Leslie West: padre del Heavy Metal

Leslie West. De la granja de Yasgur a una Prueba de sonido

El fatídico 2020 nos ha dejado una larga lista de insignes viajeros que partieron sin billete de vuelta, y finalizó con una pérdida irreemplazable en la perspectiva del talento artístico. Un hombre que lo tenía todo para convertirse en un apestado en el mundo musical: creó un sonido diferente, nuevo y demoledor, partiendo del blues y el soul; poseía una voz rasgada de barítono, nada a la moda; y un aspecto que los horteras gerifaltes de la industria audiovisual actual hubiesen descartado sin llegar a escuchar: era gordo. Sus allegados le llamaban El Gran Fatsby y así tituló su segundo álbum en solitario, tras su experiencia en Mountain. Fundamental para cualquier amante de la música, Mountain fue la banda con la que se posicionó en el mundo del talento musical, dejando claro que abría un camino nuevo, y que le llevaría lejos… Hablamos del padre del heavy metal: Leslie West.

Ha sido imitado, sustraído, e inspirado a tantos músicos que cualquier admirador de los riffs a pleno volumen podríamos recitar, como los afluentes del Duero en nuestra infancia, y como entonces olvidaríamos unos cuantos…. Jimmy Page, Slash, Brian May, Ritchie Blackmore, Eddie Van Halen, Uli Jon Roth, Tommy Bolin, Tony Iommi, y su amigo y colaborador Peter Frampton, recibieron la influencia de aquel muchacho judío tímido y callado que dejaba que su guitarra hablase por él, al menos en su primera banda. A los diecinueve años, él y su hermano Larry en el bajo, formaron parte de un proyecto llamado The Vangrats, con un éxito moderado en la Costa Este. Ellos eran de Nueva York. Felix Pappalardi produjo algunas de sus canciones en su sello discográfico: Atco Records, filial de Atlantic. Destaca la grabación, con Leslie como guitarra y vocalista, de una versión estratosférica de Respect, del inigualable Otis Redding, y el tema I can´t make a friend, que se convirtieron en un pequeño acontecimiento mezclando sonidos ya conocidos con aportaciones propias.

El joven judío había cambiado su apellido Weinstein (ahora maldito por el baboso productor cinematográfico) por West, y como hippie anhelaba California como Moisés a Canaán, Pero los sueños y creatividad no podían quedar aparcados por éxitos relativos y sonidos similares a Cream, The Byrds o los dioses de las listas de éxitos: The Beach Boys, con el genio musical de Brian Wilson a punto de estallar de pura locura. Así que Leslie abandonó The Vangrats y creó su primer álbum en solitario, con el icónico nombre que después sería el de su banda: Mountain. La crítica especializada y los compañeros de oficio alabaron aquel sonido diferente y tremendo que venía desde Manhattan, cuando lo normal en esa época era que partiera desde Haight–Ashbury, el barrio de los músicos hippies de San Francisco.

Pappalardi vuelve a la producción tras haber cruzado el Atlántico para hacer junto a Bruce, Baker y Clapton la obra maestra Disraeli Gears. Y se suma a West y su nuevo álbum como bajo y teclista además de productor, y N. D. Smart como batería. Se plantean acudir a Woodstock, el festival que se estaba preparando en el estado de Nueva York para ese agosto de 1969, cuando Armstrong puso un pie en la Luna y dejó de haber Kennedys disponibles para la Casa Blanca y el matadero, al ser Ted menos discreto que su padre y hermanos.

La banda daba ejemplo de la capacidad musical de West y su productor. Los organizadores del festival quedaron convencidos cuando acudieron a un teatro del off Broadway y vieron todo lo que aquellos tres tipos, a los que unieron un teclista de estudio, Steve Knight, podían desarrollar y transmitir sobre un escenario.

Y los dioses del rock, a los que aludía e invocaba Jack Black en esa pequeña joya llamada School of rock, ungieron a la banda dos meses y medio después, en Woodstock, sobre las tablas erigidas en la granja de Max Yasgur en Bethel, Nueva York, el sábado 16 de agosto a las nueve de la noche. Reventaron los oídos de los asistentes con su fuerza y volumen, y los aplausos atronaron. Y la dupla Pappalardi-West firmó un contrato para su primer álbum como banda, para el que el ahora cuarteto tenía un gran material, tanto propio como importado de las Islas Británicas, dada la relación del bajista y productor con Jack Bruce, quien preparaba el lanzamiento de su primer, y muy recomendable, disco en solitario: Songs for a Taylor. Incluiría un tema que se negó a grabar Eric Clapton, ya imbuido e influido por el exceso de alcohol y de ego. Mountain lo habían tocado en el festival y había gustado a toda la crítica especializada, hasta prácticamente obligar a los recopiladores del segundo álbum sobre Woodstock a incluirla. Su título: Theme from an imaginary western. Hace demasiado tiempo ya tuvimos la inmensa suerte de escuchar en directo a Bruce y West juntos en Hammersmith… ¡Todo un acontecimiento!

Después llegó Climbing!, su álbum de debut de 1970. La crítica y el público se volcaron con aquel sonido tan diferente donde las guitarras retumbaban o regalaban los más dulces sonidos sin solución de continuidad, y las voces de Pappalardi y West se alternaban creando una atmósfera mágica. Y como tenían material más que de sobra grabaron, entre concierto y concierto, su segundo disco, con idéntico éxito de crítica y público: Nantucket Sleighride, a comienzos de 1971. Y atravesaron el Atlántico como un acontecimiento para bandas como Black Sabbath o los recién nacidos Queen, quienes escucharon aquel sonido como una revelación. El batería Corky Laing conducía el ritmo del cuarteto y aquello encantó al estudiante de prótesis dental Roger Taylor, que trató de hacer lo mismo con su grupo, al que aún no había llegado John Deacon, también influido por ese nuevo sonido migrado desde la Costa Este estadunidense.

Leslie West seguía escuchando todo lo que le llegaba y dándole su toque, especialmente con una guitarra, la Gibson Les Paul Junior, a la que sacó todo su jugo, y que otros grandes guitarristas no utilizaron para no ser comparados. Influido por el sonido de rock duro progresivo no manejó otra marca de instrumento durante muchos años. A finales de los noventa la reemplazó por una Ibanez RG. Parece que Joe Satriani, Steve Vai o John Petrucci, de Dream Theater, fueron quienes le convencieron del cambio.

Pero Leslie continuó aún tres años más discutiendo con Felix el sonido, las mezclas y el arreglo de sus temas. Tras un exitoso disco, en directo y estudio, con nombre de poemario de Baudelaire: Flowers of evil, se tomaron cierto tiempo hasta regalarnos en 1974 Avalanche, con el que se cerró el primer ciclo de Mountain y él último junto a Felix Pappalardi. Tuvo que abandonar al acusar un problema de sordera debido al alto volumen con el que la banda aderezaba siempre sus conciertos, quizás también porque su bajo violín EB-1 de Gibson y sus amplificadores Sunn, que habían pertenecido a Jimi Hendrix, tenían demasiada potencia y no pudo con ello.

Mountain desaparece, y en 1974 West decide volver a grabar su segundo álbum en solitario: The Great Fatsby, bajo su propia producción y la de Bob D’Orleans, y con la participación en la composición, arreglo y guitarra rítmica de Mick Jagger, siempre tratando de encontrar un sonido nuevo que aportar a los Stones. Y Leslie tenía uno propio, el que luego el mismo Mick y Lenny Kravitz utilizaron en su single conjunto, y superventas: God gave me everything, un cuarto de siglo después.

El álbum es de puro culto en el que grandes de la música han reconocido su influencia, más allá de Jagger y Kravitz. Grupos como The Black Crows, Judas Priest o Iron Maiden en las filas del rock, pero también Keith Richards o Sam Brown han bebido del blues de fondo de este disco para gourmets.

En 1976 lanza su tercer vinilo en solitario que genera la misma expectación, dejando clara la excepcionalidad del guitarrista con sobrepeso y voz desgarrada. The Leslie West Band fue un acontecimiento para los grandes del rock, porque West atrajo a la savia nueva del sonido de las seis cuerdas electrificadas: el ya citado Peter Frampton, Jim Steinman y su inseparable Meat Loaf se vieron influidos por esta manera de hacer directa, potente y virtuosa, porque Leslie West siempre fue un admirador de los grandes guitarristas, desde Paco de Lucía hasta John Scofield pasando por Hendrix, Peter Green y sus discípulos aventajados, quienes recibieron a Mountain y a West como alguien a emular en su búsqueda de los caminos y lazos entre el blues y el rock más duro. Así, Gary Moore o Robbie McKintosh hablan de que Green les hizo subir los peldaños del blues y West los elevó al olimpo del rock. Incluso el magnífico bluesman Chris Rea habla sin tapujos del sonido de Leslie West como definitivo a la hora de encontrar su propia forma de acudir a la guitarra y de ahí la pureza de su trabajo, como se aprecia en alguno de los grandes solos del neoyorkino.

Después sufrió un parón creativo, problemas de salud que le persiguieron el resto de su vida, y la muerte de Pappalardi, quien tanto le había ayudado en su carrera y al que tanto respetaba, a pesar de sus diferencias creativas y de producción después de 1974. El asesinato de Felix por su esposa tras una discusión en su casa del East Side neoyorkino noqueó durante un corto periodo de tiempo a West. De hecho, West acababa de reunir nuevamente a Mountain, aunque sin Pappalardi, debido en parte a su sordera y en parte a sus diferencias sobre producción y composición musical. Para sustituirle había llamado al grandísimo Mark Clarke, quien había huido de Ritchie Balckmore y su proyecto Rainbow, y salido de Uriah Heep para ir a Colosseum, donde su virtuosismo fue mucho más reconocido; y llegado a Nueva York para dar contundencia al nuevo Mountain.

Tocaron por toda la Costa Este y después fueron a California y Canadá, donde todo hacía presagiar un inminente nuevo disco de la banda. Así lo había confirmado Corky Laing, batería y eterno escudero de West, cuando aconteció el homicidio de Felix Pappalardi. Y todo se paró o, en realidad, se ralentizó. Al menos hasta que West se encontró con el productor Pete Solley gracias a Frampton. Deciden registrar y lanzar un disco de regreso potente y sin fisuras, respetando el pasado de la banda pero sin olvidar la trayectoria del rock más duro a mediados de los ochenta. De hecho, Solley venía de producir lo último de Motorhead. El álbum Go for your life recibió unas magníficas críticas, pero no funcionó en Europa como pensaban West y Solley.

Leslie, convencido por su amigo Jack Bruce, decidió caminar hacia el blues en su cuarto proyecto en solitario: Theme, y ofrecer junto al compositor y fundador de Cream un disco puro West, con magníficas versiones, composiciones propias y una producción impecable. Junto a West y Bruce toca el batería Joe Franco (The Good Rats y Twisted Sister). Joe además, compone con Leslie alguno de los temas, remarcando la importancia de Jack Bruce y su voz de terciopelo, la que enamoró al difunto Pappalardi y que recitaba los versos de Pete Brown como nadie, tal y como reconocería años más tarde el sin par Ginger Baker.

Sacó a la venta Alligator y un par de directos donde mostraba, una vez más, esa mezcla de virtuosismo y guitarreo rítmico, a la altura de Clapton o Gilmour en el primero, y de Richards o Van Zandt, en el segundo. Leslie West ya era una leyenda además de un referente. Todos los músicos reconocidos deseaban grabar y tocar con él, o se inspiraban en él y en su manera de ver este arte. Un arte relacionado con la industria y convertido en negocio hasta que el dividendo fagocitó al talento como Saturno devoró a sus hijos. Es lamentable que ahora se considere músicos a los pinchadiscos y cantantes a los rapsodas-feriantes de la grosería y el mal gusto.

A partir de los años noventa West, con el alma de la canción siempre puesta en el mástil de la guitarra y unos riffs capaces de hacerse levantar del asiento a expertos del blues, de rock, del hard rock y del heavy metal; combinó sus álbumes en solitario con colaboraciones en trabajos de otros. Entre ellos: Ozzy Osbourne, quien le reclutó para grabar con él una versión de su primer gran éxito con Mountain, Mississippi queen; Ian Gillan, en su Toolbox; o Joe Bonamassa, a quien apadrinó en su disco de debut A new day yesterday.

Continuó girando él solo tras dos nuevos discos en los que colaboran gente de la nobleza del rock como Joe Lynn Turner, Leo Lyons, o Randy Coven, que ya había estado con él en la última tanda de conciertos como integrante de Mountain. Y después se dio un poco de descanso antes de volver a grabar con su banda de siempre para comenzar el milenio. Mystic fire fue el penúltimo trabajo del grupo, el séptimo, pero también fue el postrero con material original.

El octavo: Master of war, está compuesto de versiones del premio Nobel de Literatura Bob Dylan. Destacan algunas colaboraciones, como las de Ozzy Osbourne y Warren Haynes; y los arreglos, acústico y eléctrico, para dos de sus cortes de Blowing in the wind, sin duda exquisitos.

En el medio de uno y otro grabó e hizo una serie de conciertos en los circuitos del blues americano con su trabajo en solitario Blues to die for y Got Blooze. El primero consiste en una colección de temas a los que da contundencia con su guitarra Les Paul Junior. Y en el segundo retorna al rock sin abandonar el blues. Graba con dos reputados músicos en ambos estilos, Tim Bogert acompañándole en el bajo y Aynsley Dunbar a la batería, y registrando el sonido que más le gusta: «pura alma» como lo definiría Butch Vig, productor musical del más famoso álbum de un trío de rock clásico desde Jimi Hendrix Experience, Nevermind, de Nirvana.

Entonces comenzó a tener problemas serios de salud debido a su diabetes mal cuidada y un exceso de horas de pie. Como consecuencia de ello le tuvieron que amputar la pierna izquierda por debajo de la rodilla. Tuvo que paralizar la grabación de uno de sus más reputados álbumes en solitario y que le reportaría algunas de las mejores críticas de su carrera.

Pero Ununsual suspects era demasiado bueno como para paralizarse por un pie ausente, como dijo él mismo, y todo el mundo regresó al estudio en cuanto Lenny, como le llamaban sus allegados, recibió el alta médica. Junto a él y dando su sello personal a cada versión: Joe Bonamassa, Slash, Billy Gibbons, Steve Luthaker y Zakk Wylde. Todos ellos «sospechosos nada habituales».

Después llegó su décimo tercer álbum en solitario, con temas nuevos, casi todos compuestos durante su convalecencia y su traslado de residencia a Florida. Allí el clima, más benigno que en su natal Nueva York, le hizo relajarse y olvidarse definitivamente de seguir girando, lo que llevaba haciendo desde 1965, casi como Jerry García y sus míticos Grateful Dead. Además, versionó el tema mítico por excelencia de Judy Garland Over the rainbow o los clásicos del soul When a man loves a woman y Feeling good.

Y, tras trabajar como invitado en el disco del ecléctico cantante, guitarrista y productor Eli Cook, en 2014 afronta un nuevo disco, el decimocuarto en solitario. Todo un colofón a una maravillosa carrera: Soundcheck.

Cuando músicos de la talla de Brian May, que siempre había deseado trabajar con él, como ya hemos comentado, tras la primera visita de Mountain a Reino Unido en 1971; Peter Frampton, quien tomó la forma de tocar sobre las tablas de Leslie para componer los sonidos del guitarra protagonista de la película Casi famosos, con la connivencia del guionista y director Cameron Crowe; o el siempre enorme Jack Bruce, quien ya fallecido nos dejó este regalo que su amigo incluyó en este prodigioso canto de cisne.

Y con esto, Leslie West se retiró a su casa del estado, otrora hogar de Tequestas y Semínolas, de Florida. Había tenido una gran carrera, auténtica de principio a fin, sin esconderse ni vestirse con ropajes a la moda, como tantos y tantos han hecho con tal de seguir. Él siempre priorizó el alma de su guitarra a todo lo demás. Se granjeó con razón un halo de pureza que atrajo como un imán a toda una legión de profesionales del rock y del blues.

Con él se va toda una reserva moral, quizás la última, de una industria que agoniza entre gente sin talento cuyo único don es el muy amargo de la belleza, por su calidad de efímero, mientras que la carrera de este muchacho judío de Nueva York, con kilos de más y una pierna de menos, será siempre eterna. Desde una granja en Bethel, la de Max Yasgur, a su última y definitiva Prueba de sonido, la que dio nombre a su vigésimo cuarta grabación: ocho con Mountain, catorce en solitario y las dos primeras con The Vangrats.

Gracias por tantísimos riffs y momentos mágicos, míticos y, por qué no reconocerlo, místicos, exprimidos de tu Gibson o de tu Ibanez, por no hablar del desgarro de tu grave voz. Gracias por engendrar tu propio universo musical, padre de mil sonidos posteriores capaces per se de conducir a pliegues del alma de, al menos, tres generaciones. Te recordaremos, como una de tus canciones fetiche, Theme from an imaginary western, y con versos del poeta Pete Brown…

Parece como si no lo hubieran sabido.

Toda la tristeza estaba en sus ojos.

Carlos Ibañez – Pilar Cañibano

Revista Atticus