Crítica Crímenes del futuro de David Cronenberg

Crímenes del futuro de David Cronenberg por Gonzalo Franco Blanco

Crímenes del futuro

Ficha

Título original: Crimes of the Future.

Año: 2022.

Duración: 107 min.

País: Canadá.

Dirección: David Cronenberg.

Idioma original: inglés.

Guion: David Cronenberg.

Música: Howard Shore.

Fotografía: Douglas Koch.

Reparto: Viggo Mortensen, Léa Seydoux, Kristen Stewart, Scott Speedman, Welket Bungué, Don McKellar, Lihi Kornowski, Tanaya Beatty, Nadia, Litz, Yorgos Karamihos, Yorgos Pirpassopoulos, Denise Capezza, Ephie Kantza, Jason Bitter.

Productora: Coproducción Canadá-Grecia-Reino Unido-Francia; Serendipity Point Films, Argonauts Productions S.A, Ingenious Media, Téléfilm Canada, Bell Media, Canadian Broadcasting Corporation (CBC), Ekome, The Harold Greenberg Fund.

Género: ciencia ficción, distopía, poshumanismo, drama.

Sinopsis.

Un niño puede ser el Mesías de una mutación que anuncia una nueva ruta para la evolución humana: de metabolizar alimentos a metabolizar plásticos; un mundo futuro (casi presente) de comedores de plástico. Como todo Mesías, el niño es sacrificado inútilmente, pues se convierte en el mártir de una secta secreta de “comeplásticos” que desea anunciar la buena nueva a la poshumanidad. Para eso necesitan contar con la ayuda de Saul Tenser (Viggo Mortensen) y Caprice (Léa Seydoux), artistas corporales que realizan performance en los que Caprice extrae a Saul los nuevos órganos que genera espontáneamente su cuerpo. La Oficina de Registros de nuevos órganos, la policía y una empresa de artefactos antropomórficos vigilan a la nueva secta e intentan controlar un proceso que tiene como resultado el surgimiento de la transhumanidad.

Crítica.

En el Festival de San Sebastián (2022), David Cronenberg recibió el Premio Donostia a toda su carrera, y en rueda de prensa afirmó que el “shock per se” nunca le había interesado, y aclaró que “no empujaba al espectador al límite, sino a sí mismo”, e invitaba a la audiencia a que le acompañara. Antes de su estreno en Cannes (2022) hubo rumores de que la película era una exhibición de atrocidades (que diría el novelista J. G. Ballard); algo que fue descartado por el público y la crítica que asistió a la proyección y no huyó espantada.

No, David Cronenberg no pretende, ni ha pretendido nunca, epatar. Es cierto que hace arte, cine en este caso, con la parte más turbulenta de su imaginación, que posee (o le posee) una cosmovisión que le lleva más allá de los límites convencionales de la realidad. Freud, si hubiera sido su psicoanalista, hubiera tomado buena nota de sus sueños y pesadillas. Ese aire visionario que tiene Cronenberg le hace heredero de William Blake, explorador del subconsciente del que afloraban ángeles y demonios, como en el caso de Cronenberg afloran cuerpos híbridos de hombres-moscas (La mosca, The fly, 1986), cuerpos de gemelos perturbadores (Inseparables, Dead Ringers, 1988), cuerpos asaeteados por el metal de coches accidentados (Crash, 1996), o cuerpos poshumanos como en la presente Crímenes del futuro. Además de un registro de línea más clara, pero llena de violencia diseccionada con bisturí como, precisamente, en Una historia de violencia (A History of Violence, 2005) o Promesas del este (Eastern Promises, 2007).

Cierta presciencia o capacidad visionaria hay que reconocérsela a Cronenberg, pues los mimbres del guion de esta película ya se encuentran en la homónima Crimes of the Future de 1970, aunque las similitudes no vayan mucho más allá del título. Es más, donde en la primera imperaba el silencio, en la nueva Crimes of the Future prima la palabra, en una sucesión de diálogos a dos bandas, a cuatro bandas como mucho, casi continuos. Estamos en buena parte ante un ensayo fílmico, un cine conceptual en el que el libreto, el texto, tiene un papel primordial, y que exige al espectador mucha atención para seguir el hilo argumental, a veces prolijo, y donde es posible perderse como en una selva. Pero esa concentración mental que requiere la película está facilitada por el interés hipnótico de cada uno de los diálogos, y por una puesta de escena impecable.

En el mundo retratado en Crimes of the Future, Saul Tenser (Viggo Mortensen) tiene la capacidad espontánea de generar nuevos órganos en su cuerpo, que son extirpados por Caprice (Léa Seydoux), su pareja en la vida y en el arte. Una extirpación que pretende erradicar posibles tumores letales, pero que realizan en público, en locales de entretenimiento, pues Saul Tenser es un artista corporal que utiliza su organismo como sujeto y a la vez objeto de su arte. La misma mutación que genera nuevos órganos en su cuerpo le dificulta a la vez ingerir alimentos, por lo que tiene que recurrir al auxilio de unos robots de aspecto humanoide y bastante repulsivos, en un guiño voluntario o involuntario a Tiempos modernos de Chaplin y la silla “alimentaobreros”. Una sociedad, además, donde el dolor ha sido erradicado, donde no se sabe qué es el sufrimiento físico, y en la que, como consecuencia la extirpación de esos neoórganos, o las automutilaciones, se han convertido en una nueva forma de narcisismo, de nueva sexualidad, de moda, con la revocación del canon universal y convencional sobre qué es la belleza corporal de hombres y mujeres.

El ambiguo Estado representado por una fantasmagórica Oficina Nacional de Registro y por la brigada antivicio de la policía, vigilan no tanto la salud de la ciudadanía como que los nuevos órganos generados no abran una nueva vía de la evolución humana, quizá incontrolable desde un punto de vista político o de orden público: eso que se denomina, en ciertos ámbitos corporativos y académicos, transhumanidad. De igual forma, las ingenieras que reparan los artefactos que posibilitan que algunos humanos puedan digerir alimentos o saber lo que es el dolor, conspiran para que la humanidad no dé un paso donde sus productos tecnológicos quedarían obsoletos.

Saul Tenser (Viggo Mortensen) se halla atrapado entre su papel de confidente de un policía (Welket Bungué) y los intentos de captación de una nueva “raza” de poshumamos clandestinos -de momento- que ya solo pueden metabolizar plásticos. La epifanía del pacto entre la secta de poshumanos comedores de detritus, de nuestra propia mierda, y Saul Tenser, el artista corporal, se realizará durante la autopsia del niño Mesías que fue sacrificado por su madre al inicio de la película… (¡”No asustarse”!).

Que Crimes of the Future sea una película conceptual, no es óbice para que la puesta en escena nos sumerja casi instintivamente en ese mundo futuro, casi presente, a través de una ambientación que conjuga artilugios de aspecto antropomórfico y baboso, con calles y edificios destartalados, o puertos con barcos herrumbrosos y encallados, que remiten a los años cincuenta del siglo XX. La fuerza visual y poética de Cronenberg sigue siendo la arquitectura fundamental de su cine. La película ha sido rodada en Grecia y el director ha buscado rincones urbanos y edificios deteriorados, leprosos, que producen un contraste desazonante entre la biotecnología más avanzada y un entorno degradado y cutre.

Las precisas interpretaciones de Viggo Mortensen, de Léa Seydoux, o de Kristen Stewart y del  resto del reparto, que componen personajes plenos de ambigüedad, de gestos sutiles, revelan una gran complicidad con la historia contada al mostrarnos sus cuerpos como objetos de operaciones quirúrgicas, con la extirpación de neoórganos o cirugías  que mutilan la piel y el cuerpo, como una nueva forma de erotismo y que no dejan de afear (en nuestro actual canon de belleza) a los actores del film.

La fotografía de Douglas Koch es fundamental para transmitirnos la frialdad y la angustia de espacios desolados, casi siempre interiores, que parecen el resultado de un Apocalipsis menor. Genera la misma sensación de inquietud la partitura de Howard Shore, que se inicia con un interludio calmo y bellísimo, pero que en ciertos momentos nos golpea con estridentes cacofonías.

Me niego a considerar que por la edad de David Cronenberg esta película tenga pretensiones testamentarias, como se ha escrito. (Ya prepara The Shrouds para 2024). Es cierto que tiene un final desolador, que sabe a derrota (o a nuevo inicio), pero el arte del director siempre ha jugado a provocarnos, a obligarnos a ver la cara oscura de nuestra personalidad y, aunque no se subraye en exceso, posee un humor negro encubierto y un tanto gamberro. Para comprobarlo invito a ver su cortometraje de solo un minuto de duración que se titula The Death of David Cronenberg (2021).

Os dejo un tráiler:

Gonzalo Franco Blanco

Revista Atticus