Ara Malikian, el violinista sin tejado (ni techo)

Ara Malikian en la Villa de la Música, Simancas (Valladolid)

El domingo, día 10 de julio, el violinista más heterodoxo del planeta, con permiso de Nigel Kennedy, Ara Malikian, se presentó en Simancas dentro de su ciclo de conciertos Villa de la Música. Y nos regaló parte de su repertorio, composiciones y exhibiciones de virtuosismo junto a un grupo de músicos cubanos, guitarra, contrabajo, piano y percusión de contratada categoría y afinidad total con el solista, quien comenzó con una larga pieza a caballo entre el rock progresivo, muy setentero, y el jazz menos ortodoxo posible. Nos deleitó con solos mientras la banda repetía staccato tras staccato con el fin de subrayar la labor del solista. Depurada técnica y saltimbanqui por todo el escenario. Después nos soltó su primera perorata, quizás demasiado larga para que la tensión del concierto y el subidón que comenzaba a tener el respetable tan mal acomodado (dicho sea de paso) siguiese un crescendo que mantuvo con risas de monólogo más que de presentación musical.

            Después nos regaló un par de guiños a la música en la que fue educado y de la que huyó en cuanto pudo, primero Dvorak y luego Chopin y su maravilloso Preludio Nº4, tras otra de sus composiciones con sabor a Jethro Tull y rupturas muy bien hiladas al estilo de la última parte de Miles Davis o Dexter Gordon, al alimón entre el pianista y él. La magnífica afinación en diferentes notas hacía destacar aún más si cabe, la calidad de Malikian. Así, los duelos con el guitarrista permitían distinguir los agudos de uno y otro para que no nos pudiésemos perder lo que le resto de la banda aportaba. Muy cuidado y, personalmente, agradecido después de tener que soportar tantísimos cantantes de éxito que llevan los instrumentos de atrezo, eso cuando los llevan que ahora con un pinchadiscos de acompañamiento suele sobrar.

            Nos volvió a contar diferentes historias para tal o cual canción; para su hijo compuso Calamar robótico, para sus dos hermanas mayores otro tema y otro de voz irreproducible que eran las primeras palabras que balbucía su hijo cuando era bebé y a quien también brindó una composición. También el reivindicativo eterno migrante nos dio muestra de una de sus temas más sensibles, la inmigración y los papeles, con una preciosa tonada de música de raíz, de distintas raíces, como no podía ser de otra manera al hablar de la oficina de inmigración británica en Londres, la famosa Alien Office próxima al Soho. Y, tras esto, aplausos y primer amago de irse, con ya una hora y media sobre las tablas simanquinas. Y aquí introduce un sonido muy parejo al que años atrás, en los ochenta, Peter Gabriel confiere al violín como introductor y posterior solista junto al violinista indio L. Shankar y que Springsteen recogió para completar el sonido de la E Street Band en The Rising con Soozie Tyrell, para regalarnos una interpretación majestuosa de Misirilou, el tema de origen griego que universalizó Quentin Tarantino en los títulos de crédito de su película ganadora de la Palma de Oro en Cannes, Pulp Fiction. La belleza y la exhibición de todos los músicos llegó en el alargamiento del tema justo antes de regresar a las notas más conocidas originalmente compuestas para trompeta y que el músico de origen armenio nos hizo olvidar hasta elevarla hasta el paroxismo absoluto junto al público.

            Después se despidió y, aprovechando la comunión con las incomodísimas y más que pegadas sillas y sus ocupantes, nos contó lo que compuso para las personas que murieron solos como animales en la jungla durante la pandemia, sin poderse despedir de los suyos, para sonrojo de todos los que algún poder tienen o han tenido durante esta inhumanidad. Y bajó a tocar entre el público una preciosa nana que conmovió y que sólo por ésta hubiese merecido la pena pagar la entrada.

            Disfrutamos, nos hizo gozar de esto tan caro como es reunirse en torno a una bella melodía y recordarla un día, como diría Paul Bowles mucho años más tarde, quizás cinco o seis veces en la vida, pero que cinco o seis ocasiones más especiales, y eso se lo deberemos siempre a esa noche mágica de julio en Simancas a Ara Malikian, el violinista en un tejado sin techo, o con un techo muy diferente al que los ortodoxos de la clásica querían otorgarle y, quién sabe, si encerrarle bajo un tejado que no le parecía su albardilla. Ahora él es feliz y nos hizo felices contagiándonos lo que sale de sus dedos, su técnica, su cerebro y su arco, siempre con pelos rotos que hacen coreografía con su melena desenfadada y enemiga de lacas y gominas.

            Mereció la pena y él lo sabe.

Carlos Ibañez

fotografías: Chuchi Guerra

Revista Atticus