Adiós Issur. Para siempre Kirk Douglas

Kirk Douglas (9 diciembre 1916 – 5 febrero 2020)

KIRK DOUGLAS — Pictured: Actor Kirk Douglas — Photo by: NBCU Photo Bank

Tras ciento tres largos años se cumplió una vez más la máxima de Victor Hugo: para alcanzar la inmortalidad, desgraciadamente tiene uno que morirse. Esta madrugada, hora española, falleció Issur Danielovitch Demsky. Pero su alter ego, Kirk Douglas, nunca nos dejará. Aquel hombre de tenacidad inquebrantable le prometió a su madre situar su nombre en grandes letras doradas en los principales edificios de América, y por eso llamó a su productora Bryna. Sus padres eran campesinos judíos emigrados, o exiliados, de aquella Rusia convulsa previa a la revolución y con el zar haciendo pogromos por doquier para justificar su incapacidad para gobernar tan vasto imperio.

            Issur nació en Ámsterdam, en el estado de Nueva York, y desde muy pronto supo que la vida no era nada fácil. Forjó su musculatura y su rostro pétreo cargando con quincalla, chatarra y trapos, o con las bostas de la mula que le acompañaba en su trabajo diario con su padre, para forrar durante el invierno las paredes de su casa y que el frío no penetrase entre los taludes de madera, estiércol y el muro. Tal y como lo describe en sus memorias: El Hijo del Trapero, altamente recomendables para cualquiera que desee saber lo que es el mundo de Hollywood desde dentro.

Con cinco años era el aprendiz de su progenitor, un borracho subido a un carro tirado por una vieja mula, que, según describe Kirk en sus memorias, bien podría ser uno de los personajes de la maravillosa Manhattan Transfer de John Dos Passos. Aunque, como él mismo dijo: mi padre es un recuerdo vago porque nos abandonó cuando yo tenía cinco años.

Una de las primeras películas de Kirk Douglas. Se puede leer «presentando» a…

Y llegó la escuela y después el instituto, donde ya luchó por interpretar papeles en el grupo de teatro. Para poder seguir estudiando se pasaba las tardes vendiendo refrescos y dulces, y también repartiendo periódicos. Tenía seis hermanas y una madre, una luchadora por su camada como pocas. Bryna llevaba por bandera haber salido de Bielorrusia para que sus hijos tuviesen un futuro digno, y sobre todo aquello que ella no había podido tener: educación cultural, ese concepto tan revolucionario que siempre han intentado controlar los poderes fácticos reconvirtiéndola en mera instrucción y adoctrinamiento.

            A los diecisiete años Issur trabajaba de vendedor en unos almacenes. Ansiaba ir a la universidad, pero con su salario no podría pagarse la matrícula. Decidido y osado fue a ver al rector de la Universidad de St. Lawrence en Manhattan, y le comentó su situación y su deseo de estudiar Teatro y Literatura. Éste le ofreció una plaza a cambio de trabajar para la institución, primero como jardinero y después como conserje, hasta su titulación en 1939 como Graduado en Artes. (El diseño curricular del estado de Nueva York en aquellos años enmarcaba Teatro y Literatura en lo que hoy es Filosofía y Letras). A sus ansias por los estudios se unía su excelente forma física. Tras tantos años de carga y descarga de todo tipo de artilugios había desarrollado una fuerza y habilidad para distribuir el peso fuera de lo común, lo que le llevó a entrar en el equipo de Lucha libre de su alma mater. Durante años se proclama campeón invicto además de campeón nacional de su peso de la NCAA. También forma parte del grupo de teatro The Mummers y del equipo de debate de su licenciatura… Cualquier cosa con tal de no estar en casa, rodeado de mujeres y viendo como su madre se mataba por todas ellas.

            Al graduarse se encontró con una beca para la Academia Norteamericana de Arte Dramático de Nueva York, donde coincidió con otra chica judía, como él venida de una situación muy dura. Se llamaba Betty y tenía una afición a los libros desmedida. Años más tarde el mundo la conocería como Lauren Bacall. Allí forjaron una amistad que duró toda una vida, aunque ella se marchó antes desde su apartamento biblioteca del edificio Dakota. Su amigo Issur se ha ido esta noche desde su casa de Beverly Hills en la soleada California.

            Pronto encontró trabajos interpretativos destacando por ser un actor físico y de carácter. Cada verano salía de gira por el estado, y para costearse la vida y estudios daba clases de interpretación a niños. Esa dualidad entre la ternura con la infancia y la dureza de sus roles sobre las tablas convencieron pronto a un agente para contratarle y cambiarle el nombre. Recordemos que en aquellos tiempos el racismo heredado de los británicos obligaba a ser un WASP, o parecerlo. Y el judío Issur se convirtió en Kirk, nombre de una iglesia escocesa; y Douglas, apellido por excelencia que comenzaba por la letra D, de Danielovitch Demsky.  Al menos quería conservar la inicial de sus orígenes. En ese momento, en Estados Unidos los apellidos no británicos no eran aceptados por la industria del cine, curiosamente dirigida por hebreos huidos de Europa…

            Tras graduarse con honores comenzó a bucear en los mundos de la interpretación profesional, compaginando papeles con trabajos de regidor en Broadway o cualquier otra ocupación que le permitiese estar cerca o sobre un escenario. Fundamental en esos años fue Betty Bacall. Durante una fiesta le recomendó al productor y cazatalentos Hal B. Wallis para su nuevo proyecto en California, El Extraño Amor de Martha Ivers. Wallis aceptó hacerle una prueba, pero advirtió que también tenía otro par de estrellas en ciernes del teatro neoyorkino: Montgomery Clift y Richard Widmark, a quien había suplido en su última aparición en Broadway. Y con esa joya interpretativa comenzó el mítico Kirk Douglas, dando una excelente réplica a la siempre perfeccionista Barbara Stanwyck.  De sobra es conocida, reconocida y admirada la figura de esta gran actriz, a la que queremos dedicar unas breves palabras, un agradecido tributo como mentora. Su currículo en este sentido es casi tan impresionante como sus actuaciones: William Holden, Oskar Homolka, Fred MacMurray o el propio Kirk Douglas figuran entre la lista de actores a los que ayudó en sus inicios en el duro Hollywood.

            Después de rodar su primera película, Kirk tomó conciencia de que aquel era un mundo reducido y descarnado, y que a los buenos personajes solo optaba un actor entre todos los que concurrían, y que tenía que demostrar ser el mejor para ganar cada papel. En varias ocasiones lo explicó de forma gráfica y sencilla: Hollywood es un tranvía repleto en el que para entrar debes empujar y sujetarte fuerte y cuando lo haces expulsas a otro del vagón.

            Y él se agarró fuerte, muy fuerte, al tranvía de la costa oeste desde aquel 1946 hasta más de medio siglo más tarde, cuando la AMPAS le otorgó un merecido reconocimiento tras tres nominaciones en las que no resultó ganador, inexplicablemente en algún caso.

            Y Kirk Douglas comenzó a ser protagonista: nos regaló pistoleros sin escrúpulos; un boxeador más golpeado por la vida que en el cuadrilátero; borrachos; dos productores cinematográficos, uno tan talentoso como sucio en su proceder, y otro huyendo de sí mismo en Cinecittá. Pero, sobre todo destaca su interpretación como Van Gogh, una de las mejores transiciones desde la psicología personal a la social de un personaje que se recuerde en el cine. Fue un abogado militar francés defendiendo a tres pobres desgraciados a los que iban a fusilar porque un general no sabía qué hacer durante la Primera Guerra Mundial. También, por encima de todas estas joyas fue un periodista corrupto para Billy Wilder. Y fue, por encima de todo la reencarnación de Espartaco, con eso ya queda todo dicho.

«Espartaco soy yo»

            Muy amigo de sus amigos e íntimo enemigo de quien le traicionó: su contable y Kubrick. Con un gran sentido del humor decía que de estudiante la interpretación le llamó bastante más que las matemáticas. Bromeaba contando que años más tarde esto le había costado un tremendo disgusto: el desfalco en su productora por parte de su contable y hasta entonces íntimo amigo.

Acabó harto de los constantes caprichos y la desvergüenza de Stanley Kubrick. Recordemos que cuando Dalton Trumbo escribió el guion de Espartaco se encontraba en la lista negra del macartismo y recién excarcelado por actividades antiamericanas. Kirk, que además de protagonista era el productor ejecutivo de la cinta se preguntaba sobre qué nombre debía figurar como guionista, el auténtico o un seudónimo. Aprovechando la situación Kubrick sugirió poner el suyo y Douglas montó en cólera ante tal apropiación del crédito. En ese momento decidió devolverle su nombre al escritor, que trabajaba a la vez en el guion de Éxodo con Otto Preminger. Se sumaron entonces Charles Laughton, eterno luchador por las libertades; Lawrence Olivier, que no quería quedarse a la zaga; y Peter Ustinov, que odiaba cualquier tipo de totalitarismo, y lo de McCarthy lo era, casi tanto como a la monarquía y la nobleza. Decidieron apoyar públicamente a Trumbo y distribuir la película con su autoría y crédito. El movimiento ultraconservador del viejo Hollywood, promovido por Ronald Reagan y amadrinado por Hedda Hooper movió todos sus hilos en las majors para bloquear la distribución del film producido por Bryna, pero los apoyos venían del parlamentarismo británico y eran demasiado poderosos. Douglas consiguió así una gran victoria para las libertades civiles y para el derecho a pensar libremente.

            Rueda con su adorado Joseph L. Mankiewicz El Día de los Tramposos y sufre un pequeño bajón en su carrera que le lleva a regresar al teatro junto a su amigo Burt Lancaster, tras tocar fondo en una producción italiana y abandonar el rodaje de Acorralado.Sugiere que su personaje el coronel Trautman debía matar a John Rambo, ya que había creado al monstruo y debía acabar con él. No fue escuchado y Stallone nos martirizó con unos cuantos Rambos más. Se escogió a Richard Crenna, que carecía del savoir fair de Douglas, como nuevo coronel y se recortó su papel en aras de encumbrar el género estúpido, término acuñado por Mel Brooks sobre las películas de matar y matar de un tipo contra todo un ejército, tan de los ochenta.

            Después del disgusto monumental por no poder interpretar al protagonista de Alguien Voló sobre el Nido del Cuco (One Flew over Cockoo’s Nest, Milos Forman, 1975) cerró Bryna. Fue su hijo Michael fue le advirtió de que era demasiado mayor para el personaje, y seleccionaron al pujante Jack Nicholson. Kirk se deslizó de Hollywood hacia producciones para la televisión y el teatro, hasta que Spielberg le entregó su óscar honorífico. Él lo recogió y con un hilo de voz dijo:

            Veo a mis cuatro hijos. Están orgullosos del viejo hombre. Yo también estoy orgulloso. Orgulloso de haber sido parte de Hollywood durante cincuenta años.

            Anoche se nos marchó Issur. Por fortuna, Kirk seguirá vivo mientras quede un solo cinéfilo sobre la faz de la Tierra, y somos muchos los que aún hollamos el planeta.

            Gracias por tantos instantes interpretados, producidos y escritos. Gracias por hacernos vivir la magia maestro.

Carlos Ibañez – Pilar Cañibano

Revista Atticus