Crítica danza – Compañía Nacional de Danza. Director Joaquín de Luz

Teatro Calderón, Valladolid

Coreógrafos: Nacho Duato (Por vos muero), Ricardo Amarante (Love, Fear, Loss) y William Forsythe (Enemy in the Figure)

La danza te cuenta una película cargada de experiencia, ensayos, sensaciones y tradición. El movimiento es el protagonista pero una parte sustancial se apoya en la música, en el sonido. De lo que se trata es de lograr contar una historia, pero con el cuerpo como texto y significado. ¿Quién de los tres coreógrafos aportó más a mis ojos, oídos y mi corazón?

Sí me das a elegir, elijo a Ricardo Amarante y su coreografía Love, Fear, Loss. El excepcional pianista cubano Marcos Madrigal tiene la culpa. Encandilado por su fuerza, su musicalidad y encantamiento los bailarines convirtieron el Teatro Calderón en un espacio purificador donde la mente campaba a sus anchas, a su libre albedrio, y ese ritual purificador se convirtió en un experiencia real compartida en grupo. Se podría decir que se convirtió en algo espiritual; eso pasa muy pocas veces.

Todo estaba dentro de las versiones que Marcos Madrigal interpretó al piano. Allí estaba el eco de las canciones de Edith Piaf. Estaba allí dentro, si, bastaban las ochenta y ocho teclas del piano para calentar y quemar el cuerpo y el alma a los afortunados espectadores que abarrotaban el teatro. Solo había que dejarse llevar. Solo.

Los bailarines de la Compañía Nacional de Danza desbordan talento por los cuatro costados. Lo que se entiende, con solo mirar, es la forma que guarda relación con la belleza. Como dijo el filósofo no veremos la idea de la belleza si no tenemos ojos para verla. Ojos danzarines y musicales. Los bailarines son los que nos hacen la belleza inteligible. Los que nos muestran el cosmos de la danza a la distancia idónea para poder saborearla.

Ricardo Amarante ha logrado que los bailarines inunden todo su ser de gestos, movimientos, coreografía, autoestima y sobre todo confianza en sí mismos. Bailar y ver bailar es un privilegio. Una suerte. Sumergirse en sonidos laberínticos, en luces y sombras, en lo desconocido,  produce un inmenso respeto. Y también la posibilidad de salir de nosotros mismos y pensar y mostrarnos de una manera diferente. ¿No se sale de casa con ese propósito? Pues entonces.

Id al Teatro Calderón, aprenderéis a vivir, aprenderéis cómo podemos convertirnos en otro. ¿No es eso lo que propone Cervantes en El Quijote? Pues esto, igual.

Marcos Pérez

fotografías: Chuchi Guerra

Revista Atticus