Crítica teatro – Divinas palabras de Valle Inclán

Divinas palabras – Teatro Calderón, Valladolid

Una de las cosas más difíciles del teatro es comprender lo que les pasa a los personajes: su estado de ánimo, frustraciones, desencantos, alegrías, etc. etc. Hacer creer al espectador que aquello que está pasando en el escenario… crece como un globo de papel iluminado en el cielo de verano dixit Marcos Ordoñez.

¿Pasa algo de esto en Divinas Palabras? Pues es lunes (la vi el sábado) y todavía lo estoy dando vueltas. Dando vueltas a sí fui capaz de sentir algo, algo de dolor, algo de pena, asco, aburrimiento, misterio, engaño, traición, compasión, brutalidad, mezquindad, lujuria, obscenidad… Y por más vueltas que le doy soy incapaz de recrear en mi imaginación nada que recuerde que me haya hecho disfrutar con lo que los actores y actrices han querido transmitir con esta obra de Valle Inclán.

Ya sabemos de qué va la historia. Y esta historia me da a mí que se ha quedado un poco trasnochada. Y es lo que pasa, que cuando el teatro no habla de asuntos contemporáneos pierde sustancia y atención. No hay ningún personaje corriente en Divinas Palabras, son la mayoría extremos; a veces durante la hora y cincuenta que dura la función, tienes la sensación de que te has dormido y que te has despertado en el año 1920 y ¡horror! te dan ganas de salir corriendo…

Claro que el teatro de Valle Inclán lo último que quiere es entretener al público. Si quiere entretenerse que se quede en casa viendo la televisión. Lo que propone VI es generar una trasformación y el problema para mí esta noche es que no está generando ninguna. Claro que en el  teatro nos sentamos al lado de otros espectadores a los que les está interesando la obra y uno siente envidia, que menos.  

Me acordaba, mientras no sabía como ponerme en la butaca (se me hizo muy largo) la semejanza que existe en el lenguaje que se escucha en esta obra y que se lee en las redes sociales. Un lenguaje lleno de agresividad, agresivo e inhumano. Un lenguaje por decirlo brevemente irracional. Y los problemas que aparecen en escena son a estas alturas del siglo veintiuno irreconocibles e inusuales, que no conectan con el patio de butacas porque es incapaz de encontrarle algún vínculo que les interese.

El teatro no consiste en hacer ver al espectador cosas extraordinarias, a mí el que me gusta es el que presenta la cotidianidad como algo profundo. Hay muchas banalidades en supuestas puestas en escenas singulares y extraordinarias.    

 

Marcos Pérez

fotografías: Centro Dramático Nacional

Revista Atticus