Crítica teatro – La culpa en el Teatro Zorrilla, Valladolid

La culpa, texto de David Mamet, adaptación de Bernabé Rico y dirección Juan Carlos Rubio

Los textos de David Mamet en el Teatro Zorrilla, con la adaptación de Bernabé Rico y la dirección de Juan Carlos Rubio.

Casi a punto de terminar el año, el Teatro Zorrilla presenta un montaje de lo más atrayente La culpa, una obra del prestigioso dramaturgo David Mamet. Juan Carlos Rubio pone en escena esta brillante e inquietante historia protagonizada de forma magnífica por cuatro grandes intérpretes; Fernando Cayo, Ana Fernández, Miguel Hermoso y Magüi Mira (que regresa a la actuación tras muchos años ejerciendo de directora).

Casi tres años después de su estrenó en Nueva York (febrero de 2017), vemos en Valladolid representada La culpa, una historia al más puro estilo de Mamet, que trata asuntos recurrentes en la obra del dramaturgo como son el abuso de poder y los juicios mediáticos, a los que se añaden otros como el conflicto entre los principios legales y los morales. La trama gira en torno a un prestigioso psiquiatra  al que da vida Fernando Cayo, que es requerido a declarar en el juicio a favor de uno de sus pacientes, autor de cometer una masacre de esas tan salvajes que ocurren habitualmente en Estados Unidos y que estamos acostumbrados a ver en los telediarios de nuestro país con todo lujo de detalles.  Vemos a Fernando entregado con desesperación a dar vida al protagonista, sumido en su cabreo existencial, sus dudas religiosas, es un judío urbanita de clase media alta, y su lealtad al código deontológico. Cuando se niega a declarar, su carrera y su ética serán puestas seriamente en duda, ocasionando así una vorágine de acontecimientos que arrasarán no sólo con su vida, sino también con la de la persona que más ama en el mundo,  la de su mujer Kate, brillantemente interpretada por Ana Fernández. 

La primera media hora con un texto confuso, que se debe al complejo entramado diseñado por Mamet en el que se sustenta originalmente la obra. Sobresalen los duelos dialécticos entre los distintos personajes, protagonizados por Fernando Cayo con el resto de intérpretes. Luego, a medida, que se va desarrollando la trama, empiezan a ir encajando todas las piezas, concluyendo en un potente desenlace, que te deja sin aliento.

La puesta en escena juega un papel determinante, la maravillosa escenografía de Curt Allen Wilmer que, ha diseñado una inmensa biblioteca a modo de enjambre que sirve de telón de fondo para la asfixiante historia del psiquiatra, cada vez más acorralado.

Un punto fuerte del montaje y, a su vez, de Juan Carlos Rubio es la dirección de actores. Los cuatro protagonistas están magníficos de principio a fin, empezando por Fernando Cayo, muy convincente en la piel del psiquiatra, un papel complicado que le permite a Fernando lucirse en los dos registros, en el dramático, y en el más humorístico, aportando esa vis cómica ocasional tan importante en el personaje y vital, por otra parte, para oxigenar la inquietante trama. Fantástica Ana Fernández en la piel de Kate, la mujer del psiquiatra, brilla en todo el arco del personaje. Miguel Hermoso, perfecto, clava el papel del abogado del psiquiatra y, al mismo tiempo, de su mejor amigo, le va como anillo al dedo este personaje. Y cierra el reparto Magüi Mira, sensacional encarnando a la abogada defensora del paciente del psiquiatra. Ella brilla poderosamente encima del escenario.  Potente la escena en el cara a cara con Fernando Cayo.  Magüi está soberbia en interpretación y en presencia escénica, su manera de caminar, de moverse sobre el escenario y de aplicar matices a cada una de sus frases.

¿Quién es culpable de un acto que no ha cometido? Cada personaje defiende sus ideas con uñas y dientes, fantásticos.

Luisa Valares – fotografías: Chuchi Guerra

Revista Atticus