lágrimas y de sangre que no deja a nadie indiferente.

 

Ambas películas coinciden estos días en la cartelera. Y en ellas quiero ver un pequeño nexo de unión además de su corto título: un sustantivo (Amador también puede ser el hombre que ama). Las dos películas tienen que ver con la explotación de la miseria humana en sus diferentes grados y sobre todo con la supervivencia sin esperanzas en la que se encuentran sumidos sus protagonistas. Terrible vida, pero también terrible es vivirla sin la esperanza de que eso pueda cambiar en algún momento.

Luisjo Cuadrado

1 Comment
  1. Amador es una película esencialmente bella y poética, con la belleza y la poesía del hombre en su más descarnada humanidad. Una película que se teje, como la vida, con instantes y con silencios. Por eso su protagonista no podría haber estado mejor escogida: Magaly Solier dice más cuando calla que cuando habla, con una mirada que cuenta, revela o esconde, sueña o sonríe según el momento. Tiene ese aire hermético tan andino, y la terca determinación que conoce quien haya observado a una mujer soportando una situación extrema. Magaly conmueve, enamora, nos arranca las lágrimas y la carcajada con cambios de registro tan sutiles como imperceptibles, sin alardes, pero certera. Como los actores de otro tiempo.
    Junto a ella, otro actor de los que llenan la pantalla con la esencia del cine verdadero: Celso Bugallo, talismán e icono de Fernando León y pieza excepcional y clave en este entramado de sensaciones, descubrimientos y afectos. Él y Magaly crean algunos de los momentos más hermosos de la película, mostrándonos la relación que se establece entre Amador y Marcela, sus diálogos deliciosos, la insólita química que surge entre ambos. Y todo enmarcado por ese preciosismo callado de León de Aranoa, con una fotografía deslumbrante, una iluminación más allá de lo perfecto y planos maravillosos. Plásticamente, Amador es una joya. Pero además se sustenta en un guión redondo, cuidadísimo, cuajado de detalles. Algunos, como el de la carta devuelta y la reacción de Marcela, de una hondura que desarma. Otros de una magia cercana, desprovista de artificio o cursilería, como la sirena. Detalles agridulces y un par de concesiones al humor negro que hacen reir con ganas, sobre todo cuando interviene Puri, el personaje interpretado por Fanny de Castro, que brilla a la cabeza de un extraordinario elenco de actores de reparto.
    El ritmo lento está plenamente justificado, especialmente dentro de la casa, y es necesario para dotar a la película de toda su carga poética y plástica; también para poder saborear esos momentos de intensa emoción, o los más cómicos. Paladear en suma el gusto agridulce de la condición humana plasmada en una trama con pies, cabeza y mucha sabiduría cinematográfica, no exenta del tinte social característico del director y preciso dados los protagonistas de la historia. La ternura jamás traspasa la línea de la cursilería, el humor negro se administra en mínimas dosis, el drama se despliega con naturalidad, como la vida y la muerte. Fernando León se nos muestra una vez más como el gran director de cine, el guionista brillante y el alma sensible que conocemos de películas anteriores. Quizá esta sea la más íntima y pausada de sus obras, pero tiene su sello inconfundible, y ningún amante del cine debería perdérsela.

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