Crítica Adú de Salvador Calvo

Película Adú – Un grano de arena en el desierto

Ficha

Título original: Adú aka

Dirección: Salvador Calvo

Reparto: Luis Tosar, Anna Castillo, Moustapha Oumarou, Álvaro Cervantes, Miquel Fernández, Zayiddiya Dissou, Jesús Carroza, Ana Wagener, Nora Navas, Marta Calvó, Josean Bengoetxea, Jose María Chumo, Candela Cruz, Rubén Miralles, Emilio Buale

Año: 2020

Duración: 119 min.

País: España

Guion: Alejandro Hernández

Fotografía: Sergi Vilanova

Productora: Ikiru Films / La Terraza Films / Telecinco Cinema / ICAA / Mediaset España / Mogambo / Netflix / Un Mundo Prohibido

Género: Drama | Inmigración. África

Sinopsis

En un intento desesperado por alcanzar Europa y agazapados ante una pista de aterrizaje en Camerún, un niño de seis años y su hermana mayor esperan para colarse en las bodegas de un avión. No demasiado lejos, un activista medioambiental contempla la terrible imagen de un elefante, muerto y sin colmillos. No solo tiene que luchar contra la caza furtiva, sino que también tendrá que reencontrarse con los problemas de su hija recién llegada de España. Miles de kilómetros al norte, en Melilla, un grupo de guardias civiles se prepara para enfrentarse a la furibunda muchedumbre de subsaharianos que ha iniciado el asalto a la valla. Tres historias unidas por un tema central, en las que ninguno de sus protagonistas sabe que sus destinos están condenados a cruzarse y que sus vidas ya no volverán a ser las mismas.

Comentario

El cine constituye una de las principales industrias del entretenimiento. Quizás con esta película, Adú, se nos plantee una pregunta: ¿qué es el entretenimiento? Podemos entender como entretenimiento cualquier actividad que nos permite, a los seres humanos, emplear nuestro tiempo libre, nuestro tiempo de ocio, para divertirnos o distraernos, alejando así el aburrimiento. Se trataría de una evasión temporal que nos permite alejar nuestras preocupaciones.

Desde la revolución industrial y tras conseguir una serie de derechos laborales, los tiempos modernos nos han traído lo que se conoce como la cultura de ocio. Un sector floreciente de la actividad económica que «nos ayuda» a administrar ese tiempo de ocio. Surgen los llamados parques temáticos y de atracciones (la adrenalina a tope, montados en unos locos cacharros vertiginosos que discurren por raíles o toboganes de agua o tirando tiros con bolas llenas de pinturas son solo algunos ejemplos). Pero también otros más accesibles y cotidianos como son la lectura, música, deporte (gimnasios convertidos en centros sociales) y el cine. Ahí quería yo llegar. La industria del cine o negocio del espectáculo es una de las más potentes. El epicentro es Hollywood aunque la zona cero la tenemos en Europa, en Francia. París 10 de junio de 1895, en un sótano de la capital se proyecta lo que se considera como la primera película argumental. Unos meses después es cuando se convierte en negocio al pagar una entrada por verla proyectada en una pantalla. Se trataba del Salon indien du Grand Café en París. Fue el 28 de diciembre de 1895.

No fue solo una película. Se proyectaron hasta diez pequeñas «películas». Entre ellas estaba La salida de la fábrica Lumière en Lyon. Esta última era más bien un documental. Desde tiempos remotos el hombre siempre ha querido capturar o crear y, sobre todo, reproducir el movimiento por medios mecánicos. Desde los bisontes de Altamira hasta los rollos de película Eastman. Los escasos asistentes a esta primera proyección quedaron impresionados desde el primer momento en que se encendió el proyector. Las imágenes parecieron cobrar vida. ¿Magia, ilusión, invento diabólico? Los siguientes días el público acudió de forma masiva. Tras ese éxito el cine se convirtió en algo popular haciendo las delicias de niños y adultos. El cine surgió con la idea de «documentar» un momento, una acción. Todo el mundo podía grabar con una pequeña cámara. Al final se convirtió en un entretenimiento. La industria cinematográfica lo desarrolló bajo los tres pilares básicos de los medios de comunicación: «formar, informar y entretener».

Adú de Salvador  Calvo no es un documental, y tampoco es una película de entretenimiento (entendiendo como tal el hecho de pasar un buen rato). Las tres historias que recoge Adú nos ofrece un panorama desolador del continente africano. La potente historia de los avatares del pequeño Adú (Moustapha Oumarou), un niño camerunés de seis años, tratando de llegar a España es la que sirve de unión a las otras dos. Primero con la ayuda de su hermana Alika, y, después, de la mano de Massar, un joven que también busca un futuro. Una historia de supervivencia y superación que nos sobrecoge el alma y nos lanza la pregunta ¿cómo es posible superar tanto dolor y miseria? Al ver en la pantalla cómo se rompe esa cuerda que sujeta al pequeño Adú a la única esperanza de su posible salvación se te hiela la sangre, tan sobrecogedora como la secuencia del avión. Hemos oído que hay personas que viajan en el hueco del tren de aterrizaje. Verlo en pantalla te desazona. Otra de las tramas relata el punto de aquellos que tienen que frenar a los que intentan pasar esa frontera llena de altas alambradas y desafiantes concertinas. Pone en entredicho la actuación de las fuerzas de seguridad nacionales, en este caso la Guardia Civil. Trata de ofrecer los dos puntos de vista. El director no acusa, no carga las tintas, si acaso pone los acentos necesarios en cada actuación. Es la historia de un miembro de la Guardia Civil (Álvaro Cervantes) que vive en Melilla y se ve implicado en la muerte accidental de un refugiado que intentaba asaltar la valla fronteriza. Se muestra atormentado por la lucha contra sus propios demonios  entre permanecer fiel a la verdad, al Cuerpo, o prestar lealtad incondicional a sus propios compañeros.

La tercera trama nos lleva al centro de África. Un hombre al que se le supone una buena situación económica en España decide complicarse la vida y dirige una ONG en África que se dedica a la protección y vigilancia de los elefantes, para combatir el tráfico de colmillos. Papel interpretado por Luis Tosar. A pesar de estar al frente de esa corporación no tiene empatía ni con sus trabajadores a los que no les permite ni una risa ante los desmanes de los furtivos, o les impide disfrutar de la despensa de carne que les supondría poder comer la carne del animal abatido. Tampoco empatiza con su hija díscola, insolente, indolente, desubicada, confundida. Es Anna Castillo que se define por una acción: compra en un mercadillo un falso colmillo de elefante. Para su padre eso es el colmo. Esta trama es fundamental en el desarrollo de la película. Es el contrapunto. Es el viaje a la inversa. Es el ir a África porque yo puedo, yo quiero, mola, simplemente, con ese voluntariado pagas tu cuota que lava un poco tu conciencia. Los problemas que puedan tener tanto si son los derivados de su relación paterno filial como sin son los de la chica en su pérdida de la inocencia no son nada comparados con los que tienen que superar Adú y Massar. 

Poderosas actuaciones que nos sumergen en estas historias. Sobre todo la del pequeño Moustapha Oumarou que rezuma naturalidad. Es como si hubiera nacido para ello. Nos pasó igual con el protagonista de Jojo Rabbit (Roman Griffin Davis). La elección de estos chicos para estos personajes supone un grandísimo acierto. Si no hubieran sido capaces de transmitirnos, en este caso, ese abandono, esa orfandad se hubieran cargado la película. Bravo. Ana Castillo sube como la espuma. Con esa particular voz, su actuación es muy meritoria. Habrá que estar pendiente de ella y no sería de extrañar que dé el santo con algunos de los grandes directores allende los mares. Luis Tosar como siempre, solvente.

He dudado mucho a la hora de utilizar el calificativo de película necesaria. Pero lo es sin ningún paliativo. Salvador Calvo afronta con valentía en este segundo largo un tema que no deja indiferente a nadie. Por mucho que queramos mirar hacia otro lado, nuestras playas se llenan de inmigrantes de forma constante y paulatina. No hay muro que detenga la desesperación. El realizador se basó en la experiencia que vivió su propia pareja cooperante de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) mientras realizaba el rodaje de su primera película, 1898, los últimos de Filipinas (2016). Dos relatos conformaron esta historia. Si la película nos ofrece una visión cruda llena de dureza de las peripecias que tiene que pasar los inmigrantes al llegar a las inmediaciones del monte Gurugú lo que le contaron de lo que sucedía en las Canarias supera la ficción. Un niño de seis años era víctima de la mafia que lo que quería es que el pequeño llegara a Europa para después desmembrar su cuerpo y utilizarlo para trasplante de órganos. Y la otra historia era de un joven que había huido de su aldea tras ser víctima de violaciones diarias por parte de su tío. Terrorífico.

El punto de vista de Salvador Calvo trata de no ser maniqueo. Nos ofrece los tres relatos de forma paralela y, a diferencia de lo que suele ser habitual, no confluyen en un clímax final sino que se rozan, no llegando a coincidir. Quizás el punto de unión lo constituya un objeto: la bicicleta. Se trata de la bicicleta que Adú y Alika tenían en su aldea y que la tuvieron que abandonar por salir corriendo ante la llegada de los furtivos. Misma bici que el personaje de Tosar recoge para investigar de quién es y quién ha podido estar detrás del delito. Y ese mismo velocípedo es el que pretende pasar su hija por la frontera de Melilla en su regreso a la península como un trofeo, un capricho (al igual que los colmillos) de ese mundo tan lejano que está situado a apenas unas horas de avión (o incluso unos pocos kilómetros del estrecho).

Calvo no rehúye mostrar los problemas que tienen las fuerzas de seguridad a la hora de contener a los inmigrantes que tras amontonarse en el monte Gurugú deciden iniciar el asalto final. Como tampoco elude el mostrar lo que son las «devoluciones en caliente» en un claro atentado contra los derechos humanos al impedirles que se le pueda aplicar  las garantías y protecciones de la legislación sobre extranjería del país (en este caso España).

Un cine, por lo tanto, necesario y comprometido, ya que nuestros dirigentes (ya luzcan pelo melocotón, cano o moreno), no acaban de enterarse de que cuando te quitan lo más básico, el derecho a la vida, te empujan a la desesperación. Y esta solo te lleva a la autodefensa, a explotar el instinto de supervivencia jugándote la vida ya sea en una patera, en los bajos de un avión o saltando las vallas llenas de concertinas.

Nuestros jóvenes protagonistas que huyen de su país en busca de El Dorado tienen difícil poder acudir a la industria del entretenimiento. Tienen difícil ver en una gran pantalla la desgraciada aventura del éxodo que ha llegado en los últimos años a la desesperación a esos setenta millones de inmigrantes (la mitad de ellos menores de edad, según nos recuerda la película en sus títulos de créditos finales) que lo único que buscan es un futuro mejor. Víctimas de las mafias que hacen riqueza con la desesperación humana. Niños engañados con la promesa de un futuro mejor que acabaran por perderse en el mar, o tirados en cualquier cuneta, o ocultos en las bodegas de carga de los aviones. Muchos de ellos abocados a buscarse la vida con la prostitución, para poder subsistir, otros, caen enfermos a las puertas de El Dorado. Maldita tiene que ser la gracia que les haga tener que meterse en una pequeña barca para cruzar el Estrecho. Confinados en un reducido espacio, sin agua, sin alimento, con el único abrigo de la ilusión, la esperanza. Odiar a nuestros semejantes es deplorables sea cual sea su raza o condición social o religiosa y el tratamiento con desprecio no es ninguna solución. Como no lo es tampoco poner las vallas más altas llenas de cuchillas o con fosos más profundos.

Estos críos, estas personas tal vez solo sueñan con aquello que a los pioneros del cine les encandiló: ver las imágenes en movimiento en una gran sala y… poder divertirse. Solo eso. Hacer habitable un mundo mejor es cuestión de todos. Y Adú pone su granito de arena.

Os dejo un tráiler:

Luisjo Cuadrado