Manos laceradas,
manos duras,
manos cicatrizadas,
manos desesperadas,
manos cansadas de esperar,
manos que bordan los sueños,
manos inquietas, quietas manos,
manos graves como piedras,
manos que se yerguen más allá de su desamparo.
Manos que se parecen mucho
a esos rostros endurecidos
de los niños hambrientos
que otra veces han aparecido aquí.
Manos ilusionadas por laborar
sin importar presagios inquietantes.
Dice mucho esta fotografía. No es espectacular.
No hace falta atender al pie de foto: “inmigrante a la espera de trabajar en la campaña de la fresa”.
El autor no ha querido sacar el rostro. Las manos ya muestran la desesperación. Unas manos que están hechas para trabajar se encuentran fuera de lugar, se extrañan, de ahí que sus dedos se entrelacen para no perderse cada mano por su lado.
Los dos inmigrantes se encuentran en lo que parece ser un asentamiento “ilegal”. Al fondo una especie de tienda blanca acoge sus sueños, mejor será decir sus desvelos. Un hombre está sentado, en una silla de plástico, frente a al fuego para preparar la comida.
Esas manos tienen poco, muy poco que llevarse a la boca.
Ya no vivimos en el país de la abundancia.
Se acabo vivir a manos llenas.
Luisjo
publicado en Revista Atticus 6